El Museo del Prado ha presentado este jueves la restauración de la pintura Felipe IV, a caballo, obra de Diego Velázquez, una intervención llevada a cabo gracias al patrocinio de la Fundación Iberdrola España, que participa como «miembro protector».


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El objetivo de esta acción ha sido poner en valor la «absoluta maestría» del pintor sevillano, tal como han señalado durante el acto de presentación.

El proceso de restauración, que se ha prolongado durante cuatro meses, ha estado a cargo de María Álvarez Garcillán. Gracias a su trabajo ha sido posible devolver a la obra su estructura original y recuperar su riqueza cromática, deteriorada por el paso del tiempo y por antiguas intervenciones que habían alterado parcialmente la superficie pictórica.

«Probablemente el cuadro esté ahora como solamente lo pudo ver Velázquez y su entorno más cercano», afirmó la restauradora durante la presentación.

Álvarez Garcillán, visiblemente emocionada, expresó que esta restauración ha sido «lo mejor» que le ha ocurrido en su trayectoria profesional. «La restauración nos permite acercarnos a la obra y ver su cara oculta y su cara vista, y comprender mucho más al autor», explicó.

Aunque la pintura se encontraba en buen estado general, presentaba ciertas alteraciones debidas a su historia material. Entre ellas, un barniz muy amarillento y una acusada decoloración en los bordes del lienzo.

«Es un cuadro que ha sido siempre la joya de la casa», subrayó. Parte del trabajo ha consistido en la retirada de estucos y repintes antiguos que, lejos de contribuir a la comprensión del conjunto, entorpecían la lectura visual de la obra. «Eran estucos muy burdos que en muchos casos no ayudaban a comprender el cuadro», puntualizó.

Por su parte, el director del Museo del Prado, Miguel Falomir, destacó la importancia de esta restauración al recordar que el museo posee «la mejor colección de retratos ecuestres de cualquier museo del mundo», una afirmación que considera digna de ser «celebrada y recordada».

Asimismo, señaló que la obra se presenta ahora «en unas condiciones extraordinarias» gracias al trabajo del equipo de restauración. «Un trabajo realmente extraordinario», insistió.

Velázquez ejecutó esta pintura en un momento de plenitud artística y sin la colaboración de su taller, lo que da cuenta del carácter singular de la pieza.

Su técnica combina pinceladas secas con otras cargadas de aglutinante, generando un juego visual que, desde la distancia, se traduce en formas perfectamente reconocibles: los ojos, las manos, el caballo, el cielo y el paisaje emergen con una naturalidad propia del genio sevillano.

Uno de los desafíos técnicos de la restauración fue el tratamiento de las bandas laterales que el propio Velázquez añadió para adaptar la obra al espacio arquitectónico del Salón de Reinos.

En concreto, la esquina inferior izquierda invadía parcialmente una puerta, y para resolver esta situación se procedió, en su día, a recortar ese fragmento y fijarlo sobre la puerta, de modo que quedara integrado al cerrarla.

Con el traslado al Palacio Nuevo (hoy Palacio Real), la pintura fue reentelada y dicha esquina fue cosida nuevamente al resto del lienzo. Aunque la huella de estas modificaciones sigue siendo visible, se ha reforzado su sutura para preservar la estabilidad del conjunto.

Durante la restauración también se eliminó el barniz oxidado que daba una tonalidad amarilla a los colores originales y se retiraron repintes que ocultaban detalles genuinos de la obra.

La reintegración cromática se ha abordado respetando las zonas con diferente grado de decoloración y considerando su impacto visual, logrando así una composición equilibrada y fiel al espíritu de Velázquez.

Este retrato ecuestre de Felipe IV es el único de la serie que incluye el espacio reservado a la firma del artista, aunque esta nunca llegó a estamparse. Representa al monarca en perfil riguroso, montado sobre un caballo en corveta, con armadura y en parada bengala.

A diferencia de otras representaciones regias donde se enfatiza el poder mediante el movimiento, Velázquez optó aquí por una imagen serena, inspirada en modelos como el Centurión o el retrato de Carlos V en Mühlberg de Tiziano.

La pintura fue realizada entre finales de 1634 y principios de 1635, durante un periodo de gran actividad en el que Velázquez recibió encargos para decorar el Salón de Reinos.

El paisaje de fondo evoca la región entre Madrid y la sierra de Guadarrama, en particular el entorno del Hoyo, un lugar familiar para el artista. Esta elección añade una dimensión naturalista a la imagen del monarca, reforzando su vínculo con el territorio.

La esquina inferior izquierda del cuadro, tradicionalmente reservada por Velázquez para colocar su firma en un papel pintado, permanece en blanco.

Este gesto deliberado sugiere que el autor consideraba su estilo tan personal y reconocible que no necesitaba firmar la obra. Así se reafirma su autoría y su maestría, avaladas por la ejecución íntegra del retrato sin intervención ajena.

«Esta restauración del retrato ecuestre de Felipe IV nos muestra cómo fue concebida la pieza original, también por uno de los grandes maestros de la pintura española, como es Velázquez. Gracias a esta intervención se le ha devuelto a la obra su aspecto original, mostrándose no solo como una obra magnífica en su aspecto y composición, sino recuperando su gran esplendor», concluyó Jaime Alfonsín, presidente de la Fundación Iberdrola España.