El apagón de 48 horas vivido en Afganistán esta semana ha sido temporal, oficialmente, según los talibanes, debido a una avería técnica, al mal estado de la fibra óptica, no a una prohibición. Pero, con los antecedentes del régimen, que ya a principios de septiembre dejó sin internet a parte del país, en cuanto la conexión al exterior se fue a negro en todo Afganistán cundió el pánico entre la población, muy especialmente entre las mujeres, para quienes ese apagón significó cerrarles la única ventana que les quedaba en la cárcel en que han convertido a sus hogares.

La conectividad desapareció el lunes y volvió el miércoles, pero el miedo sigue en el cuerpo. Lo han vivido más como un aviso, una amenaza, que como un fallo técnico.

En primera persona: Nadia Ghulam

«Para millones de afganos y afganas, internet era la única ventana que nos quedaba abierta al mundo. Cuando nos quitaron las escuelas, seguimos aprendiendo online. Cuando nos encerraron en casa, aún podíamos hacer oír nuestra voz. Cuando nos arrebataron la libertad, encontramos refugio en una llamada a la familia. Ahora también nos han robado esto». Son las palabras que escribió a principios de semana Nadia Ghulam, una heroína afgana.

Si no conocen la historia de Nadia Ghulam, se la recomiendo. Es una historia de coraje y resistencia como pocas. Nadia sobrevivió la guerra y los talibán de los años 90, y sacó a su familia adelante siendo una niña y una adolescente haciéndose pasar por un chico, para poder trabajar. En trabajos duros, física y psicológicamente, con el terror permanente a que descubrieran que era una chica y no un chico.

En el rostro de Nadia Ghulam sigue visible la huella terrible de las bombas a pesar de múltiples operaciones a las que se ha sometido. Pero sólo ella sabe las heridas que guarda, invisibles, en su mente y su corazón por el régimen de represión, de ensañamiento contra las mujeres, de los talibán. A Nadia, la vida y la solidaridad le dieron una segunda vida en Cataluña, donde una familia la acogió como hija y ella ha podido hacerse adulta en libertad. Desde ahí, en las varias lenguas que habla y escribe, se ha convertido en escritora y activista por la libertad en su país y, muy especialmente, da voz a las niñas y mujeres afganas enmudecidas por la fuerza.

«Las familias han quedado incomunicadas. Los periodistas no pueden informar. Los hospitales no se pueden coordinar. Los jóvenes han perdido el acceso a la educación (…) detrás de cada conexión perdida hay historias humanas: una madre que no puede escuchar la voz de su hijo, una estudiante que ve abortado su futuro, una familia que no puede pedir ayuda. Yo misma, que vivo lejos, encontraba en la voz de mi madre la fuerza para seguir adelante. Hoy este derecho tan básico también nos lo han quitado. El mundo tiene que alzar la voz para que Afganistán no quede aprisionado en este silencio oscuro. Porque cuando se apaga internet se apaga también la esperanza».

Una parte del mundo alzó la voz

Se hace difícil afirmar que la presión de algunos organismos internacionales ha hecho rectificar al régimen talibán, porque, de ser así, habría que entonar un mea culpa fortísimo por no hacer suficiente presión por las mujeres. ¿Qué presión se hace para que vuelvan a ser tratadas como personas con derecho a estudiar y trabajar, a disponer de su vida, a tener autonomía económica, a no depender de la voluntad de los hombres?

La represión ha llegado hasta la tragedia de ver cómo las mujeres fueron mucho más víctimas que los hombres en el terremoto reciente, por la escasez, por no decir inexistencia, de mujeres que pudieran sacaran de los escombros y tratarlas médicamente. Los hombres lo tienen prohibido. Incluso hay mujeres, cuentan testigos, a quienes el adoctrinamiento ha hecho que prefirieran morir a que las tocara, las rescatara, un hombre.

En el caso del apagón de conectividad de esta semana, la organización de derechos humanos Human Rights Watch (HRW) advertía de que la expansión del corte de conectividad a todo el país «daña la vida de millones de afganos, y los priva de derechos básicos a la educación, sanidad y acceso a la información. Los talibán deben retirar sus justificaciones sin fundamento y devolver la conectividad». HRW se refiere al argumento dado por el Gobierno afgano a principios de septiembre para dejar sin comunicación a provincias del norte del país: «Para prevenir comportamientos inmorales».

