No son una novedad, pero viven una edad dorada. Los dragones han estado presentes en la literatura desde hace siglos y ahora han resucitado en las sagas superventas del momento, tanto en las dirigidas a un público adulto como en las enfocadas a lectores infantiles. Aparecen en la fantasía épica y en la más oscura, pasando por el romance juvenil y la ciencia ficción. Estos seres mitológicos no están en riesgo de extinción.

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Alzaron su vuelo con fuerza la década pasada con la saga El Legado de Christopher Paolini, El Priorato del Naranjo de Samantha Shannon o La guerra del dragón de Anne McCaffrey, en la que los dragones son esenciales para la supervivencia de los humanos. Pero, como decíamos, su existencia viene de lejos. Los de George R.R. Martin los hemos visto aterrorizar a la población en televisión, al igual que Smaug, el codicioso ejemplar que guardaba un tesoro en el El Hobbit de J.R.R. Tolkien, que quiso pasearse por las salas de cine.

El superéxito del momento, el que reina en todos los escaparates de las librerías, está firmado por Rebecca Yarros. Ha enamorado a millones de lectores – bestseller en más de 40 países- con unos jinetes de dragones que estudian en el Colegio de Guerra de Basgiath para ser los mejores en una batalla cada vez más cercana. Las tres entregas de la serie Empíreo – Alas de Sangre, Alas de Hierro y Alas de Ónix- han ocupado los tres primeros puestos en la lista de más vendidos de The New York Times, por ejemplo.

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Opciones españolas

Pero no tenemos que irnos al mercado anglosajón. Los escritores españoles han sabido sacar rédito a estas criaturas y los dragones ibéricos ganan terreno gracias a autores como Laura Gallego y sus Memorias de Idhún. Se trata de una trilogía en la que estos ejemplares, sin ser los protagonistas, tienen un papel relevante para la historia. Fue adaptada a una serie de animación que estrenó Netflix.

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Adaptación de ‘Memorias de Idhún’ | Netflix

Los más pequeños de la casa pueden adentrarse en este mundo con Kora y el dragón, de Marta Conejo, psicóloga de profesión y una de las voces que se abren paso con más fuerza en la literatura infantil y juvenil. Se trata de un «mundo de fuego y magia donde todo es posible» .»Creo que a estos lectores les gusta, sobre todo, personajes muy fuertes que sean los que muevan la historia, con grises y conflictos, no un héroe al uso. La trama tiene que ser muy dinámica, que avance», nos explica Conejo a Libertad Digital.

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Ella se enamoró de los dragones con la serie American Dragon y los ha llevado a un mundo de fantasía: «Es la criatura mitológica más misteriosa y puedes darle muchas aristas. Como escritor, puedes jugar con su personalidad y crear uno muy poderoso y muy malo o hacer que hable y sea muy sabio porque viven muchos siglos. Para mi libro, he leído cómo se entienden los dragones en cada cultura. Por ejemplo, en Asia está relacionado con la naturaleza, portan armadura y son acompañantes de los humanos».

La protagonista es Kora, una joven a cargo de su hermano pequeño y de su abuela, la única familia que le queda en un mundo muy poco amigable, donde la luz del sol es muy peligrosa y hay tierras baldías. «Ella es muy miedosa, muy temerosa de ese mundo, pero no le queda otra que, creyendo en los dragones, lanzarse a lo imposible. Los dragones vivían en equilibrio con los humanos pero, por culpa de una princesa que quiso aprovecharse de ellos, se van y el mundo se desequilibra».

De fantasía a novela histórica

Es un libro de fantasía, un género que «en España tiene mucha calidad y muchos seguidores». «Contamos con grandes autores en todos los subgéneros, desde juvenil a fantasía más oscura, distópica, romántica o urbana. Hay mucho talento y cada vez se consumen más autores nacionales».

Los dragones se cuelan hasta en la novela histórica española, aunque sea de soslayo. El escritor Luis Zueco (Borja, Zaragoza, 1979) hizo referencia a ellos en El mapa de un mundo nuevo (Ediciones B), la segunda parte de su bilogía sobre Isabel la Católica. La novela pone en valor los mapas, el bien más preciado de una corona, en un tiempo en el que se podía leer «Hic sunt dracones» («Aquí hay dragones») para señalar zonas desconocidas o peligrosas.