Viernes, 1 de agosto 2025, 02:00
Como fue corrida de dos hierros la que se vio este jueves en el inicio de la tradicional feria guipuzcoana de Azpeitia se abrieron en lotes distintos. Por capricho se inventó hace veintitantos años la idea de llamar a esa clase de corridas «desafíos ganaderos», y así se anuncian. Como si lo fueran. No lo son, Y no lo fue para nada esta de Azpeitia. De haberlo sido, habría ganado la partida con ventaja Loreto Charro. Y la habría perdido Vellosino por descalificación.
No tres sino cuatro toros de Loreto Charro porque, lisiado o descoordinado tras encelarse con el caballo de pica -descabalgado el picador en el encuentro de una primera y única vara-, el segundo de corrida fue devuelto y entró en juego un sobrero codicioso y repetidor que acabó contando como uno de los dos de buena nota. Fue de muy buen son el sexto, el mejor de la corrida. Un cuarto brocho venido abajo, la cara entre las manos, fue el de menos interés, solo que Morante lo toreó a la voz con tanta calidad que pareció el toro lo que no fue.
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Primera de feria
Soleado, bueno. No hay billetes. 3.900 almas. Dos horas y media de función. Tres toros -2º bis, 4º y 6º- de Loreto Charro y tres de Vellosino (Manuel Núñez), jugados de impares. Morante, aplausos y saludos desde los medios. Daniel Luque, una oreja y oreja tras aviso. Juan Ortega, palmas y oreja.
Dos de los toros de Vellosino acababan de cumplir los cuatro años. Brocho el primero, cornicorto el tercero, de muy pobre trapío. Algo más ofensivo un quinto badanudo, gargantillo y coletero con un punto más de presencia que los otros dos pero todavía menos fuerzas que cualquiera de ellos.
Vestido con un precioso terno púrpura y oro, Morante partió plaza con el brocho, le pegó por la mano izquierda suaves lances rematados con una revolera monumental y, antes de que el toro se rebrincara, parara y defendiera, cobró asentado dos tandas en redondo bien tiradas y una última, previa a la igualada, rematada a pies juntos. Una estocada ladeada de muerte lenta.
A Juan Ortega le costó acoplarse con un tercero de salida gaseosa y distraído que se movía en oleadas y repuso embestidas por falta de gobierno. Lances despaciosos de compás en el recibo, un inoportuno desarme en el remate y una faena movida, de trazo y logros desiguales pero a más. Un terrible bajonazo la mandó al olvido. Daniel Luque se empeñó en una faena tesonera, de suma suficiencia técnica para robar al toro embestidas clandestinas, desganadas. A tenaza los muletazos bien cosidos. Y una excelente estocada.
De modo que el otro desafío, el de los tres de terna, se resolvió con los toros de Loreto Charro. Luque anduvo fácil y sobrado con el sobrero, receloso por la mano izquierda pero de muy buen aire por la derecha. Más técnico que inspirado, se adornó antes de montar la espada con sus personales muletazos cosidos en tirabuzón sin apenas rectificar. Un alarde. Y un sopapo.
Bruscote
La faena seductora llevó la firma y el sello de Morante. Con el único toro bruscote de los tres de Charro. Un cuarto que estaba por ver cuando Morante brindó a Joxin Iriarte, la cabeza de la comisión taurina de Azpeitia, y con el que se plantó en los medios con solo seis muletazos sonoros: tres ayudados por alto seguidos abrochados con el de pecho, y el molinete inverso abrochado con un natural. Y pareció empezar otra corrida pues la faena, planteada fuera de las rayas -de firmeza indiscutible con el de la Puebla descolgado de hombros-, tuvo por clave mayor el toreo a la voz, la voz con que tuvo Morante que provocar las embestidas y traerse al toro hacia dentro, y obligar sin forzarse.
Cuando se arrancó la banda, dejaron de oírse las secas voces de llamada. Y cuando ni a la voz quiso el toro, Morante le pegó en el pitón un cachete. Breve pero a más, calentó la faena. Al atacar con la espada Morante resbaló. Un pinchazo, media tendida y un descabello. Lo sacaron a saludar a los medios.
Con el toro más serio de la corrida se esmeró Ortega en el recibo a la verónica -amplias y lentas-, juntando también en una faena dividida en capítulos, cambiante estrategia, sin unidad pero sembrada de aciertos y golpes escénicos de gracia y, al cabo, una sensación de autoridad. Y una estocada notable.
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