VALÈNCIA. La cadena de acontecimientos que nos ha traído hasta donde estamos incluye toda nuestra historia, la de la vida en la Tierra, la del planeta y sin duda la del universo, pero para comprender cómo es posible lo que vemos a diario en las redes sociales que han sustituido a los medios tradicionales proveedores de actualidad no hace falta que nos remontemos tan atrás, podemos acotar un último segmento, precisamente el que define el advenimiento de los smartphones y las redes —la verdad es que el nombre ya anticipaba su realidad—: un dúo tecnológico que ha sacudido y transformado tanto y tan rápido el modo en que acostumbrábamos a vivir que solo recientemente hemos sido conscientes de ello y todavía estamos tratando de asumir y asimilar la magnitud de la catástrofe. El engaño ha sido mayúsculo: los tecnomesías del valle del silicio encontraron en Steve Jobs, el primer silicoide fenómeno de masas global, la puerta para acceder a las mentes cargadas de fe y sedientas de salvación. Tenían una ilusión, un enorme propósito: ganar muchísimo dinero y poder, muchísimo más de lo que había conocido cualquier ser humano hasta la fecha, cantidades de dinero y poder de tal calibre que habría que inventar una nueva escala para medirlas. 

Habían entendido bien pronto que los datos de las personas, el rastro de información que dejamos a nuestro paso, convenientemente recolectado y procesado, valía más que ningún otro material. Lo que iban a vender —se frotaban las patas como insectos y babeaban desde sus insectas bocas como en una película ochentera— no era otra cosa que al propio usuario de su servicios digitales, usuarios de los cuales, como se dice de los pobres cerdos, se aprovechan hasta sus andares, solo que en nuestro caso sería cierto y no un recurso literario: la forma en que nos movemos, gracias a los aparatos que llevamos en el bolsillo y sus oscilaciones y desplazamientos geolocalizados, se recoge en las trampas diseñadas para ello, aplicaciones en apariencia en favor de nuestra salud que nos muestran pasos y pisos y medias y retos —la gamificación fue otro gran descubrimiento para los silicoides—, y se extraen y venden en tiempo real, en este mismo instante, para que otras compañías puedan vendernos no aquello que necesitamos, sino lo que ellas necesitan vendernos. 

 

Lo que también entendieron es que para lograr su propósito de acaparar inimaginables sumas de dinero requerían de nuestro tiempo, siendo lo ideal todo el tiempo. Actualmente siguen trabajando en ello porque por aún no se ha conseguido una inmersión total: hay que subsanar cuestiones como el engorro de la nutrición, pero las mejores y más utópicas mentes piensan día y noche para que dentro de no mucho nosotros no tengamos que hacerlo. Cuanto más tiempo en la app, más se nos puede aprovechar en el ciclo que nos extrae información que se vende a terceros que nos venden sus productos en la misma red

 

Una forma muy efectiva de mantenernos dentro de las grandes plataformas de extracción de datos es el combo shock y morbo. Tenían que encargarse de controlar el flujo de información de actualidad para poder mostrar lo que más les conviniese: por lo general infotenimiento tóxico del tipo que genera dependencia: noticias polarizantes y desastres. Los más brillantes silicoides de sus promociones se permitieron incluso bromas privadas a plena luz del día como publicitar sus creaciones como herramientas para la libertad, informativa o de cualquier tipo. ¡Cómo reían en sus meetings privados! ¡Qué algarabía! Las carcajadas, los graznidos e inquietantes sonidos artrópodos se podían escuchar a lo largo y ancho de la bahía.

 

El hechizo surtía efecto: el presente se volvía cada vez más cruel. Las tensiones que antes subyacían, se sacaban a la superficie y se magnificaban. Al trastornado violento a de quien antes nada sabía se le daba un altavoz. Las mentiras maliciosas, las insidias. disfrazadas de noticia, se premiaban con visibilidad y se potenciaban. Se hacía ver que para ganar, había que jugar a ese juego. Luchar en ese campo de batalla. Y de la putrefacción de los cadáveres sociales de las granjas de recolección de datos nacieron los monstruos que en última instancia iban a poder devorar a los silicoides, arruinarlos, meterlos en prisión o ponerles una diana en la espalda para teledirigir a las masas contra ellos. Monstruos que no solo se habían pasado el juego, sino que habían creado sus propios juegos, y que además tenían armas, ejércitos y botones rojos. 

