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Una pausa no equivale a la distancia, imprescindible para pensar de forma completa la realidad, pero debería permitir dar sus primeros pasos con un poco de la calma que desde hace dos años falta alrededor de Palestina e Israel. El respiro de los últimos días no admite regateo ni mezquindades. Que dejen de caer bombas sobre la gente y que las familias vuelvan a ver a quienes fueron rehenes nunca puede ser considerado poca cosa, ni siquiera frente a los inmensos pendientes y dudas alrededor del plan de la Casa Blanca. Tras el anuncio del proyecto de Trump para el cese al fuego proliferaron voces de rechazo. Es curioso cómo la gente fuera de zonas de conflicto o sin conexión directa a ellas tiende a menospreciar los acuerdos, siempre sujetos a líneas políticas de grises, los acuerdos tristes, como los llamó Amos Oz, o incompletos, que son los únicos con posibilidades de funcionar: hablar de acuerdos absolutos es lo mismo que hacerlo de unicornios.
Un cese al fuego es por definición un alivio temporal que no está diseñado para dar una solución definitiva a realidades que exigen otros pasos. Algunos están esbozados en el documento propuesto por la Casa Blanca y parte del proceso de discusión que inició en El Cairo. Todos, después del intercambio de rehenes y prisioneros, son susceptibles de quedar en esfuerzos retóricos. Hay mucho escrito en el planeta entero sobre la viabilidad del plan. No me ocuparé de repetir sus vulnerabilidades, sino de intentar observar los derredores de estos dos años y del acuerdo mismo. Lo que no está implícito en él, para ningún lado.
Que nada en el plan, ni siquiera la secuencia de liberaciones o su firma, tenga un ápice de elementos diplomáticos, habla del entendimiento político de nuestra época. No hubo diplomacia, sino una imposición de Donald Trump, buena pero imposición al fin. Sin importar las razones atrás, el presidente estadounidense desplegó la voluntad política que no hubo anteriormente, tampoco de él. Presionó a Netanyahu como no lo había hecho, presionó a Turquía, Catar y Egipto para que hicieran lo mismo con lo que queda de Hamás. El gran peligro de esto, de la imposición y de la ausencia de canales multilaterales, palabra que suena exigua, está en que no hay respaldo fuera del momento inmediato. Si cae la presión de Trump, el resto le sigue y cualquier realidad que dependa de su clase de humores vive en riesgo. No tenemos un acuerdo de paz, sino el congelamiento provisional de una guerra. Hemos pasado por esto decenas de veces.
Como se necesitarán años para reconstruir los mínimos de habitabilidad en la franja de Gaza, quizá otros tantos durará la reconstrucción de las sociedades en los territorios palestinos, en Israel y en sus diásporas. No guardo ese optimismo cauteloso para quienes enarbolaron los estandartes de lo identitario, conforme con la superficialidad de conveniencias e ideas previas: “todos los palestinos son terroristas”, “todos los judíos son Netanyahu”. No creo que sea la primera vez en este espacio que recuerde el daño provocado por la partidización de una guerra, de la tragedia, de la violencia más atroz. Una actitud que hizo tolerable para muchos las imágenes del horror, del hambre, la muerte, la tortura, el secuestro, las violaciones, la vejación, el dolor.
Sobre el lenguaje
Hace tiempo escribí y todavía insisto: Palestina e Israel sacan lo peor de la gente, sobre todo en aquellos ajenos al conflicto.
Una supervisión policial de las palabras rondó cada opinión profesional en estos dos años. La exigencia de nombrar en una misma frase las atrocidades de cada actor, todo el tiempo, precedió a la reflexión sobre la realidad política, de derechos humanos o la violencia del día, etcétera. Si una bomba israelí mataba a 40 personas, antes de terminar de condenar y relatar los saldos ya había quienes nos demandaban a los dedicados a la región volver a mencionar el 7 de octubre. Al hablar de la brutalidad y salvajismo de esa fecha, venían las acusaciones de sesgo por no incluir en el párrafo las condiciones en Gaza o Cisjordania. Son dos años donde el pensamiento, en especial el dedicado y profesional, se vio subordinado a la mentalidad del disclaimer que impide las discusiones, y entonces, el análisis.
