Entre 1634 y 1635 a Velázquez se le acumulaba el trabajo. Aparte de los cinco retratos reales ecuestres encargados para el Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro (los de Felipe IV, Isabel de Borbón, el Príncipe Baltasar Carlos, Felipe III y … Margarita de Austria), tenía entre manos ‘La rendición de Breda’ (‘Las Lanzas’), además de otros encargos para el Real Alcázar y la Torre de la Parada, el pabellón de caza. Por ello, el maestro se vio obligado a recurrir a colaboradores que le ayudaran. Uno de ellos fue Juan Bautista Martínez del Mazo, que se casaría con su hija Francisca. Velázquez se reservó pintar personalmente los dos retratos ecuestres más importantes: el de Felipe IV y el de Baltasar Carlos. De los otros tres, se encargó de la invención de las composiciones y delegó la ejecución a sus colaboradores, siempre bajo su supervisión y tutelando sus trabajos.

Después de la restauración

Imagen después - 'Felipe IV, a caballo', de Velázquez. Detalle

Antes de la restauración

Imagen antes - 'Felipe IV, a caballo', de Velázquez. Detalle

‘Felipe IV, a caballo’, de Velázquez. Detalle

Museo del Prado

El primero de la serie en restaurarse fue el del Príncipe Baltasar Carlos, en 2006. En 2011, la sala 12 del Prado (presidida por ‘Las Meninas’) recibió, tras dos años de ausencia a dos ilustres huéspedes: Felipe III y Margarita de Austria, retratados a caballo por Velázquez. Durante ese tiempo los cuadros fueron limpiados y restaurados por Rocío Dávila. Además, recuperaron su tamaño original. A los retratos ecuestres de Felipe III y Margarita de Austria se les añadieron en el siglo XVIII sendas bandas laterales de unos 50 centímetros, por lo que las composiciones, que eran verticales, pasaron a ser cuadradas, lo cual alteró completamente la lectura de los cuadros.

En febrero de este año, el que se presentaba, remozado, era el retrato de Isabel de Borbón a caballo, restaurado por María Álvarez Garcillán. Al ser llevado al Salón de Reinos, junto con el retrato de Felipe IV, con el que formaba pareja, se vio que no se adecuaban sus tamaños al espacio donde debían ser colgados. Así que fueron desplazados un metro. El propio Velázquez añadió hacia 1634-1635 en ambos lados de los retratos dos bandas laterales, de 30 centímetros cada una. Pero surgió un problema: como la ampliación con las bandas invadía el hueco de las puertas laterales que daban acceso al Salón de Reinos, se recortó un fragmento en la esquina de ambos retratos y se pegaron a las puertas para que giraran. Cuando se trasladaron al Palacio Nuevo (el actual Palacio Real) recuperaron su forma original: se mantuvieron los añadidos y se cosieron los fragmentos adheridos a la puerta.

Solo faltaba ‘Felipe IV, a caballo’ por pasar por ‘quirófano’. Tras el trabajo, en los últimos cuatro meses, de nuevo por parte de María Álvarez Garcillán y con el patrocinio de la Fundación Iberdrola España, el magnífico retrato ecuestre del Rey ya luce en la Sala 12. El Prado atesora, según su director, Miguel Falomir, «la mejor colección de retratos ecuestres del mundo». Aunque, como ocurre con todos los pintores, las obras que salen de sus talleres no son de la misma calidad. «La del retrato de Isabel de Borbón palidece frente a la del retrato de Felipe IV», apunta Falomir. Y es que éste es uno de los grandes retratos ecuestres de Velázquez. A unos metros, el de su valido, el conde-duque de Olivares.

Recreaciones del testero de entrada (sureste) del Salón de Reinos después de la ampliación de los retratos de los reyes

Recreaciones del testero de entrada (sureste) del Salón de Reinos después de la ampliación de los retratos de los reyes

Museo del Prado

Javier Portús, jefe de la Colección de Pintura Española del Barroco del Prado, destaca los valores atmosféricos que transmite Velázquez en este cuadro, los célebres «cielos velazqueños», que ha devuelto la restauración, y su magnífica técnica: «cada pincelada encierra una extraordinaria sabiduría». En la misma línea, María Álvarez Garcillán dice que la pincelada del artista es «precisa, certera, ágil, desenvuelta, inteligente. Con trazos inconexos, y combinando pinceladas diluidas con otras con mucho pigmento (en Velázquez no hay ninguna pincelada de más ni de menos), es capaz de recomponer el puzle, que reconocemos al alejarnos». El ojo del monarca, sus pestañas rubias, el caballo, el paisaje (el piedemonte entre Madrid y la sierra de Guadarrama)…

Sobre el estado de conservación del cuadro, advierte que es bueno, aunque presentaba anomalías: barnices oxidados que amarilleaban, repintes muy oscuros, pequeñas manchas, las bandas laterales habían perdido el color… Además, retiró los burdos estucos, posiblemente del XIX. La obra ha recuperado su riqueza cromática y su estructura original. Gracias a los estudios se pudieron descubrir los arrepentimientos de Velázquez. Aunque la restauradora prefiere hablar de cambios en la composición: «Velázquez no se arrepentía de nada. Es un pintor genial, de un gran ingenio y talento, con una gran formación humanista«.

Es el único de la serie de retratos reales ecuestres de Velázquez que contiene la declaración de su autoría. El artista solía incluir en la esquina inferior izquierda de los lienzos una hoja de papel para firmarlos. En este caso aparece en blanco: con ello quiere expresar que su estilo y su técnica son tan reconocibles que no necesitaba firmarlo. Asumió toda la ejecución de la obra, sin delegar el trabajo en su taller. Se inspiró en ‘Carlos V en Mühlberg’, de Tiziano, que cuelga a unos metros, frente a la puerta de entrada de la Sala 12, en la galería central, ya de color azul.