
Hay libros a los que se llega por recomendación, de un prescriptor fiable o de tu insistente compañera de trabajo. Hay otros que, a base de estar en todas las librerías despiertan tu curiosidad y luego están los que, simplemente, son de esa escritora que siempre tendrá un espacio en tu concurrida estantería. Además, los tiempos modernos nos han traído otra posibilidad a la hora de sumar lecturas, las redes sociales. Y así es como he conocido a mi primer libro favorito de este otoño, publicado hace tres décadas.
Porque Yo que nunca supe de los hombres lleva casi un año apareciendo en reels, publicaciones de prescriptores de libros y vídeos de Tik Tok en las manos de expertos en la materia que han encontrado en la obra de Jacqueline Harpman, como yo, su nueva novela de cabecera. Esa que no puedes dejar de recomendar, que quieres que tus amigas lean para comentarla o que estás deseando regalarles.
Porque en sus ciento ochenta páginas la escritora belga cuya familia paterna fue deportada a Auschwitz, plantea un universo distópico que resulta tan reconocible como sorprendente. Una propuesta literaria que, para muchos, es El cuento de la criada de la Generación Z.
La mente, un arma poderosa
En Yo que nunca supe de los hombres, Harpman narra la historia de cuarenta mujeres que llevan encerradas en un sótano bajo tierra tantos años que han perdido la noción del tiempo. Los hombres que las vigilan les impiden escapar y controlan que no exista el contacto físico entre ellas, no les dirigen la palabra y se limitan a impedir que traten de quitarse la vida.

Portada de la edición española del libro de Jacqueline Harpman, Yo que nunca supe de los hombres.
Alianza
Entre las cuarenta mujeres hay una joven que, cuando fue privada de su libertad, era todavía una niña. Ha crecido allí, todo el mundo que conoce se encuentra entre aquellas paredes, por lo que muchas cosas le resultan ajenas. Desde los sentimientos que se pueden desarrollar a lo largo de la infancia al concepto de privacidad que se presume de algo tan íntimo como ir al baño. El retrete estaba en medio de su celda, todo lo hacían frente a sus compañeras.
«Estaba todo el rato de mal humor, pero no lo sabía porque no conocía los términos que designan los estados de ánimo», revela la narradora al comienzo de su relato. Sin embargo, cuando descubre que su mente es una poderosa arma con la que combatir las penurias a las que están condenadas, todo cambia y pasa de ser una más a convertirse en una silenciosa líder que, como poco, es capaz de fijar la duración de las rutinas a las que se ven sometidas.
Preguntas para una novela
Cuando un día suena una alarma y los guardias desaparecen, la suerte está del lado de las mujeres y una puerta queda abierta. Y con la narradora como pionera en la huida, las mujeres salen al exterior. Ellas, que invirtieron tanto tiempo imaginando a cuánta distancia se encontraban del mundo civilizado, descubren que lo que les rodea no es lo que imaginaban, pero eso no impedirá que emprendan una marcha en busca de aquello que un día fue su vida.

Portada de la edición estadounidense de Yo que nunca supe de los hombres.
Transit
El principal valor de Yo que nunca supe de los hombres es todo aquello que la narradora y protagonista de la historia no conoce. Porque al igual que le resultan ajenos sentimientos o elementos propios de una rutina común, tampoco está determinada por todos los condicionamientos que, voluntaria o involuntariamente, se adquieren en una sociedad patriarcal. Cuando descubre que puede pensar por sí misma, que en su mente no hay barreras, como no las hay después en la celda, alcanza la libertad de existir, tiene el control sobre su vida y el poder de ser ella misma.
Puede que el desenlace de esta historia no nos ofrezca las respuestas a las preguntas que surjan, pero eso no es un defecto. Simplemente nos permite interpretar abiertamente lo leído y plantearnos si, en realidad, la autora escribió sobre el mundo que se encontraron los judíos tras la II Guerra Mundial o si, simplemente, quiso escribir una novela sobre la conexión entre las mujeres, la exploración de la identidad o el despertar intelectual. No importa, porque lo que es seguro es que Yo que nunca supe de los hombres se quedará contigo para siempre.