No pocos opositores a la clasificación de genocidio me han dicho que su resistencia se centra en el uso político del término. Tienen razón en que existe, y llega a ser pernicioso. Frecuentemente. Solo que ante ciertos crímenes o su plausibilidad no debe nunca ganar el argumento de la utilización política, o no habremos aprendido nada. A esas voces les pido detenerse un instante y preguntarse: si las organizaciones de académicos e instrumentos internacionales que, después de casi dos años, incluso contra sus primeras perspectivas, no cuentan, a su parecer, con la legitimidad suficiente para entregar su diagnóstico, ¿quién sí puede darlo? Ese es un debate que deberá tener el mundo de ahora en adelante.
Sobre los activismos
El mes anterior al segundo aniversario de este episodio para Palestina e Israel estuvo inmerso en dos expresiones que corrían el riesgo de cruzarse pese a ser paralelas y en más de un sentido chocar entre sí: el activismo, con sus consignas, marchas o barcos, y una apuesta por la presión diplomática en el reconocimiento al Estado de Palestina. Durante ese mes me negué a dar entrevistas sobre la flotilla que atravesó el Mediterráneo con activistas, periodistas y políticos. Entiendo su simbolismo, pero hacia la realidad no era relevante. Si la intención de la flotilla era visibilizar lo que ocurría en Gaza, no lo iba a hacer más que los dos años de cobertura, denuncias, reportes y testimonios, lo que la convertía en un despliegue de lo fútil. Su autorreferencialidad se confirmó cuando medios de todo el planeta se ocuparon más de los tripulantes que de la situación en la franja. Llegado el acuerdo, la flotilla se esfumó. La anécdota es su paso por la historia. La obsesión por criticarlos también merece un monumento a la banalidad. No era relevante en ninguno de sus dos sentidos.
En la evolución de los activismos de este tipo, ya sea con intención o como efecto de la manera en que se codifica la información, los activistas se convierten en el sujeto primordial de la atención. Los activismos contemporáneos difícilmente logran salir de sí mismos para transformar sus ejecuciones en acción política, porque simplemente no parecen estar interesados en actuar más allá de las consignas.
Sobre el futuro
En la imposición de Trump se supone poco espacio para nuevas incursiones israelíes, sobre todo, por el impacto que tendrían en la imagen que tiene de sí mismo, si no están medianamente bien vestidas hacia la opinión pública estadounidense, donde la perspectiva hacia Israel se ha ido modificando en su contra. Sin embargo, esa suposición subestima la naturaleza de los ministros Smotrich y Ben Gvir, así como la radicalización de parte de la sociedad israelí.
Si bien las protestas de los últimos meses en Israel fueron creciendo y acercando voces significativas –desde académicos o juristas hasta escritores como David Grossman y Etgar Keret– , existe el temor, especialmente en sectores árabes, de que una vez resuelta la crisis de rehenes, si volviesen las operaciones militares no habría en siguientes manifestaciones una convocatoria como la vista hasta ahora. Comparto esa preocupación.
Hamás había exigido la garantía de que Israel no reanudaría su operación militar una vez completada la primera fase del acuerdo y tanto los rehenes vivos como los prisioneros palestinos se encontraran de regreso. Los mediadores, Catar, Turquía y Egipto, recibieron ese compromiso por parte del presidente estadounidense a cambio de la permanencia de las Fuerzas de Defensa Israelíes (IDF) en parte de la franja. Es difícil no imaginar que esa concesión enfrente resistencias válidas. Suscrita a ver la situación únicamente bajo el paradigma de la seguridad de Israel, es una idea que desecha pensar que no todo se trata de eso e ignora a millones de palestinos.
Antes del 7 de octubre de 2023, cerca de 60% de los integrantes de Hamás eran hombres que habían perdido a un familiar, ya sea por muerte o arresto a manos de las IDF. Dos años más tarde, ese insumo ha crecido. Me cuesta ver un mayor impulsor de la ideología asesina de la organización terrorista que la política de Netanyahu y su gabinete.
Son realmente escasos los liderazgos palestinos con miras a desplazar la ineptitud de los políticos de la Autoridad Nacional Palestina. Este acuerdo da oportunidad de que se establezcan. Ojalá sepan y puedan aprovechar la oportunidad.
El involucramiento de los países musulmanes y árabes puede depender del momento Trump. Sus sociedades son culturalmente propalestinas y ven con agrado los eventos recientes. Pero los suyos son gobiernos autócratas, como el de Erdoğan, o monárquicos, como los del Golfo. Ninguno tiene necesidad de rendir cuentas o está bajo presión de códigos democráticos. De volver a su comportamiento habitual, sumado al de Netanyahu y ministros, regresaría el statu quo anterior a 2023. Con más destrucción, con más huérfanos. Con una peor costumbre e indiferencia. Con el triunfo de todas las formas de la impunidad. ~