Sin permiso de Amin Maalouf, para encabezar este artículo he copiado el título del libro que el autor –nacido en Líbano y residente en Francia– escribió en 1998. Maalouf cuestiona la idea simplista de identidad como algo único o fijo. La identidad de cada persona es compleja y poliédrica, compuesta por múltiples pertenencias a grupos distintos. En definitiva, cada persona tiene su propia e irrepetible identidad. Maalouf critica la idea de una identidad prioritaria y exclusiva, reducción peligrosa porque conduce a la confrontación.
Y, es que, pese a que la identidad tiene el aspecto positivo de darnos sentido de pertenencia, también tiene aspectos negativos, ya que puede usarse como una etiqueta que enfrenta: nosotros y ellos. Por ello, Maalouf no es partidario de focalizar en una única identidad, que fácilmente se convierte en bandera que moviliza pasiones y odios.
Xavi Jurio
Por otro lado, dice Maalouf: “Nunca se sabe dónde acaba la legitima afirmación de la identidad y dónde se empieza a invadir los derechos de los demás”. Eso lo saben bien las derechas, que siempre han puesto el acento en la identidad: nacional, “racial” o religiosa, porque ha sido una manera de generar derechos para unos mientras se les restaban a otros. Vean, si no, a Alberto Núñez Feijóo proponiendo un visado por puntos para los inmigrantes.
Lo que no es habitual, y sin embargo ya lleva unos años ocurriendo, es que cierta izquierda se haya sentido atraída por la identidad –otras distintas a las de la derecha– cuando lo propio de estas formaciones ha sido siempre el bien común y el universalismo. Con esa fijación por la identidad, una parte de la izquierda se ha alejado de la lucha de clases y la redistribución económica que la concernían.
Es un error ver el feminismo como una política identitaria, cuando no lo es
Otros aspectos negativos de la identidad exclusiva y prioritaria en los que ha caído esa izquierda son el relativismo y la subjetividad.
El relativismo cultural o moral sostiene que no existen verdades universales ni criterios objetivos válidos para todos, sino que cada cultura o identidad define su marco de valores. Pongamos por caso que una determinada cultura –la cultura siempre influye poderosamente en la identidad– tiene la abstrusa costumbre de casar a niñas con hombres mayores; bien, pues sostener, en nuestro país, que debemos respetarlo porque pertenece a su identidad constituye un ejemplo no solo de relativismo cultural sino también de grave atentado contra los derechos humanos.
Y la subjetividad de algunas identidades no responde a aspectos externos reconocibles y medibles, sino a sentimientos. Por ejemplo, yo me siento francesa porque mi madre lo era, he sido educada en una cultura francesa e incluso he vivido años en Francia. Sin embargo, naturalmente, nadie puede otorgarme un pasaporte francés porque no he nacido en Francia ni tengo la nacionalidad francesa.
Y ese ejemplo nos lleva a otra cuestión que es preciso tener en cuenta respecto a la identidad. Y es que no solo depende de lo que una persona sienta como identidad, sino de que el grupo al que se adscribe la reconozca como perteneciente a él. Volviendo al ejemplo anterior, nadie me consideraría comprendida en el grupo “ciudadanía francesa” por mucho que yo me sienta así.
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Gemma Lienas
El feminismo es uno de los movimientos que se citan en muchos de los libros que en los últimos años se han publicado, desde una perspectiva de izquierdas, criticando esas políticas identitarias. A mi modo de ver, incurren en un error: ver el feminismo como una política identitaria, cuando no lo es.
El feminismo busca conseguir que las mujeres, que son el 51% de la población, y no un colectivo, sean consideradas seres humanos con los mismos derechos que los hombres. Porque las mujeres, a lo largo de los siglos, han sido vistas como seres de segunda clase por los hombres. Serían muchos los ejemplos de misoginia que podría poner, desde Aristóteles, que juzgaba a la mujer un varón defectuoso, hasta Freud, que las creía más inclinadas a la envidia, a los celos y menos sensibles a los intereses de la comunidad.
Las mujeres, a lo largo de la historia, han tenido que callar y acatar. La lucha por salir de ese pozo y vivir en igualdad con los hombres es lo que se conoce como feminismo. Y, no, no es una identidad.