En profunda continuidad con la encíclica Dilexit Nos, en la que el Papa Francisco profundizó en el insondable misterio del amor divino y humano del Corazón de Cristo, el documento parte de las palabras del Señor: “Yo te he amado” (Ap 3,9), buscando resaltar el profundo vínculo entre el amor de Cristo y su llamada a acercarnos a los pobres.

 

El cuidado de los pobres forma parte de la gran tradición de la Iglesia, como un faro de luz que, desde el Evangelio, ha iluminado los corazones y los pasos de los cristianos a lo largo de la historia. Por lo tanto, debemos sentir la urgencia de animar a todos a optar por vida que nace del reconocimiento de la presencia de Cristo en el rostro de quienes sufren y viven en necesidad. Para nosotros, como cristianos, la cuestión de los pobres remite a lo esencial de nuestra fe, porque los pobres no representan una categoría sociológica, sino que constituyen la misma carne de Cristo.

 

Capítulo 1: Algunas palabras indispensables

El primer capítulo comienza retomando el pasaje evangélico en el que Jesús defiende a la mujer que, al reconocerlo como el Mesías sufriente, derrama sobre Él un perfume precioso. Al afirmar “A los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre” (Mt 26,8-11), Jesús revela que ese gesto, aunque pequeño, fue un gran consuelo para Él, demostrando que ningún gesto de afecto, incluso el más pequeño, quedará en el olvido, especialmente cuando está destinado a quienes están en el dolor, en la soledad, en la necesidad, como lo estaba el Señor en ese momento. Y es precisamente en esta perspectiva donde el afecto por el Señor se une al afecto por los pobres.

 

La primera figura en la que inspirarse es la del Santo de Asís. El joven Francisco renació al enfrentarse a la realidad de quienes son excluidos de la sociedad, son expulsados de la convivencia, lo que provocó un renacimiento evangélico entre los cristianos y en la sociedad de su tiempo que sigue inspirándonos incluso ocho siglos después. La “opción preferencial por los pobres” exhorta a una renovación en la Iglesia y en la sociedad, cuando logramos liberarnos de la auto referencialidad, permitiéndonos así escuchar “el clamor de los pobres”.

 

La ilusión de una felicidad basada en la riqueza y el éxito a cualquier precio alimenta una cultura que “descarta” a los demás, una cultura indiferente a la muerte por hambre o a las condiciones de vida indignas. El Santo Padre recalca que la pobreza, en la mayoría de los casos, no es una circunstancia accidental ni una elección, como sugiere esa falsa visión meritocrática según la cual solo tendrían méritos aquellos que han tenido éxito en la vida. Incluso los cristianos pueden dejarse influir por ideologías mundanas, como demuestra el hecho de que a menudo se desprecie o ridiculice el ejercicio de la caridad.

 

 

 

 

Capítulo 2: Dios elige a los pobres

Dios es amor misericordioso; se dirige a sus creaturas, preocupándose por su condición humana y, por lo tanto, por su pobreza. Precisamente para compartir las limitaciones y fragilidades de nuestra naturaleza humana, Él mismo se hizo pobre, compartiendo así con nosotros también la pobreza radical de la muerte. Se comprende claramente, entonces, por qué se puede hablar teológicamente de una opción preferencial de Dios por los pobres, “preferencia” que en ningún caso implica exclusión ni discriminación contra otros grupos.

 

Toda la historia del Antiguo Testamento sobre la predilección de Dios por los pobres y el deseo divino de escuchar su clamor alcanza su máxima expresión en Jesús de Nazaret. Cristo “se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres” (Fil 2,7). Se trata de la misma exclusión que caracteriza la definición de los pobres como excluidos de la sociedad. Jesús es la revelación de este privilegium pauperum. Se presenta al mundo no solo como Mesías pobre, sino también como Mesías de los pobres y para los pobres. De hecho, Dios muestra predilección por los pobres: en primer lugar, la palabra de esperanza y liberación del Señor se dirige a ellos, por lo que, incluso en condiciones de pobreza o debilidad, nadie debe sentirse abandonado.

 

Capítulo 3: Una Iglesia para los pobres

Desde su elección, el Papa Francisco expresó el deseo de que el cuidado y la atención a los pobres estuvieran más claramente presentes en la Iglesia. Este deseo refleja la conciencia de que ella “reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo”. En este capítulo se recogen diversos ejemplos de santidad que muestran ese cuidado de los pobres que siempre ha caracterizado la presencia de la Iglesia en el mundo.

