Miércoles, 8 de octubre 2025, 12:26
Fran Herrero hace con tiento la bajada final hacia la meta de Navaluenga consciente de que esos senderos abulenses le van a dar su tercer título de campeón de España Ultramaratón con la bicicleta de montaña que le acompaña casi hasta a la cama: 22.000 kilómetros al año. Ya no entra en las curvas derrapando y escucha cualquier extraño de una cadena que ya está seca de casi seis horas de polvo. No es una agonía física, sino mental, el miedo a una caída, a una avería mecánica. No teme la derrota, sino que el trabajo de meses no se vea reflejado el día de la verdad. Las cinco horas de rodaje en plenas fiestas de Carbonero el Mayor (Segovia) o los días de entrenar malo, una rutina casi inevitable con un hijo de un año y medio por casa. No es tanto superar a los rivales, sino esos obstáculos cotidianos. Por eso cuando cruza la meta grita feliz y ve a Marco, el origen de tantos virus, correr en modo sprint hacia él, una imagen que no olvidará en la vida. «Nos ponemos malos juntos y ganamos juntos».
Es su tercer título nacional tras los de 2021 en León y el año pasado en Rascafría (Madrid), un entorchado que revalida aprovechando la cercanía, esas horas de entrenamiento por el trazado para saber en qué curvas se puede entrar derrapando y dónde aprovechar la inercia para el siguiente repecho. Y sus piscinas naturales. «Cuando acababa de entrenar, te dabas un baño y te quedabas nuevo». Fue un recorrido ‘corto’, con 140 kilómetros y 3.400 metros de desnivel positivo, en comparación con los 210 del año pasado, un contexto en el que se sentía más cómodo, pues un fondista como él brilla más cuanto mayor es la distancia. «El año pasado llegué a meta explotado, me dolía hasta el alma. Cuando pasas de la sexta hora, el estómago revienta y hay que ir arrastrándose hasta meta». Quizás este año llegó «muy entero» porque solo necesitó 5h 45m 49s para completar la tarea.
Más calculador
Ese formato más corto permitía apuestas más arriesgadas, pero Herrero aprovechó su experiencia para hacer su campeonato más calculador. «He hecho menos exhibiciones que otros años». En 2021, se escapó en el kilómetro 20; el año pasado, a falta de cien, a lo Pogaçar. Esta vez aprovechó que Adrián García, a la postre segundo, puso un ritmo alto que evitó ataques para gastar su bala en el tercio final del recorrido, con dos bucles que pasaban por Navaluenga. «Fui a hacer daño donde sabía que me iba a poder escapar». Al inicio del segundo, exprimió la subida a un puerto con descansillos, pero con dos kilómetros finales por encima del 8%. «Ya iban cuatro horas de carrera, a partir de ahí pudo marcar mi diferencia de ultrafondista. Si abría gas a tope, me podría ir. Era un terreno duro donde no hace mucho ir a rueda». Sergio Gutiérrez, segundo el año pasado en Rascafría, le aguantó hasta casi la cima. «Cuando quedaban 500 metros para coronar, hice un cambio de ritmo muy fuerte y le pude abrir una distancia para entrar en la bajada solo y abrir más brecha».
Ahí entra el juego el reconocimiento del trazado. Al siguiente punto de control ya tenía dos minutos y medio. «Esto ya solo se me puede escapar a mí». El hueco aumentó hasta los cinco en el último avituallamiento, así que empezó a reservar. «Mi chip cambió por completo y tengo que decir que esos últimos kilómetros se me hicieron psicológicamente larguísimos. Iba descontando. Cuando me quedaban dos ya pensaba, aunque se rompa la cadena, llego corriendo», bromea alguien con muchas averías en su historial, incluida una en el campeonato de 2023 cuando iba en cabeza a 30 kilómetros de meta. «Es muy fácil tener un pinchazo porque bajamos muy rápido por todas las zonas técnicas».
Un sabor diferente
El tramo final de un gran objetivo como un campeonato de España es un repaso no solo de ese día, sino de toda la temporada. «Te caes, tienes muchos momentos de duda. Para mí es muy duro salir a entrenar un día y no estar bien. ¿Qué me pasa? O días que estás enfermo y no puedes quedarte tres días en casa, que es lo que te apetece, porque pierdes todo el estado de forma». En una tarea tan medible, de puro volumen de entrenamiento, una competición no deja de ser reflejo del trabajo anterior: no hay milagros. Si ya un deportista vive con las defensas al límite, un niño en la guardería es una mezcla explosiva. «Virus estomacales, resfriados… ¡y no se acaban! Cada tres semanas pillo algo».

La familia del ciclista de Carbonero celebra con él su victoria.
El Norte

Por eso el tercer título tuvo un sabor diferente. El primero fue el de la sorpresa. «No me creo lo que he logrado. Si hace unos años no montaba ni en bici y ahora estoy aquí con una medalla de oro colgada en mi cuello». La del año pasado, fue puro alivio, una demostración de que estaba bien tras un año en el que no habían salido las cosas. «De las veces que mejor lo he saboreado. Me había lesionado en verano, había tenido averías… Tenía mucha presión, era todo o nada».

La tercera es quizás la victoria de la madurez, de sentirse en control de todo lo que estaba pasando. «Estuve súper tranquilo, lo disfruté desde el principio. Y la llegada a meta fue brutal. Me libero de la presión, ya puedo chillar con rabia, dejo la bici y cuando me doy la vuelta veo a mi hijo correr como un loco hacia mí». El año pasado solo podía cogerle en brazos. «Me sentí más lleno que nunca. Igual que me pasa los virus, me da una felicidad… Aunque no me salgan las cosas, sé que mi hijo está bien y eso es lo más importante en esta vida. Eso te da tranquilidad y madurez como deportista».
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