La ONU también se ha pronunciado. La Oficina del Alto Comisario para los Derechos Humanos ha alertado de que el apagón de internet y telefonía «exacerba las desigualdades sociales, económicas y por razón de sexo que ya existían. Restringe aún más el acceso de las mujeres y niñas a la información y apoyo crítico, incluida la atención de emergencias sanitarias».

Aunque el talibán se vista de seda

Hace cuatro años, cuando los ejércitos occidentales se retiraron de manera caótica de Afganistán después de 20 años de ocupación, los talibán retomaron el poder con una campaña de imagen en la que aseguraban que no eran los talibán de los años 90, que, por decirlo de alguna manera, eran más modernos, más acordes con los tiempos. «Nuestra ideología y nuestras creencias son las mismas que las de entonces, porque al fin y al cabo somos musulmanes. Pero hay un cambio, tenemos más experiencia y una perspectiva diferente», dijo el portavoz de los talibanes, Zabihullah Mujahid, en su primera comparecencia ante los medios.

Prometieron respetar los derechos de las mujeres y la libertad de información. «Permitiremos que las mujeres trabajen y estudien», dijeron. Era agosto de 2021 y en la continuación del titular estaba la trampa, «las mujeres serán muy activas en la sociedad, pero dentro del marco del islam». El islam, siempre según lo interpretan ellos.

En estos cuatro años, poco a poco, prohibición a prohibición, han ido eliminando derechos para las mujeres: prohibido estudiar a partir de los 12 años, cuando se considera que dejan de ser «niñas». Prohibido salir a la calle solas, prohibida la educación secundaria y superior y prohibido trabajar. Prohibición de viajar más de 72 kilómetros o entrar en un centro sanitario si no van acompañadas por un hombre. La ONU ha registrado casos de médicos a quienes se les ha impedido tratar a una mujer porque no iba acompañada de un hombre. Y más prohibiciones: a estar en muchos espacios públicos y a hablar en público. Tampoco permiten leer libros escritos por mujeres, aunque sea un tratado sobre química, los retiraron de la universidad.

Desesperadas por educarse

La cadena BBC publicó esta semana el testimonio de mujeres afganas que seguían su educación gracias a internet. Una de ellas tenía ya estudios universitarios antes de que volvieran los talibán en 2021. En la actualidad estudiaba por internet para una especialización con la esperanza de encontrar un trabajo que pueda desempeñar en internet. El lunes por la noche, sus esperanzas de futuro se desvanecieron sin avisar. «Soñábamos [ella y sus dos hermanas] con acabar nuestra educación y ayudar a nuestro padre económicamente, ahora, sin embargo, nos sentamos en casa sin hacer nada».

Otra afgana contactada había empezado a estudiar para comadrona, una especialidad, al igual que la de enfermera, que también se ha prohibido a las mujeres, así que esta mujer se puso a estudiar en internet. «Queremos estudiar, queremos educarnos. Queremos poder ayudar a la gente en el futuro. Cuando me dijeron que habían cortado internet, el mundo me apareció oscuro».

«Peor que Corea del Norte»

Termino como empecé, con el testimonio y la autoridad moral de Nadia Ghulam: «Lo que de verdad les asusta es la libertad. Les asusta que una chica pueda leer, que un chico pueda preguntar, que un ciudadano pueda denunciar una injusticia. Les asusta que el mundo sepa lo que de verdad ocurre en Afganistán. Hoy más que nunca hay que escuchar y amplificar las voces de los afganos, y sobre todo, de las mujeres y los jóvenes. Si los talibán cortan internet, nosotros tenemos que ser su conexión con el mundo. Cortando internet no apagarán la verdad. Algunos compatriotas en el exilio dicen que sin internet Afganistán será una nueva Corea del Norte. Pero es mucho peor. En Corea del Norte las chicas aún pueden estudiar, pueden trabajar, pueden aspirar, a pesar de todo, a una vida distinta. Sin internet ni información, Afganistán se hunde en el agujero negro más profundo de la historia».