Hace casi una década, cuando el periodista Martín Sivak trabajaba en un libro en el que reconstruía la vida fascinante y poco esperable de su padre, el banquero Jorge Sivak, evaluó varios títulos. Uno de ellos era una frase que ese hombre singular que fue Jorge Sivak repetía: “A llorar a la llorería”, cuando reclamaba que se asumiera una derrota. Finalmente, el libro se tituló El salto de papá (Seix Barral), pero la idea de aquella sentencia no desapareció y ahora nombra el nuevo título del autor: La llorería (Alfaguara), una historia que nace del diario de un fracaso amoroso y se despliega como las raíces de una planta, hacia otros vínculos en los que siempre hay intensidad, derrotas, algunos logros y sobre todo la intensidad de la vida.

–¿Todo acontecimiento de una vida es materia potencialmente literaria o, para vos, solo algunos hechos de tu vida pueden ser abordados desde un libro?

–En un sentido genérico todo acontecimiento es materia y hay una larga fila de personas que escribieron sobre lo que no parece posible escribir. En mi caso, sólo puedo escribir sobre algunos temas y descarto muchísimos por pudor y otras razones. Esa idea de poder decirlo todo me queda lejísimo, aunque me guste como lector en algunos casos.

–La llorería articula distintos ejes: por un lado, una separación; por otro, una expedición de trabajo en varios viajes y una amistad. ¿De qué manera construiste una zona de encuentro entre esos dos ejes y también de esos con otros que los van atravesando y enlazando?

–Era inicialmente el diario de una separación –y no para publicar– que ordenaba la desesperación y en paralelo empecé a escribir para salir de ese agobio sobre un viaje de Buenos Aires a Tijuana entre 2002 y 2003 que hice con Sean Langan, un documentalista británico, que hizo unas diez películas, casi todas sobre Medio Oriente y que fue secuestrado por los talibanes. En el primer intervalo, en septiembre de 2002, Sean viajó a Londres para asistir al nacimiento de su primer hijo y yo volví a Buenos Aires para, sin saberlo, asistir a los últimos días de la vida de mamá que llevaba casi un año y medio con un cáncer. De esas tres historias inconexas salió este libro y esas presencias fuertes que mencionas, como la de los amigos y amigas y mi hijo mayor, son también decisivas.

–Hay una dicotomía muy notable entre la manera de vivir los vínculos amorosos del narrador y la relación que tuvieron sus padres, a través del prisma que muestran las cartas de su madre. ¿Cuánto hablan esas cartas de esa mujer, cuánto de una época y cuánto de un ideal de pareja?

–El libro no tenía final, no podía encontrarlo. Y cuando a finales del año pasado me mudé, encontré cartas de mamá a papá de cuando él estaba preso en el 69. Había algo muy conmocionante porque era leer a alguien casi desconocido que exponía a sus 26 ese ideario de pareja y familia en un sentido que hoy diríamos tradicional. Hablan de una época y de la tensión en esas parejas entre la que una parte que la vida debía consagrarse al cambio social y la otra parte, en este caso mamá, que pensaba más en términos de organizar el transatlántico de la familia: el casamiento, la primera casa, los hijos. Leerlas –me llevó tiempo descifrar la letra– era también conocer esa situación única de espiar a los padres a la distancia. En este caso, casi 55 años más tarde.

–La decepción amorosa es un tema frecuente en la narrativa y también riesgoso: el melodrama y la exageración de quien padece acechan sin piedad. ¿Te inquietaba, al escribir, que la historia se fuera de registro?

–Me inquietaba muchísimo todo eso que decís. Un diario íntimo es un diario íntimo y su pasaje a diario de un libro a publicarse necesitó de una reescritura prolongada. En esa reescritura fui viendo cómo vivía esa exageración, el melodrama que hacen que esos sentimientos y ese dolor parezcan únicos hasta que un día, en un subte, repararé en lo evidente: la mayoría de los pasajeros había estado en ese lugar y que ese dolor es universal. Encontré un registro que no sé si es el superador, pero el que consideré publicable. Fui armando una biblioteca de lecturas o relecturas que fueron como acompañamientos: en un comienzo los primeros tomos de Knausgard, en particular Un hombre enamorado, Una novela rusa de Carrére y con los años sumé otros autores –y varios de sus libros– como Vivian Gornick, Annie Ernaux, Joan Didion, María Moreno y más.

–Durante muchos años trabajaste los géneros periodísticos. El salto de papá se asomó a un espacio personal, pero con las herramientas del periodismo. ¿De qué manera La llorería irrumpe en esa serie?

–Siempre escribí libros de temas que me importaran mucho, aunque no fuera tan evidente que tuvieran un interés público y no siguieron un plan general. Desde los 19 años a los 25 nada me importaba más que escribir, denunciar a Hugo Banzer Suárez, el único dictador latinoameriacno que volvió al poder por las urnas, y escribí mis dos primeros libros sobre él: un asesinato que encargó en la Argentina y su biografía no autorizada. Los que siguieron, que fueron sobre otros temas variados, como la historia de Clarín (que fue mi tema de tesis doctoral en Historia), respondían a ese patrón de interés, obsesión. La llorería responde a eso mismo, pero la forma es distintas. Ese diario, la vida y la muerte de mamá, el viaje con Sean Langan y los años de nuestra amistad me han importado mucho y encontré acá una manera de reunirlos, aunque sea de manera cruzada. El siguiente libro creo será sobre un objeto más externo.

–Durante todo el libro, el periodismo aparece como tu oficio, sobre el que con frecuencia tenés una mirada crítica. ¿Cuáles pensás que son los nudos más problemáticos del momento que atraviesa el periodismo y su cambio de sistema de financiamiento en la actualidad?

–Desde los 13 o 14 años empecé a decir que quería ser periodista y hasta los 30 fue el centro de todo lo que hacía. Conviví entonces y convivo ahora con los problemas de la urgencia y esa situación nada original en la que tenemos que a veces escribir sobre temas sobre los que no tenemos la más remota idea. No quisiera subirme a un banquito sobre cómo se debe hacer buen periodismo. Con raras excepciones, y yendo a la segunda parte de la pregunta, el buen periodismo necesita de tiempo y dinero y eso es un problema mayor cuando no hay ni lo uno ni lo otro y las audiencias ansiosas encuentran su interés por fuera de la prensa tradicional.