El parque nacional de Yosemite es uno de los hábitats naturales más grandes de Estados Unidos. Se encuentra en California, a lo largo y ancho de 3.081 km² con una orografía muy particular debido al papel que juega la cadena montañosa de Sierra Nevada. Se accede a él por múltiples autopistas y recibe cuatro millones de personas cada año que, a pesar de haber convertido el lugar en un banal parque de atracciones, no pisan más que aproximadamente el 10% del terreno. Lo demás es pura naturaleza.

Un día, dos escaladores aficionados asisten a la precipitación de un cadáver desde lo alto de la ladera en la que hacen rápel. El cuerpo queda suspendido con sus cuerdas de escalada, y la autoridad competente debe investigar lo que podría ser un suicidio, pero por supuesto no lo es. El investigador Kyle Turner –Eric Bana– sospecha que la joven fallecida no quiso quitarse la vida, y su intuición desencadena una serie de acontecimientos que revolucionarán la vida en el parque.

Esta es la premisa de Indomable, la serie más vista del momento en todo el mundo en Netflix. Un thriller con una ambientación única, que sorprende con puntuales aciertos de casting y momentos de refrescante acción, al tiempo que deja cierto sabor amargo por la constante sensación de tener entre manos una historia que podría haber dado mucho más de sí.

Luke Grimes en 'Yellowstone'

Un tipo duro entre guardabosques

Al ser un deceso ocurrido en el corazón del parque, la autoridad competente para investigar si se trata de un suicidio o un asesinato son los ‘rangers’, los guardabosques de Yosemite, más acostumbrados a pedir licencias de pesca y apagar hogueras de malvaviscos ilegales, que a interrogar sospechosos y analizar pruebas forenses.

Ese es el primer rasgo interesante de Indomable: el gigantesco parque natural también afecta a la estructura de una investigación, a sus mecanismos. Lo que confiere un toque atípico al funcionamiento de un thriller rural norteamericano clásico, en el que pronto aparecería el FBI. Todo contribuye a que el investigador al que da vida Eric Bana se nos muestre, desde el minuto uno, como un lobo solitario que menosprecia al cuerpo de agentes que podría ayudarle.

Aunque Kyler Turner vive en el parque desde hace años, no se relaciona con demasiada gente, presa de una depresión que él mismo agrava con alcohol y mutismo. Lo que viene siendo un tipo duro y listo, arquetipo que no solo le sienta genial a un actor que prácticamente carga con el peso dramático de todo el metraje, sino que dibuja cierto continuismo con los papeles de Aaron Falk en Años de sequía y Naturaleza salvaje, sendas adaptaciones de las novelas de Jane Harper disponibles, por cierto, en Movistar Plus +.

Si bien Indomable cuenta con algún que otro rostro famoso como secundario –especialmente el jefe de los guardabosques que interpreta Sam Neill–, también se precia de no caricaturizar a todos los ‘rangers’ como al guardabosques Smith del Oso Yogui: Turner pronto conocerá a la agente Vásquez, recién trasladada de la policía de Los Ángeles, a quien da vida una prácticamente desconocida Lily Santiago, estupendamente convertida en perfecta ‘sidekick’ del atormentado protagonista.

Eric Bana en 'Indomable'

Eric Bana en ‘Indomable’Cinemanía
Una naturaleza que desborda

En Indomable, la dinámica entre los dos protagonistas funciona estupendamente, incluso se percibe muy orgánico el paulatino descubrimiento de background, que facilita un mayor grado de empatía y complicidad entre los dos. Los puntos flacos de la serie nº1 de Netflix no son imputables, en ningún caso –tampoco en el caso de Rosemarie Dewitt, que tiene el papel más torpemente escrito–, a su reparto. Todos hacen lo que deben, incluso en ocasiones algo más.

Lo que ocurre es que la ambientación, el gigantesco parque de Yosemite –inevitable que al leerlo no nos venga a la cabeza el personaje de Yosemite Sam de los Looney Tunes–, ofrece una naturaleza que no tiene tanto de ese espíritu ‘indomable’ que da nombre a la serie. El parque, a través de una puesta en escena un tanto vacua, impone menos de lo que debería.

Indomable se muestra muy obvia en su apuesta formal, y se diría que desaprovecha el lugar que da sentido a toda la historia. Sus bosques, ríos, imponentes laderas y secretos túneles parecen dispuestos como pantallas de un videojuego, escenarios a la espera de ofrecer algún elemento útil para el jugador, algo que dote de acción a la serie. Y no se comprenden como algo que los personajes debieran llevar psicológicamente dentro, un detalle no menor pues es parte de la esencia de todo thriller rural que se precie.

Todo parece más decorado de lo que debiera, incluso las escenas nocturnas demasiado iluminadas dan la sensación de haberse rodado en un estudio y no en mitad de un gigantesco pedazo de indomable naturaleza. Sin mencionar el desaprovechado imaginario local, que asoma tímidamente pero que no llega a calar: los Ahwahneechee, el pueblo indígena de Yosemite, se representan en un secundario de Indomable al que da vida Raoul Max Trujillo.

Él es el encargado de hablar de fantasmas y espíritus que se llevan a quienes no tienen ganas de vivir a las profundidades del río, de interpretar el cielo nocturno o de hablar de los rituales de su comunidad. Y, sin embargo, nada de lo que cuenta condiciona ni afecta a la trama. En ningún sentido. Lo que genera una sensación de posibilidades expresivas desaprovechadas en casi todos los episodios un tanto frustrante.

Escena de 'Indomable'

Escena de ‘Indomable’Cinemanía
Un crimen que descubre otros

Lo que sí funciona en Indomable, sin embargo, es su uso de los clichés narrativos del thriller en su beneficio. En tanto que desaprovecha lo que la podría convertir en una serie única, aprovecha al máximo lo que la convierte en una serie de catálogo, pensada para ser zampada de una sentada en un caluroso fin de semana de julio.

La dinámica veterano-rookie entre los personajes de Bana y Santiago funciona bien, y el rollo cowboy solitario del primero –con sus paseos a caballo y su exclusión elegida–, beneficia el drama del personaje y su arco de transformación.

Indomable despliega su misterio principal como un misterio que desvela otro, que desvela otro: una red de secretos extendida por todo el parque. Y resulta ciertamente agradable asistir a cómo un cuerpo suspendido en cuerdas de rápel nos lleva, de forma orgánica, a desapariciones de menores diez años atrás, casos sin resolver, e incluso tráfico de drogas en rutas inhóspitas y por tanto no vigiladas.

Sabe no ponerse demasiado intensa, y pedirle a los actores que hagan lo que mejor se les da, cuando aborda dramáticamente el duelo, o el dolor de unos padres desconsolados. Y tiene la consideración de otorgar hasta al personaje menos esperado algún background que dota de consistencia al conjunto.