La vida de Bradley Wiggins sigue siendo una montaña rusa sin final
Sinceramente, siempre me ha gustado Bradley Wiggins, un ciclista que ha cambiado muchos paradigmas.
Ahora ha decidido hablar alto y claro y protagoniza titulares de auténtico amarillismo, sin ser él seguramente el más interesado en esto.
El tipo que llevó a Gran Bretaña a su primer Tour de Francia cuenta que acabó sacrificado por su propio equipo, Team Sky.
No fue un drama ni una venganza, fue política de equipo. Todo pasó en plena tormenta por las investigaciones de dopaje que marcaron el final de su carrera.
Después de la gloria de 2012, del Tour y del oro olímpico, llegaron las sospechas y el ruido.
Los TUEs y la triamcinolona pusieron su nombre en boca de todos, aunque nunca se probó nada.
Vivió años con la presión encima y con algo más oscuro todavía.
Durante mucho tiempo fue un adicto funcional a la cocaína.
Entrenaba, competía y sonreía mientras se consumía por dentro.
Hubo momentos en los que su hijo llegó a temer por su vida.
Pasó semanas encerrado en hoteles, consumiendo y sobreviviendo sin entender cómo seguía en pie.
El ciclismo fue su refugio y a la vez su cárcel.
La bici le daba orden, identidad y disciplina. Cuando desapareció, se encontró perdido.
Todo estaba programado, dormir, comer, entrenar, competir, y cuando eso se terminó, no quedó nada.
La presión, la política, el ruido, nada de eso se parecía a lo que soñaba cuando empezaba a pedalear por Kilburn.
Pero tampoco todo fue negativo. Team Sky fue un entorno único que cambió el ciclismo británico.
Ahora se le ve cerca de Lance Armstrong, a quien criticó con dureza cuando llevaba dorsal, por el legado que había dejado en el ciclismo, sin embargo el tejano estuvo ahí cuando nadie más parecía querer escuchar. Esa parte de su historia le sigue dando orgullo.
Hoy, a los 45 años, Wiggins ha vuelto a disfrutar de la bici por placer, sin agendas ni presiones.
Volver a montar le da libertad. La disciplina sigue siendo su aliada y el entrenamiento su rutina salvadora.
El orgullo llega también desde su hijo, Ben, que apunta alto y ama este deporte. Verle competir le devuelve otra alegría.
Al final, Wiggins ha cerrado su capítulo más oscuro.
Reconoce lo que hizo sobre dos ruedas, lo que logró nadie se lo puede quitar.
Ya no se odia ni busca venganza. Solo quiere seguir adelante y volver a montar en bici.
Imagen: a.s.o./gautier demouveaux