 




  • Ira. Una emoción que hay que domar (y cabalgar) – Herder  –


 

Hemos llegado al hoy. El odio ha calado profundamente y la frustración ante lo que vivimos genera ira. Pero la ira, como explica la psicóloga y psicoterapeuta Roberta Milanese en el excelente Ira. Una emoción que hay que domar (y cabalgar) tiene una razón evolutiva de ser y es un motor extraordinario para el cambio si sabemos cómo manejarla. Publicado por Herder con traducción de Maria Pons Irazazábal, este libro sigue confirmando lo que hemos comentado en numerosas ocasiones en esta sección: que la divulgación italiana se encuentra en otro nivel. A través de diferentes casos con la ira como protagonista, desde infidelidades de recuerdo persistente a devastadores sentimientos de culpa pasando por la envidia más corrosiva, la autora nos revela sus estrategias y técnicas no solo para no sucumbir a ella, sino para hacer uso de su función original, la de superar obstáculos. Una obra realmente excelente, inteligente, seria, científica y para todos los públicos, que ofrece valiosas herramientas para reconducir las consecuencias en nuestros cuerpos y vidas del veneno silicoide.

 




  • Medios calientes. Las imágenes en la era del calor – Caja Negra –


 

Si algo ha servido para transportar mensajes en el sistema escenográfico parásito creado para distraernos, han sido las imágenes. No cabe duda de que se han levantado imperios en torno a memes, ya sean ranas pepe o doges, y se han hecho auténticas fortunas con ellos con el auge del NFT, las licencias digitales que han permitido garantizar de forma inequívoca que una imagen digital copiada millones de veces pertenece a alguien en concreto (¿?). La propia inteligencia artificial se ha popularizado a velocidades lumínicas gracias a su capacidad para generar imágenes, y específicamente, imágenes indistinguibles del referente real, que han servido en su última explosión para crear fakes con intenciones perversas que son distribuidos en las redes en que hemos sido atrapados. La artista y ensayista Hito Steyerl firma Medios calientes. Las imágenes en la era del calor, colección de textos en torno a las nuevas imágenes, las que no son una impresión producto de la luz sino visualizaciones estadísticas emergidas de la recolección masiva de datos, que publica Caja Negra con traducción de Maximiliano Gonnet; una obra tan lúcida que incluso se permite un final digno de la más oscura y alucinada literatura fantasticodistópica. Solo por ese apéndice final ya merece la pena, y por supuesto para celebrar las dos estupendas décadas de la editorial. ¡Enhorabuena! 

 




  • Sobre la belleza. Entre la Venus y el cíborg – Alpha Decay –


 

Ni en los sueños más zumbantes de la casta silicoide habrían imaginado los traumas y extrañas alteraciones de la autopercepción que han generado sus tendencias, los cánones irreales (irreales de verdad, propios de un personaje del anime) y la promoción de la sexualización de sus usuarios (con predilección para ello de las usuarias), inclusive de los menores, a quienes no se han esforzado en proteger porque estaban muy ocupados vendiéndolos también. Lo que consideramos bello es una interpretación cambiante, pero nunca ha cambiado tanto y de formas tan delirantes y peligrosas, ni ha generado tanto daño como en esta época. Sobre la belleza. Entre la Venus y el cíborg, del mexicano Naief Yehya, publica Alpha Decay, pone el foco en fenómenos como la disforia que han nacida de los filtros de las apps, las caras asociadas a determinadas redes o contextos (como la variedad Mar-a-Lago), o el éxito de la promesa de delgadez-belleza exprés del Ozempic. El autor analiza una idea tan antigua como la belleza remitiéndose a lo que ha significado, y sobre todo, a lo que ahora significa, una cuestión nada sencilla cuyas respuestas encarnan un impacto trascendental. 

 

Epílogo: los tecnocristos se han quitado la careta y se han colocado en la foto junto a los monstruos que han engendrado. Ya no fingen querer cambiar el mundo a mejor, y sin embargo, siguen fingiendo: pese a mostrar con orgullo sus quelíceros y aguijones, no pueden evitar una mirada de reojo insegura y tembolorosa en su irreversible decisión de huir hacia adelante entregándose al miedo.