La inspiración “más profunda” del Premio Nobel de Literatura de 2025, László Krasznahorkai, es “la amargura”. “Me entristece mucho pensar en la situación actual del mundo”, dijo este jueves cuando le llamaron desde el comité noruego que le otorgó el galardón, poco después del anuncio. “Son tiempos muy, muy oscuros”, ahondó el escritor de 71 años, nacido en una Hungría comunista convertida hoy, bajo el mandato de Viktor Orbán, en modelo de gobierno iliberal entre la internacional ultra. En este mindo convulso que tanto le afecta, para el nuevo Nobel “el régimen húngaro es un caso psiquiátrico”.

Krasznahorkai, que conoció la libertad durante una estancia en una universidad de Berlín oeste, emprendió el vuelo en cuanto cayó el telón de acero. Ha vivido en Alemania, Italia, Francia, Grecia y Estados Unidos, entre otros. Ahora reparte su tiempo, casi autoexiliado, entre Trieste, Viena y, a ratos, en su casa, cerca de Budapest. Para él, en una Hungría cada vez más aislada —donde Orbán suma casi 20 años de Gobierno, 15 de ellos ininterrumpidos— ­“no queda esperanza”.

“Orbán y compañía hablan de nuestra historia como si fuera gloriosa. Es más que ridículo. La historia de Hungría solo consiste en pérdidas”, manifestó en una entrevista en febrero en el diario sueco Svenska Dagbladet. Sus declaraciones desataron la furia de los medios y las élites afines al primer ministro. Eran un claro desafío a uno de los pilares del Gobierno ultraconservador, nacionalista y populista, que se proclama defensor de las tradiciones y de la patria, y que promete recuperar una supuesta grandeza pasada frente a lo que consideran el declive de Occidente.

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“La democracia es muy frágil”, dijo en la misma entrevista, en la que criticó a las “masas ignorantes con derechos”. Orbán ha arrasado en las urnas desde 2010 y ha encadenado supermayoría tras supermayoría en el Parlamento húngaro. Sin oposición funcional —hasta ahora, cuando un nuevo contendiente, Péter Magyar, pone en riesgo por primera vez su reelección—, el primer ministro ha ido modificando la Constitución a su antojo. Gracias a esa potente herramienta, ha ido capturando a paso firme las instituciones, la economía, la justicia, los medios de comunicación y hasta las universidades.

Las redes que ha ido tejiendo el Gobierno húngaro en todos los poderes del Estado y la corrupción que ha propiciado, le está costando al país miles de millones de euros de fondos europeos, congelados por la Comisión Europea. Orbán necesita el dinero, pero de alguna forma el castigo le sirve de munición en su batalla contra Bruselas. Los choques son permanentes: por sus envites al Estado de derecho, por atacar a la comunidad LGTBI, a las ONG, a los medios independientes. Al más puro estilo del Kremlin, con quien cultiva una relación más que amistosa mientras perpetra la siguiente escaramuza contra la Unión Europea.

A Krasznahorkai esa cercanía de Orbán con el presidente ruso, Vladímir Putin, y su postura en la guerra en Ucrania, le “llena de horror”. Así lo expresó a Yale Review en enero, después de publicar en la misma revista An Angel Passed Above Us (Un Ángel nos ha pasado por encima), que aborda las trincheras embarradas de la guerra en Ucrania y la globalización tecnológica. “Hungría es un país vecino de Ucrania, y el régimen de Orbán está adoptando una postura sin precedentes”, opinó.

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Fue en ese contexto en el que tildó al Gobierno húngaro de “caso psiquiátrico”. “¿Cómo puede un país ser neutral cuando los rusos invaden un país vecino y llevan casi tres años matando a ucranios?”, se preguntaba el escritor, que ultima el lanzamiento en Hungría de su próximo libro, La seguridad de la nación húngara. “Y es el líder de un país el que dice esto, un país que ha sido invadido constantemente a lo largo de la historia. Entre otros, por los rusos. Y estos rusos son los mismos rusos”.

El espanto del Nobel, la amargura ante esos tiempos oscuros de los que habla, incluye esa guerra, el auge de la extrema derecha, los autoritarismos, y el vertiginoso desarrollo tecnológico, incluyendo la Inteligencia Artificial. “Mientras se libra una guerra fundamentalmente del siglo XX, alguien habla de que pronto iremos a Marte. Espero que Putin y sus simpatizantes sean los primeros pasajeros”, dijo en la misma conversación.

Su pesimismo con su país, entregada “a la moda ser de extrema derecha”, viene de lejos, como explicó en conversación con EL PAÍS hace un año. “Yo ya estaba decepcionado de Hungría cuando aún vivíamos en el comunismo. No ha sido ninguna sorpresa que los húngaros seamos incapaces de construir una democracia”, decía, en una reflexión sobre la condición humana que hacía extensible a otros países, como Estados Unidos, que han caído ante “falsos profetas”.

“Los canallas saben perfectamente cómo manipular”, dijo en otra entrevista con este periódico. Pero incluso en estos tiempos oscuros, nada es eterno. “Las mentiras de los políticos hoy solo duran un periodo electoral, no toda una vida”, añadió el “maestro del apocalipsis”, como le definió Susan Sontag. Hasta Orbán, el dirigente más veterano de la UE, ve que su tiempo puede estar agotándose. Este jueves, incluso el primer ministro, ante todo ultranacionalista, felicitó a Krasznahorkai: “Es motivo de orgullo para nuestra nación”, dijo en X.