El pediatra de Pontevedra Gerardo López Fuentes ha iniciado una particular cruzada contra el uso de pantallas en la población infantojuvenil movido por los efectos negativos que tienen en el desarrollo y la salud los dispositivos tecnológicos, considerados hoy «la primera causa del déficit de atención».
Mientras la industria del entretenimiento se afana en conseguir más likes y descargas, el especialista ha decidido iniciar una gira de charlas gratuitas en Pontevedra y otros concellos de la provincia con un doble objetivo: instruir a los padres sobre los riesgos que entrañan tablets, videojuegos y móviles, y divulgar cómo se puede hacer un uso responsable de esta tecnología que cada vez come más terreno a los libros y juegos de patio.
La primera ponencia la ofreció el pasado viernes en la Escola Infantil de A Parda y a día de hoy ya tiene «en cola» unas cuantas. En todas ellas pretende poner el foco en los efectos de las pantallas, cuyo impacto varía en función del tipo de dispositivo y la edad del espectador.
Desde la televisión al teléfono móvil
Según explica a este periódico, la televisión es el medio que se puede considerar más inocuo, pero aún así «afecta a la profundidad del sueño» y ya hace años se comprobó en Estados Unidos que los niños que tenían acceso a estos aparatos «tenían un 10% menos de vocabulario».
Las tablets también perjudican descanso y, entre muchos otros estudios, el pediatra alude a uno que probó que los menores de entre 3 y 5 años que veían dibujos animados durante nueve minutos en este dispositivo «recordaban un 40% menos» de la información que se le ofrecía a posteriori respecto a los que no se exponían a la pantalla.
El diagnóstico empeora cuando toca hablar de las videoconsolas portátiles y, particularmente, de los videojuegos con «multiestímulos sensoriales» en los que se suceden sonidos, recompensas y efectos audiovisuales de alto impacto. Un caramelo para los sentidos que, según López, favorece la «irritabilidad y la ansiedad» y que, de nuevo, resta atención y capacidad de concentración: «Cuando juegan a estas cosas es muy común que los niños no escuchen a sus padres, porque como no se ponen de color de malva ni emiten ruidos de sirena, no se logra captar su atención».
El problema se agrava todavía más con el uso del teléfono móvil y, sobre todo, con las redes sociales, cuya capacidad para morder la autoestima y generar dependencia ya es de sobra conocida. «Pasa, por ejemplo, con Instagram. Cuando los chicos consiguen el primer like (me gusta) reciben un pequeño chute de dopamina, pero luego ya no es suficiente con uno, sino que quieren recibir dos, diez, cien, mil…. Y así se enganchan a esas cosas», explica el especialista.
López afirma que en su consulta todavía no ha visto casos de insomnio, ansiedad o autolesiones como los que recientemente se han relacionado con el videojuego Roblox. Sin embargo, afirma que sí percibe «muchísima preocupación» entre algunos padres por el impacto de las pantallas y la falta de indicaciones precisas sobre cómo actuar.
¿Qué se debe hacer para garantizar un uso responsable?
El especialista indica que la mejor estrategia es suplantar el uso de las pantallas por el ejercicio físico, la música y, especialmente, la lectura. En su opinión, «el mejor instrumento de todos para prevenir estos problemas» y una de las herramientas clave para mejorar no solo la inteligencia intelectual, sino también la inteligencia emocional y social, «igual de importantes o más».
Asimismo, aboga por seguir las recomendaciones de sociedades científicas como la propia Asociación Española de Pediatría (AEP), la cual aconseja restringir el uso de las pantallas hasta los seis años. En estos casos indica que se pueden hacer excepciones, como videoconferencias con familiares que viven lejos, y que cuando la conciliación se atraganta se puede autorizar el uso de dispositivos. Eso sí, durante el mínimo tiempo posible y siempre por debajo de una hora al día, «porque a partir de ese tiempo es cuando ya aparecen los daños significativos».
