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A principios de este año, lo que para la antropóloga de la Universidad de Tulane Daniella Santoro y su esposo, Aaron Lorenz, empezó como un día como otro cualquiera acabó convirtiéndose en toda una aventura. Cuando se disponían a limpiar el jardín situado en el patio trasero de su casa, como por arte de magia hicieron un inesperado descubrimiento arqueológico: una lápida romana del siglo II. Pero ¿de dónde procedía esta misteriosa lápida?
Lo que el matrimonio desconocía en ese momento es que la lápida había «desaparecido» hacía décadas de forma misteriosa de un museo italiano. Al parecer se descubrió cerca de Civitavecchia, en Italia, ciudad que en época romana fue conocida como Centumcellae, un importante puerto imperial al noroeste de Roma. Durante la Segunda Guerra Mundial aquella zona sufrió intensos bombardeos y el museo de la ciudad quedó prácticamente destruido, lo que provocó que muchas de sus piezas desapareciesen de forma misteriosa y no volviese a saberse nada de ellas. Hasta ahora.
Volviendo al singular hallazgo, lo primero que llamó la atención de Santoro fue la inscripción en latín. De inmediato pensó que podía tratarse de los vestigios de un antiguo enterramiento y se puso en contacto con Ryan Gray, arqueólogo de la Universidad de Nueva Orleans, que confirmó que la propiedad no estaba construida sobre ningún cementerio. «Hemos mapeado muchos lugares de enterramiento, especialmente aquellos relacionados con comunidades de esclavos, pero este no era uno de ellos. La clave estaba en la inscripción», ha explicado el arqueólogo.
Expolio tras la guerra
Desgraciadamente, su latín no era lo suficientemente bueno como para lograr traducir la inscripción, y mando varias fotos de la misma a sus colegas en Austria y en la Universidad de Tulane. Por suerte Susann S. Lusnia, experta en estudios clásicos de Tulane, reconoció rápidamente el objeto y afirmó que se trataba de una lápida romana que tenía grabada una inscripción funeraria dedicada a un marinero que vivió hace 1.900 años llamado Sexto Congenio Vero.
Pero lo más que más sorprendió a todos los implicados es lo que les acabó confirmando la propia Lusnia: que aquella lápida era la misma que había desaparecido del museo de Civitavecchia durante la Segunda Guerra Mundial.

Detalle de la lápida de mármol de época romana encontrada en un jardín de Nueva Orleans.
Detalle de la lápida de mármol de época romana encontrada en un jardín de Nueva Orleans.
Ryan Gray
Como era más que evidente que la lapida había sido robada, Lusnia y Santoro se pusieron en contacto con la Coalición de Antigüedades (una organización no gubernamental que trabaja para detener el saqueo y el tráfico de antigüedades en todo el mundo) que, a su vez, avisó al Equipo de Delitos Artísticos del FBI, especializado en la repatriación de patrimonio cultural saqueado. Finalmente, el FBI puso a buen recaudo la lápida para garantizar su protección hasta que pudiera ser devuelta con garantías a sus legítimos propietarios.
Pero llegados a aquel punto todos se hacían la misma pregunta: ¿Cómo terminó una lápida romana en el patio trasero de una casa de Nueva Orleans? En un principio, la investigación se enfocó en un vecino que sirvió en la Marina de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial; se pensó que este hombre pudo haberla traído consigo. Sin embargo, los registros de servicio del Museo Nacional de la Segunda Guerra Mundial confirmaron que el militar solo había servido en el Pacífico, no en el Mediterráneo, por lo que quedó descartado como culpable.
Finalmente, las pesquisas llevaron a los investigadores hasta los registros del ejército de los Estados Unidos, que confirmaron que la 34.ª División del Quinto Ejército pasó por Civitavecchia después de la liberación de Roma en 1944, por lo que sería muy plausible que uno de los soldados que integraban la división se hubiese llevado la lápida, seguramente sin conocer la importancia histórica que tenia aquel «souvenir».
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En la actualidad, la lápida se encuentra bajo la custodia del FBI y se espera que pronto pueda ser devuelta al Museo de la Ciudad de Civitavecchia. «Es un caso excepcional en el que la curiosidad local propició la recuperación de un objeto antiguo. Aunque quizá nunca sepamos con exactitud quién lo trajo aquí, lo importante es que al final podrá volver a casa», concluye Ryan Gray.
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