En 1926 la obra de Joan Miró aterrizaba por primera vez en Nueva York. Y lo hacía por la puerta grande, adquiridos por una colección pública comisariada por Ketherine S. Dreier. La respuesta entusiasta fue inmediata. «La pintura mironiana es un auténtico mensaje procedente … de Marte», escribiría el crítico Henry McBride. Nacía así una historia de amor que pronto convirtió al genio catalán en uno de los artistas más influyentes en todo Estados Unidos. Tanto es así que, en 1941, el Museum of Modern Art (MoMA) le dedicaba una retrospectiva junto a otro genio catalán, Salvador Dalí. Ningún museo europeo se había atrevido a hacer algo así todavía. «Uno entraba a la pinacoteca y podía elegir ir a la izquierda y ver la obra de Miró o ir a la derecha y ver la de Dalí. Desde el principio, se quiso separar a Miró como otro surrealista más. Preferían verlo como el gran precursor de la nueva abstracción», comenta Marko Daniel, director de la Fundación Joan Miró.

El icónico edificio diseñado por Sert acoge ahora la exposición ‘Miró y los Estados Unidos’, un total de 138 obras para celebrar la unión del artista con sus coetáneos americanos. Organizada junto con la Phillips Collection de Washington y patrocinada por la Fundación BBVA y la Fundación Puig, la muestra cuenta con grandes obras de gente de la talla de Louise Bourgeois, Alexander Calder, Sam Francis, Arshile Gorky, Franz Kline, Roberto Matta, Jackson Pollock, Mark Rothko o Robert Rauschenberg, entre muchos otros. Las diferentes piezas entran en diálogo con las obras de Miró en un fascinante diálogo que demuestra que la influencia fue mutua y muy rica.

El 12 de febrero de 1947 Joan Miró aterrizó por primera vez en los Estados Unidos. Le acompañaban su mujer, Pilar Juncosa, y su hija, María Dolors. «Tengo ganas de sumergirme en el tumulto de Nueva York», gritaría al aterrizar después de años y años de posponer el viaje por diferentes motivos. Pasó mes y medio en la gran manzana, mientras preparaba el mural del hotel Terrace Plaza, de Cincinnati. Esto le dio tiempo de reunirse con muchos amigos de su etapa surrealista en París, exiliados en Nueva York, y conocer a la nueva generación de artistas emergentes que vivían entonces en la ciudad de los rascacielos, americanos y de todas las partes del mundo. Sus viajes, entonces, se harían recurrentes. «Sentí una de las emociones mayores de mi vida al sobrevolar Washington de noche. En avión se ve todo», diría en 1959, cuando visitó la capital estadounidense.

Una influencia de ida y vuelta

Miró es un héroe para la vanguardia estadounidense. Eso parece evidente. Pero una de las mayores sorpresas que presenta la exposición está precisamente en descubrir como Miró se inspiró también en el joven arte norteamericano, sobre todo a la hora de descubrir la pintura gestual y de acción, así como los grandes formatos que el artista explotaría después con sus grandes murales. De esta forma, y hasta el próximo 22 de febrero, se podrán comparar los cuadros de Miró, con las obras de de Kooning, Rothko, Pollock y compañía y ver los diálogos abiertos que se establecieron unos con otros.

Este diálogo queda más claro que nunca en la contraposición de la serie ‘Constalaciones’ de Miró, con los trabajos de Jackson Pollock o Janet Sobel, la gran precursora del ‘dripping’, esto es, dejar caer al azar gotas de pintura sobre un lienzo. Por primera vez, se pueden ver las dos caras de los cuadros de las constelaciones de Miró, tal y como quería el artista. De esta forma, vemos sorprendentes dibujos detrás de las pinturas originales. «Me gustan especialmente el entusiasmo y la frescura de los pintores norteamericanos. Su fuerza y vitalidad son inspiradores», diría Miró en la revista ‘Possibilities’ en 1947.

La muestra también traza las complicidades que Miró tuvo con grandes artistas, como Alexander Calder. Por ejemplo, está expuesta el retrato tridimensional o máscara que Calder realizó de Miró o la escultura del propio Calder que había en la casa del arquitecto y buen amigo de Miró, Josep Maria Sert. «Se escribían cartas creativas entre ellos y Miró no dudó en afirmar que la influencia de Calder había sido vital en su obra posterior», afirma Daniel.

Otro de los elementos estrella de la exposición son tres cuadros de grandes proporciones llegados desde el MoMA. Se trata de ‘Lanzando una piedra a un pájaro’, del propio Miró, de 1937. Además, se pueden ver comparados ‘Jardín en Sochi’, de Arshile Gorky, de 1943 y ‘Naturaleza muerta del zapato viejo’, también de Miró. Entre el resto de obras, también destacan las de mujeres como Henrietta Myers o Corinne Michelle West, obligadas en su tiempo a firmar como hombres.

En 1968, coincidiendo con el asesinato del candidato presidencial Robert F. Kennedy, Miró aterriza por última vez en Estados Unidos. El 13 de junio recibe un título honorífico de la universidad de Harvard. Visita entonces el MoMA por última vez y cierra su particular historia de amor con el país norteamericano. A partir de febrero, la exposición viajará a Washington, cerrando el círculo de una muestra fascinante.