En el caso de Illma Gore, la frase «lleva el arte en las venas» no está tan alejada de ser literal. Quizá en las venas no, pero sí en la piel. Para la artista estadounidense (aunque australiana de nacimiento) no solo es su trabajo y su profesión, también es su forma de ser.
Y así lo expresa su cuerpo, que poco hueco vacío de tinta tiene ya. De hecho, bajo el nombre de Tattoo Me, ha hecho de si misma el lienzo de una obra de arte llena de tatuajes. Esa es una de sus muchas expresiones artísticas aunque por la que más se la conoce es por la pintura.
En específico por una obra que realizó en 2016: Make America Great Again. El dibujo muestra al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, completamente desnudo y con un micropene. «Hubo mucha más gente que no lo entendió», dice la artista en conversación con este periódico.
«La motivación principal no era tanto la mofa de Trump, sino el hecho de argumentar que tu cuerpo físico no determina tu estatus, tu clase o tu poder», explica Gore.
Insultos, amenazas… «Una vez iba por la calle y un hombre se bajó del coche y me pegó un puñetazo en el ojo». Por esa pintura, en el país estadounidense está considerada algo parecido a una «terrorista». Hace unos meses decidió mudarse a Brisbane, en Australia, para alejarse de Los Ángeles, donde ha vivido siempre.

Dejar de hacer críticas con su arte no está en sus planes. «Siempre ha sido así, pero no me daba cuenta de que mis pinturas eran controvertidas. Simplemente, hacía lo que sentía», cuenta. «Siempre voy a hacerlo. Incluso si estoy sin hogar y sin dinero, seguiré haciéndolo. Si Trump me llama terrorista y me arrestan, lo haré en prisión».
En esta ocasión, llega a Madrid no solo para ‘desnudar’ a Trump. Son más de 25 personajes políticos, tanto actuales como históricos -reyes, dictadores, presidentes o papas, incluso- los que están representados en un óleo de más de tres metros de largo en forma de los mitológicos querubines, los pequeños bebés con alas, desnudos, llorones y grotescos.
Death of Eros es el nombre de esta pieza central de una exposición titulada Apocalypse Now. Obama, Isabel II de Inglaterra, el Papa Francisco, Stalin, Putin o Adolf Hitler son algunos de los querubines que se pelean en un cielo tormentoso. Una escena que está inspirada en el Juicio Final y donde la intención es representar el poder «infantil, frágil y caricaturesco». «Los bebés tienen berrinches, como los políticos».
«Es el sentimiento que me genera la política hoy en día. Y eso que incluyo a figuras que me gustan. Me encanta Barack Obama, pero eso no significa que no haya tenido que tomar decisiones polarizadoras. Es importante verlas todas juntas. Ver cómo todas esas decisiones se afectan mutuamente», dice.

La obra de Illma Gore, ‘Death of Eros’.
Imaginart
Se trata de un cuadro en el que invirtió más de 100 horas y que se puede visitar (junto con el citado dibujo de Trump u otras obras de la muestra) hasta el 11 de enero en el Museo La Neomudéjar en la capital. Antes ya ha pasado por Barcelona este verano de la mano del mismo comisariado, Imaginart.
«Me gusta más exponer en Europa que en EEUU», expresa Gore, que antes ya ha pasado por galerías de Londres y Suiza en el continente. «Aquí mi arte se comprende mucho mejor, porque hay un contexto histórico y una serie de legados de los antiguos maestros como Goya, por ejemplo, que no hay allí. El público puede estar en desacuerdo con lo que estás pintando y aun así respetar y apreciar el trabajo», argumenta.
Ser artista
Las vivencias que ha tenido a lo largo de sus 33 años de vida también han influido en la artista que es ahora. Cuando tenía 15 años se quedó huérfana y empezó a entrar y salir del sistema de protección de menores: «No te controlan realmente».
«Mi madre murió con deudas, y yo firmé por accidente una parte de ellas». Por eso, comenzó a trabajar en restaurantes, cobrando en negro, 90 horas a la semana por el salario mínimo. «Me di cuenta de que nunca iba a salir del ciclo de pobreza, simplemente porque no tenía una estructura de apoyo».

