Cinco años después de la pandemia, cuando mascarillas, cuarentenas y cierres de fronteras marcaron la vida cotidiana, el mundo parece haber dejado atrás aquella etapa. Viajar volvió a ser parte de la rutina, el turismo se reactivó y las restricciones se convirtieron en un recuerdo colectivo.
Sin embargo, todavía hay un país que vive bajo normas que parecen ancladas en 2020. Se trata de Azerbaiyán, que ha prorrogado hasta el 1 de enero de 2026 el régimen especial de cuarentena implantado al inicio de la crisis sanitaria.
Eso convierte a Bakú en la única capital del planeta que mantiene cerradas sus fronteras terrestres por motivos de COVID, cuando todos los demás estados las reabrieron hace años. La decisión sorprende en pleno 2025 y coloca al país en una posición de aislamiento singular en el mapa mundial.
En la práctica, la entrada y salida del territorio solo es posible por vía aérea y bajo controles específicos en los aeropuertos. Los pasos por carretera o ferrocarril permanecen clausurados, salvo para el transporte de mercancías o supuestos excepcionales.
Las autoridades justifican la medida como una política de prevención, aunque su efecto trasciende lo sanitario. Supone también un gesto simbólico: un país que se blinda en una región marcada históricamente por tensiones políticas y conflictos fronterizos.
A pesar de ello, Azerbaiyán no es completamente impermeable. En ocasiones abre la mano, como ocurrió con el reciente Gran Premio de Fórmula 1 en Bakú, al que aficionados y personal pudieron acceder con visados especiales. Son excepciones que no alteran la realidad de fondo: es el único país del mundo que todavía mantiene las fronteras como si el calendario siguiera en 2020.