No caben dudas de que hemos ingresado en una nueva etapa política global. Una etapa donde ya no manda la institucionalidad, las reglas de convivencia democrática o los derechos humanos, sino la fuerza, lo inesperado, lo impredecible. Es, parafraseando el nuevo libro de Giuliano Da Empoli, “la hora de los depredadores”, de los “abanderados de la ira”. Lo que hasta hace poco parecía impensable hoy se naturaliza: líderes narcisistas que convierten la política en espectáculo; magnates tecnológicos que se arrogan el poder de intervenir en elecciones de cualquier país y colaborar en la viralización de discursos de odio enmascarados en una supuesta “libertad de expresión”; y un mundo donde la democracia liberal, ya frágil y golpeada, se ve arrinconada por el avance de una nueva derecha sin complejos: una nueva derecha que nos dio uno de sus máximos espectáculos en la escalofriante toma del Capitolio el 6 de enero de 2021 en Washington, donde, después de décadas de trabajo, el nacionalismo cristiano dio a luz a su hijo más bizarro: el movimiento Make America Great Again (MAGA).

No es casual que Trump, Milei, Putin, Bukele, Meloni, Orbán o Abascal, entre muchos otros, aparezcan en la misma oración. Todos responden a un mismo patrón: el del líder que erosiona el equilibrio de poderes, que desprecia las mediaciones institucionales y que se presenta como el único intérprete auténtico de “la voluntad del pueblo” (ellos deciden quién es pueblo y quién no, quiénes son los puros y los impuros). A este club se suman los llamados “señores tech”, empresarios que en otro tiempo hubieran sido apenas actores de la economía, pero que hoy se mueven como protagonistas centrales del tablero político, social y económico, como bien lo describe Da Empoli.

Elon Musk es la figura más visible de esta camada: dueño de plataformas globales de comunicación, multimillonario con recursos ilimitados (que hizo gracias a subsidios estatales, por cierto), y capaz de marcar agenda en cualquier rincón del planeta con un simple tuit. Es, en definitiva, un depredador con más poder que muchos estados.

Pero, por más novedoso que parezca, este fenómeno tiene ecos históricos. Cada vez que los derechos humanos avanzaron, cada vez que las jerarquías tradicionales de poder se vieron limitadas, surgió una reacción que clamaba por un “pasado mejor”. Ese pasado nunca fue tan idílico como se lo pinta (salvo para los que siempre se beneficiaron del sistema heteropatriarcal, religioso y blanco, por supuesto). Ya fuera la Edad Media con sus inquisiciones o los años cincuenta con sus rígidos roles de género y familia tradicional, siempre se trató de un orden basado en exclusiones y desigualdades. Sin embargo, en momentos de crisis, la nostalgia se vuelve un arma política poderosa, y es esa evocación de un orden perdido la que utilizan hoy las derechas neorreaccionarias para vender un futuro en realidad más autoritario, más cerrado y más violento, uno que prometen sistemas como el Kremlin de Putin, quien tanto habla de una “decadencia moral de Occidente”, narrativa repetida por los ya mencionados líderes de la nueva derecha global.

Lo llamativo del presente es la escala global y la velocidad con que se propagan estas dinámicas. La tecnología, que en otros tiempos fue la imprenta, la radio o la televisión, hoy son las redes sociales y los algoritmos. Y del mismo modo que en el pasado esos avances fueron instrumentalizados para consolidar poder, ahora la historia se repite con un giro más agudo: los dueños de las plataformas no son neutrales, ni árbitros externos, sino actores directos de la política, con ambiciones explícitas y capacidad de financiar campañas enteras a políticos que se creen enviados directos de Dios, basadas en consignas místicas y sobrenaturales. Musk no oculta sus simpatías por partidos de la ultraderecha en Alemania, Italia o el Reino Unido, y mucho menos su rol en la campaña y el gobierno de Trump. Sus acciones no se limitan a respaldos simbólicos: su control de un espacio central en la conversación pública como X (antes Twitter) lo convierte en un difusor masivo de narrativas que alimentan la polarización y la desinformación.

El terreno está servido para el choque. Porque frente a estos depredadores no hay reglas que valgan. La democracia liberal se sostenía en el delicado equilibrio de poderes, en la idea de que ningún actor podía (ni debía) concentrar demasiado poder. Ese principio está siendo dinamitado a plena luz del día. Y no se trata de una desviación local o de un ciclo pasajero: es un patrón global. De Washington a Roma, de Buenos Aires a San Salvador, la tendencia es la misma: liderazgos carismáticos, autoritarios, financiados, bien organizados, interconectados y amplificados por redes digitales que premian el odio y castigan el pensamiento crítico.

El diagnóstico es incómodo pero urgente. Lo que está en juego no es sólo la calidad de la democracia, sino su propia supervivencia. Y la paradoja es que los depredadores se alimentan: usan la libertad de expresión para propagar odio, las instituciones democráticas para acceder al poder, y la tecnología, creada bajo ideales de conexión global, para manipular, dividir y fragmentar a la sociedad. Es un manual de supervivencia tribal en clave contemporánea: la “mente de la tribu” que describe la psicología política, incapaz de superar la lógica de dominación y revancha, reaparece disfrazada de libertad.

El imperio de los depredadores funciona como una señal de alarma, como un llamado a despertar: no podemos dormirnos, la historia no siempre avanza hacia adelante, y aunque el pasado no suele repetirse, como dice la frase, la mayor parte de las veces rima. Si no despertamos, el futuro será gobernado por quienes no tienen interés en preservar ni derechos, ni equilibrios, ni instituciones democráticas. La advertencia es clara: la tendencia global es peligrosa, la violencia crece, y por eso urge defender lo conquistado y seguir avanzando sin creer que exigir más derechos es exagerar o “pasarse tres pueblos”, como la nueva derecha quiere hacer creer.

Estamos entrando en una etapa donde lo inesperado, lo violento y lo brutal dictan las reglas del juego. El desafío es si quienes creen en la democracia tendrán la lucidez y el coraje de organizarse a tiempo. Porque los depredadores ya están aquí, y no piensan esperar.

Antonella Marty, escritora rosarina, graduada en Relaciones Internacionales y Ciencias Políticas. Es autora de varios libros publicados entre los que destacan Nacionalismo: el culto común del colectivismo (2023), Ideologías (2024) y La nueva derecha (2025).