Este es el perfil de un servidor público, de alguien que eligió la medicina, pero la política, la que se hace con mayúsculas, se cruzó en su camino y le eligió a él. En un momento marcado por el histrionismo y la crispación, voces serenas … como la de Guillermo Fernández Vara se antojan más necesarias que nunca. El tono pausado, la palabra justa y una lealtad a Extremadura, a España y a su partido, por ese orden, que le reconocen dentro y fuera del PSOE. Compartan o discrepen de sus ideas y convicciones, todos los consultados coinciden en identificarlo como un «hombre de consensos».
Nació en Olivenza, en 1958, en el marco de una familia conservadora -nieto de un fiscal e hijo de un magistrado del Tribunal Supremo-, gozó de una posición acomodada y una visión de la política que fue modulando a lo largo de su trayectoria: pasó de militar en Alianza Popular, de la mano de Antonio Hernández Mancha, a ingresar en las filas del PSOE junto a su «amigo» Juan Carlos Rodríguez Ibarra. «Me moriré siendo socialista», dijo en alguna ocasión. Un cáncer ha precipitado el final, al filo de cumplir los 67 años, sin cambiar un ápice esta vocación.
Perdió el poder ganando las últimas elecciones y decidió que, entonces sí, había llegado el momento de dar un paso a un lado y dejar espacio a un nuevo liderazgo. No participó en conjuras internas, no quiso pilotar la sucesión, advirtió de que si no gobernaba se marcharía, y cumplió su palabra. Licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Córdoba en 1983, aplicó la técnica aprendida y se convirtió en un cirujano de la política. Cambió la bata blanca por el traje (de faena) durante 28 años y, tras abandonar la escena pública, pidió el reingreso como forense. No ejecutó la decisión de «forma inmediata». Pese a ser uno de los damnificados del huracán antisanchista del 28-M, una llamada del presidente le hizo cambiar de idea y, en un ejercicio de lealtad hacia su partido, esperó hasta después de las elecciones generales, para no dejar descabezado al PSOE en Extremadura en plena contienda nacional.
Consiguió cimentar un proyecto tras 24 años de «Ibarrismo» y presidió la Junta de Extremadura durante tres legislaturas discontinuas. Tras un primer mandato, entre 2007 y 2011, probó las hieles de la oposición durante cuatro años. Un periodo que supuso una cura de humildad y la reconexión con las demandas de la ciudadanía que le llevarían de nuevo al gobierno entre 2015 y 2023.
Su perfil profundamente conciliador le permitió la supervivencia en la etapa interna más cruenta del PSOE reciente. Fue uno de los pocos que se posicionó abiertamente a favor de Eduardo Madina en las primarias de 2014, cuando el caballo ganador, el candidato del aparato, era Sánchez. Tras su victoria, no dudó en cerrar filas con él. Algo pareció ocurriría en 2017, aunque en sentido inverso: tras alinearse con Susana Díaz, se puso a disposición del nuevo secretario general y, en la última etapa, se convirtió en uno de sus escuderos más fieles. Hasta hoy, tuvo asiento en la Ejecutiva del partido.
En una de sus últimas apariciones pidió a sus compañeros: «No quiero homenajes, calles, plazas, premios, medallas; no me propongáis para nada, mi mejor homenaje es mi foto en la casa de los extremeños que vi por primera vez en Santiago de Alcántara, de allí salí aquel día convencido de que cualquier cosa que hiciera en la vida merecería la pena». «El hoy es un regalo, por eso se le llama presente, porque es un regalo», sentenció.