Carlos G. Fernández

Martes, 7 de octubre 2025, 23:18

Doscientos cincuenta millones de ejemplares vendidos. Poquísimas figuras del mundo editorial se acercan a las cifras que lleva acumuladas el autor estadounidense Dan Brown (New Hampshire, 1964). Curiosamente Ken Follet, que podría ser un buen rival, también está visitando España estos días. Brown, el autor de ‘El código Da Vinci’ publica la sexta entrega de esa saga, protagonizada por el profesor Robert Langdon. Se trata de ‘El último secreto’, ambientada en Praga, que antes de publicarse ya tiene cerrado un contrato con Netflix para una serie a cargo de uno de los productores de ‘Perdidos’, aunque se desconoce si Tom Hanks repetirá en el papel principal. El escritor está encantado: «Las adaptaciones son un lenguaje distinto. Es como enviar a tu hijo a la Universidad, solo esperas al menos seguir reconociéndole cuando vuelva. Ahora tendremos ocho horas para contar el libro, no solo dos como en las películas».

A lo largo de sus 830 páginas Langdon volverá a resolver los habituales entuertos rodeado de símbolos, historia viva y oscuras organizaciones que mantienen la verdad a buen recaudo. Brown no esconde de qué se trata: «Antes que nada, este libro es un thriller. Una persecución, una búsqueda del tesoro. Pero bajo todo ello hay mucha ciencia, toda ella documentada y real». El escritor alude a varios experimentos que se han hecho en los últimos años, muy discutidos y lejos de alcanzar consensos reales, que le han convencido de que estamos a punto de ver cómo nuestra concepción sobre la conciencia humana y la vida después de la muerte cambian para siempre.

Quien haya convencido a Brown ha hecho lo mismo con Langdon: «Él, como yo, es un escéptico. Su camino en la novela hasta aceptar la ‘noética’ es un espejo de mi propio camino. Mi experiencia escribiendo este libro ha cambiado por completo mi visión de la vida después de la muerte». Según Brown, esos experimentos indicarían que la conciencia humana no está dentro del cuerpo, sino que viene de fuera, de una especie de conciencia universal. «Es verdad que hay científicos a ambos lados de esta ecuación. Hay quien dice que es una locura, y otros que es real. Están de acuerdo en los datos, en lo que sucede, pero no en por qué sucede». Brown insiste en que no tuvo ninguna epifanía religiosa, sino que le convencieron los datos, los experimentos, e invita a los lectores a ser curiosos y seguir investigando a partir de la lectura del libro.

Dan Brown, minutos antes de su presentación en Madrid

Dan Brown, minutos antes de su presentación en Madrid

Alberto Ortega / EP

Desde el año 2000, el escritor tiene una relación íntima con su personaje más famoso. «Langdon es el hombre que me encantaría ser, tiene una vida mucho más interesante que la mía. Estamos muy conectados, y al finalizar cada libro se me hace muy extraño. Ahora, durante la promoción, es muy raro hablar de él en tercera persona».

Praga, ciudad mística

Tras ambientar otras entregas en París, Florencia o Barcelona, ahora le toca el turno a Praga. «Tenía que ser en Praga. Es la capital mística de Europa desde el siglo XVI, cuando el Emperador Rodolfo II invitó a todos los alquimistas, cabalistas y videntes para ayudarle a ser mejor líder. Praga es un personaje bellísimo: tiene catedrales, santuarios subterráneos, una puerta con siete cerraduras… era una elección un poco obvia».

Brown está curtido para recibir cualquier tipo de crítica: «Puede sonar ingenuo, pero cuando escribí ‘El código Da Vinci’ no esperaba que fuera polémico. Simplemente me pregunté qué supondría para la cristiandad que Jesús no fuera literalmente el hijo de Dios, sino un profeta mortal con muy buenas ideas. Es el tipo de preguntas que podían hacerse en mi familia, pero obviamente no todo el mundo consideró que pudieran hacerse. No creo que ‘El último secreto’ sea tan controvertido, aunque quizás me equivoque». Para Brown, cualquier polémica que fructifique en diálogo creativo es buena. Lo contrario es, para él, uno de los males de este mundo: «Todos hablan y nadie escucha. Hace falta diálogo y curiosidad».

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