La elegancia de un tímido

Su elegancia ética y estética se respira en todas sus fotos, que ha publicado en las mejores revistas del mundo. Moda y sobre todo el retrato han sido su vida. La editorial Blume publica Antoni Bernad con retratos a personajes cono­cidos realizados desde 1960 hasta el 2010, cuando decidió retirarse. “Creo sinceramente que he hecho todo lo que tenía que hacer y no sé, no quiero ser un palo delante de otros que aparecen y apa­recerán”. Tiene cientos de anécdotas con personajes con los que a lo largo de los años hizo amistad. Con una foto que le hizo a Mercè Rodoreda se estampó un sello de correos, Dalí se presentó con un post-it en la frente en el que se leía “Para Toni Bernad”, consiguió hacer sonreír a Tàpies y vio cómo Joan Brossa, tras la insistencia de su señora de que se duchara, entró una manguera en el salón de casa y se duchó vestido.

¿Ha abandonado la fotografía?

No del todo. Me he retirado, pero no puedo evitar fotografiar lo que me llama la atención con el móvil, tengo ese instinto. Hago fotos desde los 15 años.

¿Tiene Instagram, las cuelga?

No sé ni lo que es, como no tengo hijos. Tengo sobrinos, pero creo que son mayores que yo. Soy un abuelo sin vergüenza: la vida ha pasado y he hecho lo que he amado.

¿Cuál es su resumen?

Gracias a la vida, que me ha dado tanto.

¿Siempre ha sido un hombre feliz?

Tengo fama de eso. Para mí era difícil parecerlo, pero prefería este rol que quejarme por las esquinas. Siempre intento verlo todo maravilloso, aunque no lo sea.

Una buena actitud.

Es imposible que todo sea perfecto y que la gente sea superenrollada. Pero intenté siempre que todo tuviera un perfume agradable y divertido, y poder entusiasmar a la gente que fotografiaba. Gae Aulenti decía: “Toni decidió hacer felices a los demás y lo ha conseguido”, un piropo maravilloso.

Usted retrató a toda la intelectualidad.

Sí, casi sin darme cuenta. Cuando Franco murió empezaron a salir como bolets regresando del exilio personas fantásticas de las que nunca habíamos oído hablar. Y me dediqué a perseguirlos.

¿Por qué?

Me he pasado la vida haciendo fotos bonitas a chicas y chicos maravillosos y pensé que retratar a esa gente fantástica me iría muy bien para no caer en la tontería de ser un imbécil.

¿…?

La fotografía de moda te lleva a ese camino tontorrón. Yo era muy serio. La frivolidad me horroriza.

¿Cuándo mira para atrás ve más azar o destino?

Tengo la suerte de tener muy poca memoria, es como si naciera todo cada día. No me enfado nunca. Considero que todo ha ido perfecto, aunque, en realidad, es mentira.

Pues cuénteme la verdad.

He sufrido mucho haciendo fotos. En mi época tenías que esperar dos días para ver los resultados y no podías cagarla.

¿Alguna vez ha dejado la cámara de lado ante un personaje?

Sí, cada día. Verme delante de una persona fascinante y sacar la cámara me parecía el horror máximo, o sea, de vergüenza. Mejor sentarse y escuchar.

¿Y recuerda algo que le dijera alguna de estas personas que le impactara?

Yo quedé enloquecido con la arquitecta Gae Aulenti, era mucho mayor que yo y mantuvimos una gran amistad hasta su muerte. Fui a despedirme cuando ocurrió.

Veo que todavía le hace llorar.

Esta gente no tendría que morir porque son un ejemplo a seguir. Trabajaba como una loca, creativa, impecable, hasta que decía: “¡Es la hora del gin-tonic, amigos!”.

Es usted una persona extremadamente sensible, ¿de dónde le viene?

Mis padres eran muy cuidadosos con lo que decían para no herir a nadie. Vivieron la guerra. Y la guerra es el diablo: dolor y muerte. Pero seguimos en ello.

¿Cuándo se conocen Antoni y Antoni?

A los 9 años, y llevamos 64 de amistad y convivencia. Gracias a Toni, que me prestó su cámara de juguete, descubrí la fotografía y ya nunca abandoné.

¿Cómo evoluciona una amistad desde los 9 años hasta los 81?

Con paciencia. Siempre hemos hablado mucho. Rilke dice que el amor son dos soledades que mutuamente se respetan y se reverencian. Yo creo que ese sería nuestro secreto.

Qué bonito.

El amor es una amistad profunda en la que poder ayudar al otro te llena de satisfacción.

¿Cuáles son sus valores fundamentales?

Ser buena persona, hacerlo lo mejor posible. A las modelos siempre les decía “You are the perfection, baby!” para animarlas, porque eran niñas de 15, 16, 17 años, y me ponía en su piel y me parecía todo un horror.

¿Por qué?

Hubo una época gloriosa en la que todas eran de Londres o de Francia, divinas, y sabían posar. Pero luego las agencias descubrieron a las chicas del este, con las que ganaban mucho dinero porque les pagaban poquísimo. Lo viví tan mal que fue uno de los motivos por los que dejé de hacer fotos.

¿Cuáles fueron los otros?

Con las cámaras analógicas tenía intimidad: solo yo veía el mundo a través del objetivo. Con las digitales la gente de la moda se amorraba a una pantalla donde veían lo que estaba fotografiando y me gritaban “¡Ya la tienes!” y yo sabía que no la tenía. Un día llegué a casa y decidí regalar todas mis cámaras.

¿Qué hizo con todo su archivo?

Quería bajarlo a la calle: “Que la gente escoja lo que quiera”. Pero Antoni se hizo pasar por mí y cedió el material al Archivo Nacional donde está en perfectas condiciones.