Desde que los premios Nobel de la Paz empezaron a otorgarse en 1901, un total de cuatro presidentes de Estados Unidos han recibido este prestigioso galardón. El primero fue Theodore Roosevelt, que en 1906 fue honrado con esta distinción por su mediación en el … choque entre dos imperios: uno en decadencia (Rusia) y otro ascendente (Japón). Los esfuerzos de TR hicieron posible que el conflicto librado entre 1904 y 1905 no se convirtiera en una guerra mundial. Además, en la conferencia de Algeciras de 1906, desplegó toda su habilidad diplomática para evitar un choque entre Francia y Alemania en África del Norte.
El presidente Theodore Roosevelt fue el primer ocupante de la Casa Blanca que no se consideraba a sí mismo como un actor secundario en Washington. Y también fue el primer estadista que recibió el Premio Nobel de la Paz y el primero en ser cuestionado. La izquierda noruega argumentó que TR era un imperialista «loco por lo militar», que había completado la conquista americana de Filipinas. Los periódicos suecos incluso escribieron que Alfred Nobel se estaría revolviendo en su tumba.
El segundo presidente de Estados Unidos galardonado fue Woodrow Wilson en 1919 por sus incansables esfuerzos en favor de la paz y su visión de un nuevo orden internacional tras la Primera Guerra Mundial. Con sus famosos Catorce Puntos, Wilson promovió el derecho de autodeterminación de pueblos sometidos a diversos imperios y desempeñó un papel decisivo en la creación de la Sociedad de Naciones para evitar nuevos y devastadores conflictos.
En 2002, en vísperas de la invasión de Irak, Jimmy Carter se convirtió en el tercer presidente de Estados Unidos premiado con el Nobel de la Paz, como reconocimiento a su extenso trabajo fuera de la Casa Blanca para la búsqueda de soluciones pacíficas a los conflictos internacionales, el avance de la democracia y los derechos humanos y la promoción del desarrollo económico y social.
Y finalmente, en 2009 y con menos de un año como presidente, Barack Obama fue premiado por sus extraordinarios esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y fomentar la cooperación entre las naciones. No obstante la verdadera razón fue el repudio de la Administración Bush y su respuesta militar al 11-S, especialmente la invasión de Irak, que se llevó a cabo en contra del mandato de Naciones Unidas y con la falsa atribución al régimen de Sadam Husein de armas de destrucción masiva.
La pregunta obligada ante la insistencia de Donald Trump en convertirse en el próximo nobel de la Paz es ¿qué tienen en común los cuatro presidentes premiados? La respuesta esencialmente tiene que ver con el papel de Estados Unidos en el mundo. Los cuatro representan un esfuerzo por superar el tradicional aislacionismo americano y funcionar como una fuerza constructiva en el mundo. Más idealismo que realismo, más multilateralismo que unilateralismo. Y por qué no decirlo, más valores que intereses transaccionales.
El presidente Trump no encaja en esta tradición. En sus nueve meses de mandato ha desmantelado el sistema multilateral de comercio internacional, se ha alineado con Putin y ha acorralado a Zelenski en el despacho oval, ha retirado a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud y del Acuerdo de París contra el cambio climático, ha cuestionado las vacunas y ha desmantelado la ayuda al desarrollo. Además de enfrentarse a todos y cada uno de los aliados de Estados Unidos, sin dejar de desacreditar a Naciones Unidas.
El propio Alfred Nobel anticipó en su testamento quién debía ser merecedor del premio: «La persona que más o mejor haya contribuido a fomentar la hermandad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos permanentes, y el establecimiento y la promoción de congresos de paz».
Donald Trump quiere desesperadamente superar lo grotesco de su personaje y que el mundo le tome en serio. Pero no debe ser a costa de que no nos volvamos a tomar en serio el premio Nobel de la Paz.