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Volvemos siempre en sueños al tiempo del amor
LLibros

Volvemos siempre en sueños al tiempo del amor

  • 16/10/2025

Los hombres de mi vida – Piedad Bonnett

Visor (Madrid, 2025)

Un nuevo libro de Piedad Bonnett, uno de los grandes nombres de la literatura mundial, es siempre un acontecimiento. Leí Los hombres de mi vida (Visor, 2025) con la sensación y el convencimiento absolutos de que estaba ante unos poemas excepcionales, que se alojan en el cuerpo y desde allí reverberan una y otra vez. Piedad Bonnett escribe sobre los nudos que nos atormentan y que solo logran explorar de verdad los grandes poetas, porque estos nudos pertenecen a zonas de lo íntimo resistentes al análisis.

Escribe que “Los domingos/ una presencia enorme/ tiene costumbre de invadir la casa.”, una presencia que tiene, en una imagen espectacular, algo “de animal marino,/ de ballena varada que agoniza”. Materializar esta presencia, a la vez difusa y extremadamente concreta, es conseguir que veamos de pronto el cuerpo de nuestro dolor, nuestras frustraciones, el amasijo de cosas cuyo aguijón nos atraviesa en los momentos menos esperados. Los domingos, por ejemplo. La imagen de ballena es sobrecogedora en su exactitud: lo que nos atormenta es algo enorme, pesado, que ha atravesado océanos y tiene que ver con los naufragios.

Por eso “Se tensa el aire en las habitaciones,/ y el silencio/ trepa por las paredes como una pulsión violenta”. Por eso “Algo se descompone/ en un lugar que nos está vedado”. ¿Qué es? ¿Por qué “ella” (hay una pareja en estos versos) “se fue quedando/ en el centro vacío de lo oscuro”? Pocas veces se logran expresar con tanta claridad las grietas, las fisuras del amor, de la intimidad. Nos asomamos en estos poemas al borde del abismo que nos habita (recordemos el extraordinario verso de Piedad Bonnett “Lo terrible es el borde, no el abismo”). “Y sin embargo en esta casa hay flores,/ y una tetera donde borbotea/ una canción imaginada”: son los elementos de “una nueva soledad”, de un difícil reajuste con la memoria y con los sentimientos (como explica el magnífico texto de Luis García Montero en la contraportada).

En este reajuste hay una sobrecogedora conciencia de los efectos devastadores a nivel corporal (la escritura de Piedad Bonnett está atravesada por el cuerpo) de ciertas palabras de “los hombres de mi vida” (y esta conciencia es no solo íntima, también social): “Bueno, dice él en el museo./ Suficiente.// Y ella siente la cuerda poniendo la medida.//[…]// (Porque lo digo yo, decía su padre)// En el cuadro que mira hay un camino/ y un sol que ciega. Ancla en él la mirada,// y la cuerda se estira// en el museo”.

En “Manual de autoayuda” aparece el nudo de lo que nos atormenta, también corporeizado (“Cómo desatar este nudo, me digo,/ y en él concentro la mirada para que arda”) y lúcidamente analizado (“No hay nudo sin proceso,/ sin movimiento previo, sin lazadas”). Hay una poética del cuerpo, la herida, la fractura, como el poema titulado precisamente “Fractura”: “Anoche volví en sueños al tiempo del amor/ como a una antigua ciudad revisitada/ que prodiga distinto los asombros”.

Son versos bellísimos y tan exactos que se alojan de inmediato en nuestro cuerpo. Sí, el tiempo del amor es una antigua ciudad a la que deseamos regresar, volvemos siempre en sueños al tiempo del amor. Se repasan una y otra vez los recuerdos (“y en aquel tiempo tú// y yo pasado el tiempo”) porque “los sueños/ abren sus pasadizos” “de esa manera cruel”. Los sueños pueden herir, igual que las palabras: “las palabras inocuas dilatan lo que pronto vendrá, lo que ya tiembla”, leemos en “Postales”.

La violencia es una presencia constante en Los hombres de mi vida. A veces no se percibe fácilmente, como cuando aparece envuelta en palabras en apariencia inocuas (que sin embargo acabarán por tensar la cuerda). Otras veces es brutal, atroz, como en “Caminando sola”: “Yo venía de dejar a mi hermano en la escuela. /Los vi de ida, por eso di un rodeo./ Pero allí estaban,/ como me había susurrado el miedo.// Si fueron cinco o seis, no sé, qué importa./ Siete cuerpos, diez cuerpos son lo mismo que uno//[…]// Dentro de mí un olor que no se fue más nunca”. Y hay tres versos también devastadores: “A mi madre/ que trenzaba guedejas de colores/ le regalé la paz de mi silencio”.  

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Los versos de A Bigger Splash, poema claramente escrito pensando en Daniel, el hijo que se suicidó en plena juventud de Piedad Bonnett, hacen llorar: “Te he visto vacilar, al borde, antes de dar/ el salto. Y me he quedado/ aquí, en mi silla blanca,/ esperando que emerjas de las aguas”. Escribir con tanto dolor tanta belleza está al alcance solo de los poetas enormes.  

Los hombres de mi vida analiza de manera magistral los sentimientos, la memoria y la violencia, íntima y colectiva, sobre las mujeres. Libro de extrema lucidez y extrema belleza, nos regala una poesía poderosísima y sutil, de una acerada precisión. No tengo la menor duda de que este libro (como todos los de Piedad Bonnett) pasará a la letra grande de la historia de la poesía.

* Ioana Gruia es escritora y profesora de Literatura.

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