Lo primero que hace Enzo Vogrincic cuando nos sentamos a diseccionar su nuevo libro, La muerte del personaje, es quitar la faja editorial que lo envuelve y en la que aparece su fotografía. Parece algo sin importancia, pero es un gesto que define con aguda precisión lo que pretende transmitir en este proyecto. Esa intención tímida de anonimato continúa en una portada sobria junto a un título que juega entre la ‘muerte’ y la ‘suerte’, entre el personaje y la ausencia del mismo. Si su nombre no apareciese justo debajo y no perteneciese a uno de los actores más conocidos del cine, este libro sería una carta de amor a la actuación, un ensayo sobre los procesos creativos y un ejercicio catártico de autoconocimiento. Y eso es justamente lo que es.

Portada de ‘La muerte del personaje’, de Enzo Vogrincic.
Libros Cúpula / Planeta
“Si alguien se centra en la curiosidad por la persona, creo que se va a perder gran parte del libro”, contesta ante el temor de que los lectores puedan pensar que lo conocen tras esas casi 400 páginas. Y acepta el riesgo de que eso pase, incluso siendo lo contrario al objetivo artístico, porque La muerte del personaje también tiene algo de autobiografía, sin llegar a serlo: “Lo que intento acá es tomar a la persona como el foco, pero es una excusa y un tipo de vida, de la única vida de la que yo puedo hablar, que es la mía. La tomo como ejemplo para hablar de otras cosas”. Es más, esta obra ni siquiera pretende ser un libro, paradójicamente, pero es porque Enzo tampoco pretende ser un escritor.
A modo de diario, se mezclan sucesos de su infancia con otros de su vida previa como actor antes de que estalle el momento que nos trae hasta aquí y que vertebra la trama: La sociedad de la nieve. Las páginas relatan lo que sucede antes, durante y después, a veces, como autoayuda para entender cómo llega hasta ahí, otras, como diario de rodaje, y en ocasiones, casi como un desahogo con el que lee. De una u otra forma, todas conforman un repaso necesario de aquello que es demasiado bueno, demasiado intenso y que sucede demasiado deprisa. La escritura del actor se siente como bajar de las nubes –o de las montañas– y aterrizar, en este caso, en el folio en blanco: “Fue una gran excusa para hablar conmigo mismo”.
Y claro que los fieles seguidores de la película de Bayona encontrarán aquí algunos entresijos del casting, del montaje, de ese trabajo tan misterioso y enigmático que hay detrás de lo que se ve en pantalla. En algunos momentos, no se sabe con certeza si los conocemos a través de los ojos de Enzo o de Numa Turcatti (su personaje en la película), y quizás esa sea la única manera de llegar a cómo le atravesó la experiencia y, especialmente, el personaje. Tras el prólogo, la primera declaración de intenciones: “Uno no elige a los personajes, los personajes te eligen a vos”.

“Si alguien se centra en la curiosidad por la persona, creo que se va a perder gran parte del libro”.
Enzo Vogrincic
Sin embargo, en un libro que pretende precisamente matar al personaje, surge la primera duda: ¿te quedará algo de él? “Todos los personajes quedan en algún lugar […] De Numa me queda un gran valor por la amistad que yo tenía, pero no tan presente y, a partir de esto, me he reencontrado con la importancia que tiene en el día a día”. Y solo hace falta empezar a leer para darse cuenta de que esa amistad también es un pilar en el texto, así lo siente Enzo cuando desvela a uno de los culpables de esta escritura: su amigo Felipe, un personaje clave en el libro y una persona clave en su vida. Con él corrige, con él cambia partes del texto, repasa capítulos de su vida, con él se sienta a ordenar notas, a eliminar otras, con él se va a Bariloche a emprender este nuevo camino creativo y, esta vez, no lo sabemos porque nos lo haya contado, sino porque lo deja escrito. El proceso dentro del propio libro lo convierte en un metalibro quizás y, una vez más, en un ensayo sobre la creatividad, de dónde viene y cómo brota.