Los aficionados que poblaron los tendidos de Vistalegre el 4 de octubre de 2002 -en aquella retirada mágica de Carabanchel mano a mano con El Juli– han esperado 23 años para reencontrarse con el maestro Curro Vázquez, quien este domingo regresa a Las Ventas a sus 74 años con la fortaleza inmanente de su alma torera, traspasada por la revelada pujanza de su ilusión, los secretos últimos de su maestría y con el prodigio de llegar hasta donde nadie había llegado con su edad.
Refugiado en sitios acordes con su necesidad de estar solo y sin atender al teléfono, en el campo, donde apenas se ha aliviado ante semejante compromiso, ha vivido, se ha recreado y ha andado fenomenal -con la solvencia de su conocimiento y la intuición- delante de los novillos.
La llamada de Morante de la Puebla -que actuará por la mañana y por la tarde- para contar con él para el festival beneficio del monumento de Antonio Chenel ‘Antoñete’ que ya se puede ver en la explanada de la plaza de toros y con el ‘No hay billetes’ colgado, fue una premonición recíproca.

El maestro Curro Vázquez junto a Morante de la Puebla en la inauguración de la estatua de Antoñete este sábado en Las Ventas. / Plaza 1
«Curro es un torerazo», decía otro maestro, Rafael de Paula, en la habitación del hotel Victoria en la que se cambiaba el torero de Linares horas antes de cortarse la coleta aquella tarde de octubre: «Es muy difícil hacerlo tan fácil, tan natural, tan sentido. Ahora que se va, no queda nadie que sepa coger un capote, mecerlo, cimbrear la cintura a compás».
El añadido perdido tras el cornalón
Este domingo no hará el paseíllo con aquel añadido que se arrancó esa tarde maldita del 2 de junio de 1983 en el quirófano de Las Ventas, cuando, desangrado, tuvo la fuerza de quitárselo y lanzarlo contra el suelo de la enfermería mientras los médicos intentaban atajar la hemorragia de la femoral. Nunca volvería a encontrarlo, probablemente, porque algún médico se lo quedaría como reliquia.
«Hay toreros, muy pocos, que se han ganado a ley el reconocimiento de los profesionales. Curro es uno de ellos. Es un torero de referencia para todos los demás, un modelo, un arquetipo», decía Pepe Dominguín también el día de su despedida. Eso es que Curro es esos toreros que se convierten en espejo y ejemplo para las nuevas generaciones, y paradigma para sus compañeros, convirtiéndose en lo que muy pocos consiguen: ser torero de toreros, maestro de maestros.
Las estadísticas demuestran que Curro Vázquez ha toreado más de un centenar de veces en el coso de la calle de Alcalá, pero semejante dato implica un desgaste tan grande que muchas veces ha terminado asfixiándole, sin dejar de lado nunca el valor de la fidelidad y el respeto a una forma de torear, la esencia definitiva de una época del toreo que se va con él para siempre.
Curro Vázquez era (es) una especie de torero en vías de extinción, un matador de otro tiempo que prefería quedarse en casa antes de anunciarse en condiciones adversas.
¡No te vayas! ¡No te vayas!
En México, donde pasó su juventud, conoció a Gaona, al viejo Armillita, al Soldado, a Lorenzo Garza e incluso tuvo la oportunidad de conversar pausadamente con Cagancho, exiliado en la capital y tertuliano habitual en las trasnochadas: «El toreo es sentimiento, arrebato, arte. Por eso hay que hacer las cosas despacio, con naturalidad». Y él lo ha llevado a cabo.
¡No te vayas! ¡No te vayas!, te imploraba el público de Madrid tras aquella faena a ‘Monjito’ de Alcurrucén, la única cabeza que tiene colgada en su casa. Este domingo también te lo dirán. Porque eres de esos que llevaba en la masa de la sangre una admirable propensión a la torería. Es lo que hizo siempre con un concepto originalísimo y una asombrosa sabiduría. Con él, el toreo llega a un fin de trayecto o, más propiamente, a una virtud extrema que es ejemplo para tantísimos toreros. ¡Suerte, Curro!