Antoñita Bronchalo, conocida como Lupe Sino en la prensa rosa de la época, consiguió que Julio Aparicio fuera invitado a la casa del ganadero del campo charro Atanasio Fernández. La novia de Manolete era amiga de los padres de Aparicio, quien allí, inquieto … tras un burladero, vio torear al mito cordobés en una posición privilegiada hasta que este se hartó, se giró y le soltó: «Nene, estate quieto ya, que no paras de moverte». «Desde que ha venido Arruza, Manolete está que bufa», recuerda riendo Aparicio que se decía entonces en tono burlón, pero lo cierto es que Manuel Laureano Rodríguez Sánchez «era una gran persona».

Ha pasado tanto tiempo de aquello que el joven aspirante de ayer es hoy el decano de los toreros, y a sus 93 años es noticia por doble motivo. Primero porque este 12 de octubre se cumple el 75 aniversario de su alternativa junto con Litri en Valencia –a ambos se la dio Joaquín Rodríguez ‘Cagancho’, el gitano de los ojos verdes–. Y segundo porque al contrario de lo que ocurre con los Ordóñez, donde Cayetano parece haber agotado la dinastía, en la familia Aparicio ha surgido otra ilusión, la cuarta generación. Se llama como el bisabuelo, como el abuelo y como el tío y este verano, en la Maestranza de Sevilla, ganó el XXXVIII Ciclo de Promoción de nuevos valores.

«¡Y cómo torea! No se parece a nadie, es único», asegura el abuelo sobre su nieto, de momento novillero sin picadores. Y eso que, al principio, no le hacía gracia que continuara el legado, sabedor de lo difícil, y con frecuencia cruel, que es este mundo. Los dos reciben a ABC en la residencia que comparten en la madrileña avenida del Doctor Arce, una vivienda inundada, claro está, de tauromaquia.

Las hemerotecas no cuentan la historia del primer Aparicio, modesto banderillero cuya carrera se truncó en una plaza de pueblo –la de Turégano, en Segovia– debido a una terrible cornada en el muslo derecho en 1931. «Se tiró un año y tres meses en el Sanatorio de Toreros», afirma su hijo, que no se arredró ante la desgracia. A los 14 mató un novillo y dos años después empezaba a funcionar. La España de 1948 vestía aún de luto por Manolete, muerto la temporada anterior en Linares. Sin embargo, su apoderado, José Flores ‘Camará’, más listo que el hambre que intentaban disfrazar las cartillas de racionamiento, tuvo una idea: había que generar esperanza.

La revolución

«Le hablaron a Camará de mí y se hizo cargo», resume Aparicio. A continuación, ese hombre enigmático que no pisaba la calle sin las gafas negras, reclutó a Miguel Báez ‘Litri’ para terminar de armar la revolución. Durante dos cursos, los de 1949 y 1950, las novilladas ganaron por goleada a las corridas. Increíble. La gente se volvía loca con la pareja Aparicio-Litri, de estilos opuestos y «siempre juntos» en un centenar y pico largo de festejos. Aparicio, de finas maneras, dominador, jamás escuchó un aviso; Litri, abonado al tremendismo, citaba al toro de lado a lado del ruedo y provocaba el ‘ay’ en los corazones desbocados del público.

Basta un ejemplo. La Feria de San Jaime de Valencia de 1950, del 24 al 29 de julio, se programó en exclusiva con novilladas y el dúo de moda toreó las seis: cinco acompañados de un tercero y la última mano a mano. Tal fue el éxito que regresaron el 12 de octubre –Día de la Raza, durante el franquismo– para doctorarse de manos de Cagancho y con ganado de Antonio Urquijo. La tarde, no cabía otra opción en un coso a reventar, resultó triunfal. Aparicio y Litri pasearon orejas a pares y sendos rabos, siendo llevados en hombros hasta el hotel.

Curiosamente, la unión se disolvió cuando saltaron de escalafón. Mientras que la trayectoria de Litri fue irregular entre idas y venidas, Aparicio se mantuvo en combate casi dos décadas, hasta 1969 –salvo un paréntesis entre 1962 y 1964–. La lista de grandes toreros con los que se batió el cobre abarca varias decenas: Pepe Luis Vázquez, Luis Miguel Dominguín, Antonio Bienvenida, Antonio Ordóñez, Manolo Vázquez, Antoñete, Pedrés, los hermanos Girón, Gregorio Sánchez, Jaime Ostos, Diego Puerta, Curro Romero, Paco Camino, El Viti, El Cordobés o Palomo Linares.

«Tenía una afición de miedo», afirma Aparicio como secreto para estar a la altura de tanto gallo. Lo contemplan once puertas grandes en Las Ventas: cuatro de novillero y siete de matador. A Ordóñez le dio la alternativa en Madrid, a Antoñete en Castellón y a Rafael de Paula en Ronda. Y si se le pregunta por su cartel favorito, se acompañaría de Pepe Luis y Ordóñez para lidiar un encierro de Atanasio Fernández.

Incluso hubo margen para una escapada a Beirut, donde transformaron una ciudad deportiva en redondel y se reunieron 60.000 espectadores ante el asombro de Aparicio, Juan Bienvenida y Mondeño, exhibidos como gladiadores. Santiago Córdoba, enviado especial de este periódico, escribió en su crónica que un chiquillo pidió al presidente del Gobierno libanés que «se le permita bajar al ruedo a torear, ya que su deseo es morir en los cuernos de un toro. Como contestación, Saeb Salam ha ordenado que se le encarcele». «No he visto más mujeres en mi vida, las había a barullo», rememora Aparicio.

Le hizo caso y ha estudiado

Menos novelesca es la historia del último de la dinastía. El cuarto Aparicio hizo caso al abuelo y estudió; y a sus 22 años se ha graduado en Marketing y Publicidad, pero también «llevaba tiempo buscándome la vida, haciendo tapias, yendo a tentaderos», así que este curso ha cambiado la universidad por la Escuela de El Juli, los apuntes por los trastos. Y la cosa ha fluido como si no quedara más remedio.

«Creo que es el destino el que hace que uno saque lo que lleva dentro. A mí me gustaba torear, siempre lo he tenido ahí y hemos tirado ‘pa’lante’ a perseguir un sueño», confiesa. «Estamos rodando; sumaré unos 20 festejos entre novilladas y festivales», añade alguien a quien «todavía voy a sitios y me preguntan si soy de la familia».