Un reciente estudio con la participación de la investigadora balear Maria Magdalena Quetglas y su equipo aporta nuevas claves para entender cómo actúan los biomarcadores. Quetglas es investigadora postdoctoral en el grupo de Nutrición Comunitaria y Estrés Oxidativo (NUCOX) de la Universitat de les Illes Balears (UIB), integrado en el Centro de Investigación Biomédica en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y la Nutrición (CIBEROBN). En el marco del ensayo PREDIMED-Plus y publicado en la revista Antioxidants, el trabajo demuestra que estas «huellas químicas» dan pistas sobre el riesgo de desarrollar complicaciones graves como la enfermedad renal crónica en personas con obesidad y síndrome metabólico.
Valor de las señales invisibles
Los biomarcadores son como las «huellas dactilares» de los procesos biológicos. Algunos reflejan inflamación (la respuesta del cuerpo cuando detecta una amenaza), mientras que otros evidencian estrés oxidativo, un desequilibrio entre radicales libres y defensas antioxidantes. En niveles controlados, ambos procesos son necesarios para la vida; en exceso, se convierten en motores silenciosos de enfermedad.
«Podemos imaginarlos como pequeñas huellas químicas que nos cuentan qué ocurre en el organismo», explica Quetglas. «Antes de que aparezcan los síntomas, ya están ahí, marcando el camino hacia posibles problemas de salud».
El hallazgo del equipo radica en demostrar que medir estas huellas no solo sirve para entender enfermedades ya instaladas, sino también para anticipar su aparición.
El círculo vicioso
La inflamación crónica de bajo grado suele pasar desapercibida, pero está en la base de condiciones muy comunes hoy en día: obesidad, síndrome metabólico, diabetes o enfermedades cardiovasculares. A ella se suma el estrés oxidativo, que deteriora células y tejidos cuando los radicales libres superan la capacidad defensiva del organismo.
Juntos forman un círculo vicioso: la inflamación favorece el daño oxidativo, y este, a su vez, alimenta nuevas reacciones inflamatorias. Detectar estas alteraciones en fases tempranas podría ser la clave para evitar que desemboquen en patologías graves.

Maria Magdalena Quetglas procesando muestras en el laboratorio. | BLANCA GELABERT.
El marco del estudio
Para poner a prueba esta hipótesis, el equipo recurrió al ensayo PREDIMED-Plus, una de las investigaciones más influyentes en Europa sobre dieta mediterránea, obesidad y salud cardiovascular. Dentro de esta gran cohorte, se seleccionó a 234 participantes de entre 55 y 75 años con obesidad o exceso de peso y al menos tres criterios de síndrome metabólico, pero sin enfermedad renal en el momento inicial.
Tras un año de seguimiento, 117 de ellos desarrollaron enfermedad renal crónica, mientras que los otros 117, emparejados por edad, sexo y grupo de intervención, se mantuvieron sanos. Al comparar sus perfiles bioquímicos iniciales, las diferencias fueron evidentes.
Lo que cuentan las moléculas
Los resultados mostraron que quienes acabaron desarrollando enfermedad renal tenían, desde el inicio, niveles significativamente más altos de biomarcadores inflamatorios como la interleucina-6 (IL-6), el factor de necrosis tumoral alfa (TNFα) o la interleucina-1β (IL-1β).
La IL-6 se reveló como la señal más poderosa: los individuos con valores elevados tenían hasta siete veces más riesgo de desarrollar enfermedad renal crónica en apenas un año.
Además, el equipo elaboró un índice combinado de inflamación y estrés oxidativo. Quienes se situaban en el tercil más alto de este marcador compuesto tenían un riesgo hasta 22 veces superior de desarrollar la enfermedad en comparación con quienes estaban en el tercil más bajo.
Curiosamente, los indicadores de daño oxidativo directo, como el malondialdehído (MDA), no mostraron diferencias tan claras. Esto sugiere que la inflamación podría ser una señal aún más temprana y sensible.
Medicina más preventiva
La idea de medir biomarcadores para anticipar enfermedades se inscribe en un movimiento más amplio hacia una medicina preventiva y personalizada.
En la práctica, esto podría significar que, en un futuro, una analítica rutinaria incluya no sólo glucosa o colesterol, sino también paneles de biomarcadores inflamatorios y oxidativos. Quienes presenten niveles elevados podrían beneficiarse de un seguimiento más estrecho y de intervenciones tempranas, desde cambios en la dieta y el ejercicio hasta tratamientos farmacológicos específicos.
«Nuestro reto es trasladar estos datos a la práctica clínica», señala Quetglas. «La inflamación no tiene por qué condenar a una persona a la enfermedad; puede ser también una oportunidad para actuar antes».
Implicaciones y límites
Los resultados del estudio son prometedores, pero también plantean preguntas abiertas. ¿Qué biomarcadores son los más fiables para distintas poblaciones? ¿Qué valores deberían considerarse de riesgo en la práctica clínica? ¿Cómo se combinan estos indicadores con factores más clásicos como el índice de masa corporal o la glucosa?
Además, al ser un estudio observacional, no puede establecer de forma definitiva si la inflamación causa la enfermedad o si los primeros cambios renales alimentan la inflamación. Para resolverlo, será necesario ampliar el seguimiento en el tiempo y replicar los hallazgos en otras cohortes.
«Nuestro objetivo final es construir un mapa claro de señales biológicas que nos digan quién está en riesgo y cómo podemos intervenir», resume Quetglas. «Es un trabajo paciente, pero creemos que puede transformar la forma en que entendemos la prevención».
Más allá de las tablas de datos y los análisis estadísticos, lo que late en este estudio es una metáfora poderosa: la posibilidad de escuchar al cuerpo antes de que enferme. Los biomarcadores de inflamación y estrés oxidativo son susurros químicos que, si aprendemos a descifrar, pueden guiarnos hacia una medicina más anticipativa, más personalizada y, en última instancia, más humana.
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Estudio HealthyW8 / Maria Magdalena Quetglas Llabrés
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