Entre los 7 y 12 años también considera permisible una hora diaria de pantallas, solo que incluyendo en el cómputo el tiempo que se utilizan en el colegio o para hacer los deberes. A partir de esa edad, el tiempo se amplía a dos horas por jornada, si bien se deben contabilizar también todos y cada uno de los dispositivos, desde el ordenador y la tablet a la televisión.
En cuanto al acceso al móvil, confirma que «existe discrepancia» sobre la edad recomendada, pero que los últimos estudios aconsejan esperar a los 18 años. «Hay padres que necesitan introducirlo antes para poder contactar con su hijo, pero pueden recurrir a un teléfono de teclado, porque la llamada del voz no produce ningún tipo de daño», explica.
Paralelamente, subraya la importancia de contar desde los siete años con aplicaciones de control parental que permitan supervisar tanto las horas de uso como el contenido. Más ahora, cuando se ha comprobado que en España «la iniciación a la pornografía está en los 8,3 años», una edad tremendamente precoz que hace necesario «controlar el acceso a las web que se consultan».
A esto añade la importancia importancia de dedicar tiempo de calidad a los hijos y de predicar con el ejemplo, teniendo en cuenta que en las etapas iniciales se actúa por modelaje. «No le puedes decir a tu hijo que tome espinacas si tú no las comes y con las pantallas pasa lo mismo. Además, hay un dato importante. Hay estudios que indican que si a un joven de 16 años lo expones al tabaco, tiene un 90% de probabilidades de ser fumador. En cambio, si lo expones a los 20 años, el riesgo es prácticamente, porque ya tiene mejor estructurado su cerebro. Por eso es muy importante enseñar a hacer un uso responsable de los dispositivos desde muy pequeños», reitera el pediatra, «antes más pesimista» con todo esto, pero ahora «mucho más optimista». «La buena noticia es que los padres podemos luchar contra esos efectos», remarca.
Unos dispositivos que rebajaron el coeficiente intelectual
López, que pasa consulta en Pontevedra, explica que la causa que le ha movido a iniciar esta particular contienda encuentra sus orígenes en una reflexión que hizo ya hace más de 15 años, cuando concluyó que la puericultura debía ir más allá de la asistencia puramente clínica y traspasar las fronteras de las consultas para llegar al quid de la cuestión: el núcleo familiar.
«Que un catarro dure más o menos tiempo no va a modificar el futuro de los niños. En cambio, si los padres tienen herramientas educativas se va a poder obtener un mejor desarrollo del autocontrol y, con esto, más posibilidades de que sus hijos puedan tener un nivel de estudio alto, un buen trabajo y crear una familia que funcione bien», explica a este periódico.
Tras ese punto de inflexión comenzó a introducir «estrategias educativas» en las primeras consultas que se producen tras el nacimiento, divulgando cuestiones como la importancia de establecer horarios para la alimentación y el sueño, instaurar límites en el comportamiento o trabajar la empatía.
Con el paso del tiempo comprobó que esas instrucciones surtían efecto, a lo que se sumó el seguimiento de psicólogos referentes en normas educativas que le hicieron conocer el efecto Flynn. Un fenómeno que responde el nombre del investigador neozelandés que descubrió el cociente intelectual de los seres humanos se había incrementado de forma sorprendente en todos los países a lo largo del siglo XX.
Este índice de inteligencia experimentaba entonces un crecimiento de entre dos y tres puntos durante cada década, asociado a mejoras en la salud, la educación e incluso a dispositivos como la televisión o los primeros sistemas informáticos. El problema, según dice, es que en 2008 se comprobó el efecto contrario y que el coeficiente intelectual había bajado ocho puntos en diez años en los países avanzados. No así en territorios en vías de desarrollo, lo que hizo «empezar a sospechar que esto tenía que ver con el uso de las pantallas».
Posteriormente empezaron a realizarse investigaciones que relacionaron el empleo de estos dispositivos con la pérdida de atención y la disminución de la concentración, hasta llegar a la conclusión de que «hoy en día hay hay más niños con pérdida de atención por el uso de pantallas que por razones de tipo genético, que era lo que sucedía antes».