Illma Gore junto con el dibujo original de Make America Great Again, también expuesto en el Museo La Neomudéjar.
Inés Gilabert
El momento clave fue cuando tenía 17 años. «Estaba sentada en la playa con una bolsa de basura con todas mis cosas. No podía alquilar un lugar para vivir porque no tenía 18 años, así que dormía dónde podía. En ese momento pensé: si voy a estar así el resto de mi vida, ¿por qué no simplemente pintar? No tiene sentido seguir haciendo hamburguesas».
Pudo ahorrar unos 40.000 dólares y decidió invertirlos. «Nadie me conocía, pero era buena en lo que hacía. Así que participaba en exposiciones colectivas, festivales, hacía pintura en vivo… Y en menos de un año, me patrocinó una gran compañía cervecera».
«En cada exposición a la que iba, vendía mis cuadros. Me di cuenta de que la gente compraba mis obras porque conectaban conmigo, se veían reflejados en esas piezas. Así que me fue bien muy rápido», narra.
Sin embargo, cuenta que «hay años muy buenos y otros no tanto». «Es algo que fluctúa. Hoy puedo vender una pintura por 50.000 dólares, pero si no consigo vender más, 50.000 al año no es un gran ingreso».

Exposición Apocalipse Now de Illma Gore en el Museo La Neomudéjar.
Inés Gilabert
Aun así, «no lo cambiaría». «No me veo siendo otra cosa». Su pasión le viene de su madre y su abuela.
«Me di cuenta hace unas semanas de que probablemente estoy viviendo la vida que mi madre habría querido para ella. Y eso me hizo bastante feliz. Aunque a mi madre no le gustaría mi arte», dice entre risas.
Obras y polémicas
Otro de los puntos clave de su carrera tuvo lugar durante un evento de pintura en directo en Australia, en 2013. «El Primer Ministro eliminó el matrimonio gay y me enteré en ese momento. Yo estaba furiosa. Estaba pintando el retrato de un perro cuando sucedió y lo rayé con un aerosol rojo muy dramáticamente», relata.
Según explica, «al día siguiente cogí una bicicleta y me recorrí la ciudad con el torso desnudo y un cartel a favor de la igualdad de derechos. En Australia es bastante polémico estar desnuda en lugares públicos (en Los Ángeles es más común). Yo soy una persona que expresa su enfado a través del arte. Fue una forma de defenderme a mí misma».
A partir de ahí, ganó popularidad: «Empecé a recibir encargos y a vivir con ingresos mínimos, pero ganándome la vida con mi arte». En ese momento, decidió comenzar con su obra favorita Human Canvas o Tattoo Me. «Gané 100.000 dólares en una noche».
El proyecto trata de tatuarse diferentes cosas que le manda la gente por una donación de 10 dólares: palabras, nombres, pequeños dibujos… Actualmente, tiene más de 5.000 tatuajes. «Para mí es la obra más profunda. Llevar las historias de la gente en mi piel».
Memorias como una propuesta de matrimonio que incluso se grabó en directo mientras la estaban tatuando o una pareja llamada Marina y Dick a la que separó el cáncer de este último. «Tengo un Excel con todas las historias y todos los tatuajes que hay en mi cuerpo. Algún día me gustaría poder hacer una especie de gráfico interactivo con cada uno de ellos».
Es autora también de otra polémica obra realizada un año después del retrato de Trump: Loo-uis Vuitton. Un váter forrado con bolsos de Louis Vuitton en el que invirtió tres meses y 15.000 dólares para comprar las piezas originales y que vendió por 100.000 dólares. Una crítica al capitalismo y el consumismo que le propició las presiones de la marca.
«Cada vez que empiezo una obra, tengo 20 años de ideas acumuladas. Las dejo fluir todas. Finjo que existo en un vacío y que no hay nadie más. No me quiero dejar influir por cómo la gente las vaya a percibir».
Para ella, es algo que debería extrapolarse a cualquiera que se dedique al arte. «Yo creo que todos deberíamos usar todos los medios posibles para hablar de lo que está pasando ahora mismo en la geopolítica: en Ucrania, en Gaza, en tu propio gobierno. No importa en qué parte del mundo estés. Si eres artista, deberías estar pintando sobre ello, cantando sobre ello, haciendo lo que puedas para generar conciencia».