Es uno de los fotógrafos contemporáneos más conocidos entre escritores, aunque ha retratado a personas de todo tipo: cantantes, cineastas, boxeadores, presidentes de gobierno, toreros, charcuteros y hasta premios Nobel. Es Jeosm, un hombre que fotografía como vive: sin remilgos. Su mirada es directa y … honesta, como sus palabras.
En ocasión del programa de creación ‘Versiona Thyssen’, la pinacoteca madrileña ha invitado al fotógrafo a formar parte del jurado que elige las obras ganadoras del certamen y a aportar él también una versión de una de sus piezas emblemáticas: la ‘Santa Catalina’, de Caravaggio. La suya está protagonizada por la escritora Espido Freire y se exhibirá junto a la original este viernes 17 de octubre en la sede del Palacio de Villahermosa.
—Un escritor de grafitis en el museo. ¿Cómo lo ve?
—Discrepo. Cuando yo pintaba grafitis, nunca busqué que estuviesen en un museo. En este caso, he trabajado con la mirada de un fotógrafo. Cuando me dieron a elegir, me propusieron cualquier obra de la colección permanente y que hubiesen pasado 80 años desde que falleció su autor. Sin dudarlo, elegí el Caravaggio.
—¿Cuál fue la razón más poderosa?
—Por la vida que tuvo Caravaggio. Es una figura con la que empatizo. Me interesa lo que construyó en la historia del arte: el tenebrismo, el claroscuro, la manera de iluminar y por supuesto, Santa Catalina. Me pareció que tenía todo: retrato, iluminación, concepto para hacer yo una visión de actual
—Es una versión de Santa Catalina, con Espido Freire. ¿Por qué?
—La concibo como dos obras en una: la versión de Caravaggio y una versión de Espido Freire. Como todo creador y toda creadora, está el conflicto personal, representado a través del espejo; el palo selfie, de estar atado a las redes sociales y luego los libros como parte importante en la vida de un escritor.
—Es curioso, la rueda es la tortura de Santa Catalina y el palo selfie la tortura de…
—La tortura de las redes sociales para los creadores. Quise resaltar la necesidad de dar valor al tiempo para poder crear, que me parecía que encajaba muy bien con los libros también. Entonces ese tiempo necesario para cultivarte también es necesario para crear.
—Aquí hay una puesta en escena manifiesta. ¿Qué ha tenido en mente?
—Aparte de la literatura, consulto muchos de libro de arte y fotografía, evidentemente. Me fijo mucho en la fotografía del cine, la puesta en escena del cine. Normalmente, cuando voy retratar a alguien en su casa, su hábitat, sólo tengo que ser fiel. En este caso, tenía la posibilidad de construir todo esto porque lo que voy a contar sobre esta persona y sobre el cuadro. El concepto lo tenía claro: buscar una figura que tuviera sentido,
—Es la primera vez que versiona una pintura, pero no la primera que se involucra o trabaja con un museo
—He colaborado con el Museo del Prado en un taller de iluminación barroca que se hizo dentro del congreso barrocos y ahora en noviembre voy a dar un taller de fotografía en el Prado también, de cuatro sesiones.
—¿Por qué los museos buscan a un fotógrafo?
—En el caso del Thyssen, creo que buscan la variedad de las disciplinas. Y en el caso específico del Prado, por dos razones: una, la luz, que es nuestra herramienta y segundo porque queramos o no todos bebemos de la pintura y venimos de ahí.
—¿Qué tienen en común Jeosm y el barroco?
—Es el momento en el que los artistas humanizan el arte. Es cuando realmente Velázquez o Caravaggio, pero sobre todo más Rembrandt, humanizan al retratado: muestras sus miserias, sus dobleces. Parte de mi trabajo también tiene mucho que ver con eso: la fotografía sincera la realidad. Tenemos pocos elementos narrativos para contar lo importante. La luz, por ejemplo. Es tan importante es lo que iluminas como lo que no. Eso es uno de los rasgos que me gustan del barroco.
—Voy a insistir en el tema del escritor de paredes en el museo…
—En ese momento estaba mucho más cerca de un publicista que de un artista, porque lo que hacía era poner mi nombre por todos los sitios, lo más grande posible, que se viese lo mejor posible, por eso te decía antes que yo no concibo el grafiti como arte. Es verdad que tampoco tenía claro que me dedicaría a la fotografía ni que iba a hacer retrato, ni que iba a estar a día de hoy haciendo esto en el Thyssen o el Prado ni mucho menos que iba a retratar a la peña que he retratado. En aquel momento, con 16 años pues yo estaba currando descargando carne en el Mercamadrid, aportando parte del sueldo en casa, también emborrachándome, pintando y fumando porros.
—¿Se siente cómodo ante la pregunta sobre si es usted un artista?
—Me interesa más la palabra autor. Tengo una mirada, una forma de ver el mundo y ver la gente. No hay otra connotación que vaya más allá.
—Antes hacía más trabajos de publicidad, ahora se dedica por completo a los proyectos de autor. ¿Por qué?
—La pandemia fue el detonante. En aquel momento estaba haciendo mucha publicidad, pero la pandemia nos atropelló a todos. Y en esos momentos de reflexión sí que me sirvió para entender la fotografía como una carrera de fondo.
Quiero construir mi carrera con honestidad. No soy el mejor, tampoco soy el peor, pero sí tengo algo que es mío. Con este tipo de proyectos se abre una ventana. Tenía muy descolgado el tema relacionado con la formación, con la divulgación, de alguna manera. No lo dijo como un estigma ni algo negativo, pero al final, soy un fracaso escolar metido en un museo. O sea, que esto es la polla. Creo que ahí hay que poner en valor el hecho de hacer cosas, valorar el oficio y la práctica.