Nadie puede negar que los grandes parques son esenciales en cualquier barrio. Estos lugares de esparcimiento abren ventanas en el hormigón de las ciudades para respirar, pero no son los únicos espacios que adaptan el urbanismo a la escala humana. Las pequeñas plazas, a veces producto de cruces de calles o de desarrollos urbanísticos incompletos, se convierten habitualmente en lugares de relación para los vecinos, constituyendo una suerte de oasis urbanos para parar y descansar. Al espacio público como nexo de las relaciones humanas dedica sus actividades la nueva edición de la Semana de la Arquitectura, que selecciona entre sus obras la reforma de la plaza Padre Rubinos, uno de estos pequeños oasis naturales entre el asfalto.

«Antiguamente, los jardines eran para verlos, para contemplarlos, pero ahora están demostrado científicamente sus beneficios para la salud en las ciudades densas, con poco espacio para la relación. Mucha gente vive sola y baja a la plaza a charlar, conocerse y relacionarse. Los espacios cotidianos del día a día tienen mucho valor», explica la arquitecta que diseñó la reforma del espacio, Mercedes Máquez.

«Están demostrados científicamente los beneficios de los jardines para la salud en las ciudades densas»

En 2021, el espacio pasó de ser un lugar de paso a convertirse en un lugar para quedarse, gracias a una intervención que ordenó el arbolado, enmarcó los bancos en vegetación y eliminó el vial que cerraba la plaza, lo que la abrió a la luz. «La plaza era muy chiquitita, unos 700 metros cuadrados, rodeada por una valla que cerraba los jardines, con un vial alrededor con tráfico y lugares para aparcar, una acera estrecha para acceder a los portales… era una plaza utilizada sobre todo por gente mayor, que a lo mejor no se desplaza ya para ir a un parque público más grande, sino al espacio que tienen cerca de su casa», explica la arquitecta.

El lugar, no obstante, no se prestaba a las necesidades de sus huéspedes habituales: bordillos, pavimento surcado de baches, árboles que interrumpían el paso y otras deficiencias de accesibilidad. La solución fue clara: abrir el espacio, iluminarlo y repoblarlo con color y coherencia. «Lo que se planteó inicialmente fue quitar el vial, y el Ayuntamiento lo entendió enseguida. Se perdieron algunas plazas de aparcamiento, pero se ganó amplitud, luz y accesibilidad. Se puede pasear sin miedo a tropiezos, porque en lugar de vallas y jardines perimetrales, hay un espacio fluido con jardineras organizadas que abrazan bancos. Son espacios recogidos para el descanso», comenta Máquez.

La vegetación elegida, una vez se eliminaron los árboles originales —debido a su deterioro, no se pudieron conservar— trata de contribuir a la «infraestructura verde» de la ciudad, que sirva como corredor para el intercambio de la biodiversidad. «Estos pequeños espacios vegetales tienen también su importancia, no solo para las personas, sino también para esta riqueza de biodiversidad», señala.

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