 

Desde sus inicios, la Iglesia ha demostrado una preocupación constante por los pobres, por ejemplo, como se evidencia en la institución del diaconado por parte de los Apóstoles. Del mismo modo, a lo largo de los siglos, esta atención y cuidado especial hacia los últimos se manifiesta en muchos Padres de la Iglesia, en la misión de Congregaciones, tanto masculinas como femeninas, en la fundación de órdenes mendicantes y en el importante papel que tuvieron los monasterios como refugio y centros de formación para los más desfavorecidos. Más recientemente, esta misión ha continuado con el compromiso de muchos santos y santas con la educación de los pobres y el acompañamiento a migrantes y personas desfavorecidas, ya fueran enfermos, presos o esclavos.

 

El cuidado de los necesitados es una actividad constante en la vida de la Iglesia, que toma su forma también en recientes movimientos populares, que abogan por la defensa de los derechos de los pobres frente a las causas estructurales de la pobreza.

 

Capítulo 4: Una historia que continúa

La vertiginosa evolución tecnológica y social ocurrida en los dos últimos siglos, caracterizada por trágicas contradicciones, no solo ha sido padecida, sino también afrontada y analizada por los pobres (por ejemplo, los movimientos de trabajadores, mujeres y jóvenes). También la contribución de la doctrina social de la Iglesia posee en sí misma esta raíz popular que no debe pasarse por alto. Sería impensable su relectura de la Revelación cristiana en el contexto de las realidades sociales, laborales, económicas y culturales contemporáneas sin reconocer el aporte de los laicos cristianos, quienes han sabido afrontar los retos de su época.

 

El magisterio pontificio ha abordado la cuestión social mediante encíclicas como la Rerum novarum (1891) de León XIII y la Mater et Magistra (1961) de Juan XXIII. Aunque al comienzo el Concilio Vaticano II no prestó mucha atención a este tema, gracias al impulso de Juan XXIII y Pablo VI, adquirió un papel central, subrayando la cercanía de la Iglesia a los pobres y los que sufren. Documentos como Gaudium et Spes y Populorum progressio reafirmaron el destino universal de los bienes. Durante el Pontificado de Juan Pablo II se consolidó la opción preferencial por los pobres como expresión de la caridad cristiana. Posteriormente, en su Encíclica Caritas in veritate (2009), Benedicto XVI vinculó el amor al prójimo con la búsqueda del bien común real, denunciando los límites de las instituciones. Por su parte, el Papa Francisco valoró la contribución de las Conferencias Episcopales en Latinoamérica. En continuidad con ello, el magisterio ha reiterado en distintas ocasiones que la misión de la Iglesia está intrínsecamente unida a la justicia y a la solidaridad universal.

 

La Iglesia dirige su atención hacia dos elementos fundamentales: el reconocimiento de la existencia de “estructuras de pecado” responsables de generar pobreza y desigualdades extremas, y la necesidad de considerar a los pobres como “sujetos” capaces de construir su propia cultura, en lugar de considerarles destinatarios de caridad. Por lo tanto, se les reconoce como sujetos de evangelización y promoción humana integral, un recurso para toda la Iglesia, gracias a su sabiduría y experiencia.

 

Capítulo 5: Un desafío permanente

De ello se deduce que la historia bimilenaria de la Iglesia con los pobres es parte esencial de su camino. El cuidado de los pobres forma parte de la gran Tradición de la Iglesia, como un faro de luz que, desde el Evangelio, ha iluminado tanto los corazones como los pasos de los cristianos a lo largo de los siglos. Por lo tanto, debemos sentir la urgencia de invitar a todos a esta vida que brota del encuentro con Cristo reflejado en el rostro de los necesitados y de los que sufren.

 

Los cristianos no deben percibir a los pobres como un problema social, sino como un “asunto familiar”, son “uno de los nuestros”. En este sentido, la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) nos invita a reflexionar sobre nuestra disposición ante el que yace herido en el camino. Las palabras “Ve, y procede tú de la misma manera” (Lc 10,37) constituyen un mandato en nuestra vida cotidiana.

 

En conclusión, la Exhortación Apostólica recuerda cómo el amor cristiano trasciende cualquier frontera, acerca a los lejanos, une a los extraños y convierte en familiares a los enemigos. Es profético, obra prodigios y no conoce límites. Una Iglesia que no pone límites al amor, que no tiene enemigos, sino solo hombres y mujeres a quienes amar, es la Iglesia que el mundo necesita. A través del trabajo, el cambio de las estructuras injustas y los gestos de ayuda personal, el pobre podrá sentir las palabras de Jesús: “Yo te he amado” (Ap 3,9).