La impresionante y perturbadora nueva novela de Joyce Carol Oates, (Lockport, Nueva York, 1938), El señor Fox, explora el daño profundo y extendido que puede causar un sociópata movido solo por su propio interés.

El señor Fox

Joyce Carol Oates

Traducción de Ismael Belda
Alfaguara, 2025
720 páginas. 26,90 €

Francis Harlan Fox, un depredador que es profesor de inglés en un elitista internado del sur de Nueva Jersey, aprovecha su prestigio y su autoridad para abusar sexualmente de sus alumnas adolescentes, y manipula a todos los que le rodean –a sus escasos amigos, a los padres de las alumnas, a la directora del colegio, incluso al sistema legal– para tejerse una eficacísima red de protección y encubrir sus depravados actos. Su indiferencia galáctica ante el sufrimiento ajeno resulta tan terrorífica como extraordinariamente fascinante.

Cuando aparece un cadáver sin identificar, despedazado por animales salvajes, en el coche del profesor Fox, hallado al fondo de un barranco, el misterio proporciona un hilo narrativo que Oates maneja con maestría para alternar pasado y presente. No pasará mucho tiempo antes de que la mayoría de los lectores acaben deseando que la víctima sea el propio Fox, e incluso deseen que hubiera podido morir destrozado más de una vez.

Lolita proyecta una larga sombra sobre esta novela. El vecino de despacho de Fox se llama Quilty, y el propio Fox –que quizá suele protestar en exceso– es un declarado detractor de la obra de Vladímir Nabokov. Además, la atención concedida a las perspectivas de las víctimas del profesor Fox puede interpretarse como una contestación al monopolio narrativo de Humbert Humbert en Lolita.

Una de esas víctimas de Fox, Mary Ann Healy, es una estudiante becada con una vida familiar difícil, y el retrato que Joyce Carol Oates traza de ella resulta especialmente conmovedor. Tras haber alcanzado la pubertad de forma precoz, Mary Ann se ve desconcertada y dolorosamente condenada al ostracismo por sus familiares varones, es acosada por algunos compañeros de clase y reconvenida con dureza por su madre, temerosa ante los cambios de su hija.

Hugo Mujica

«¡Bicho raro!», «¡Rara!», «Chica sucia», suelen decirle. «En los sueños, igual que en la vida real, escuchaba esas palabras que a veces eran burlas, a veces acusaciones, a veces se decían con repugnancia vehemente, pero en ocasiones –las que más le asustaban– con una especie de asombro renuente y resentido». Ella es, precisamente, el tipo de alumna que necesita desesperadamente una figura cercana segura y protectora. Pero, en cambio, en su lugar tiene al señor Fox.

Mary Ann acaba mostrando una fascinación evidente por él, incluso parece sentirse realmente enamorada, pero Fox, que la ve más como una amenaza para su tapadera que como una potencial presa, la rechaza y la empuja a abandonar el colegio y la ciudad. De forma verdaderamente inquietante, la novela no resuelve el destino de la joven.

La impresionante y perturbadora nueva novela de Oates aborda la ceguera casi universal de los adultos

Oates (y lo digo como admirador) no es conocida por la moderación, así que su contención aquí resulta llamativa. Deja al lector la tarea de imaginar el futuro de Mary Ann, aunque es difícil ser optimista respecto a sus posibilidades.

La ceguera casi universal de los adultos es uno de los temas clave de Joyce Carol Oates. La amiga más antigua de Fox, una heredera perdidamente enamorada de él, pasa por alto su viejo historial de plagios y tampoco cuestiona las circunstancias en las que ha perdido sus trabajos anteriores, ni su decisión de cambiarse el nombre.

Los padres de una alumna a la que Fox atormenta con malas notas arbitrarias –sobre todo porque no le gusta su cara– aceptan complacientemente la versión del profesor sobre la situación. También la vanidosa directora de la escuela queda deslumbrada por el calculado entusiasmo de Fox por su colección de pinturas paisajísticas.

En los últimos capítulos de la novela, un irritable detective de policía llamado Horace Zwender aporta un poco de luz. Es un héroe errático, crónicamente resentido de forma nada productiva con su compañero, lo cual obviamente resulta contraproducente, y su difícil trabajo se ve facilitado por una buena dosis de suerte.

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Pero sus descubrimientos no sirven de nada para ayudar a la desaparecida Mary Ann, ni a ninguna de las otras chicas que han sido explotadas y traumatizadas por el profesor. La abismal ausencia de responsabilidad comunitaria resulta sobrecogedora.

Esta novela no es la primera que la eterna candidata al Premio Nobel de Literatura Joyce Carol Oates escribe sobre un monstruo con apariencia de ser humano. Sus temas no difieren mucho de los de Zombi (1995), una novela inspirada en el caso de Jeffrey Dahmer, el asesino en serie cuyos actos depravados incluían burdas cirugías cerebrales en sus víctimas para mantenerlas vivas y bajo su control.

Zombi sigue siendo impactante, una pesadilla que provoca náuseas y que detalla los crímenes de su protagonista con una precisión implacable. Al igual que El señor Fox, plantea inquietantes preguntas sobre el entorno que ha propiciado a un individuo así y que además ha fallado en reconocerlo.

En una reseña de Zombi para el New York Times Book Review de hace casi treinta años, el crítico Steven Marcus no consideró que la acusación de Oates estuviera justificada. «Pero seguir adelante e insinuar que la América actual es el equivalente social o el análogo cultural de un monstruo psicótico y asesino en serie supone hacer una alegoría insostenible», escribió Marcus.

«La Alemania de Hitler y el gulag de Stalin eran sociedades dominadas en gran medida por prácticas y justificaciones homicidas, monstruosas y, de hecho, psicóticas. La América actual, a pesar de toda la violencia y la brutalidad que hemos llegado a temer y, a veces, a negar, aún no ha caído en la locura colectiva». Me pregunto qué pensaría ahora.

© The New York Times Book Review