Torear como un reptil, a sangre fría y con movimientos casi imperceptibles, es una de las más altas aspiraciones de la evolución humana. Por eso quienes han logrado consagrar el trampantojo de la lentitud frente a la violencia salvaje de un toro deben ocupar un … anaquel de la eternidad. La abstracción artística alcanza en la tauromaquia niveles sobrehumanos porque consiste en convertir la bravura irracional en una obra de la razón con el objetivo de que el espectador se vuelva loco. Es un viaje de ida y vuelta a lo inexplicable. Pero también por ese mismo motivo es una expresión artística en la que no caben clasificaciones científicas. El mejor torero de la historia no existe. Ni existirá. El escalafón de la inmortalidad va contra la esencia del arte.

Morante es un artista atemporal y divinizado. Se le puede achacar, como a cualquier persona de carne y hueso, el vicio de la impostura, que en su caso siempre es una consecuencia del arrebato. Arrancarse la coleta tras abrir la Puerta Grande de Las Ventas es un gesto dramático que no tiene por qué compadecerse con su verdadero significado ritual. Ya veremos qué pasa porque ahora mismo todo es incertidumbre. Sin embargo, ese rapto teatral de la retirada ha servido para abrir un debate que no tiene sentido. ¿El mejor torero de la historia? ¿Dónde dejamos entonces a Joselito, Belmonte, Manolete, Pepe Luis Vázquez, Ignacio Sánchez Mejías, Marcial Lalanda, Domingo Ortega, Antonio Ordóñez, Arruza, Dominguín, Chicuelo, El Cordobés, El Viti, Paco Camino, Curro Romero, Rafael de Paula, Ojeda, Espartaco…? Nos faltaría la respiración para terminar la lista porque la subjetividad es inagotable. Por eso hay un rasgo de soberbia en quienes aseveran de forma terminante que Morante ha sido el mejor de todos los tiempos. Eso les convierte en observadores inmortales. La tentación de creer que lo más importante de la historia ha ocurrido ante nuestros ojos es un síntoma de pequeñez que se evitaría con una frase más certera y humilde: Morante es el mejor torero que he visto. Porque las estadísticas no valen para explicar el arte, pero tampoco el arte sirve para crear estadísticas. Y no existe la pupila que ve lo no vivido. «Sobre la misma columna,/ abrazados Sueño y Tiempo,/ cruza el gemido del niño,/ la lengua rota del viejo», escribió Lorca.

Morante es un fenómeno cultural y un genio de la tauromaquia, pero el duende no se mide al peso, al contrario, el peso lo mata. Ese misterio del toreo al ralentí no permite exclamaciones grandilocuentes. Porque no compite más que contra sí mismo. Para entender esa forma de enfrentarse a un toro es fundamental huir de las definiciones y de las taxonomías. Calificar a un artista de esta dimensión es limitarlo. Y ponerlo en disputa con los demás, o a los demás con él, es demasiado terrenal. Morante de La Puebla es un elegido que a veces tiene que luchar contra su propio ardor para evitar que la muerte se convierta en un teatro. Y él sabe bien que la mancha de sangre es más grave que la de tinta.