A Javier Pérez se le encoge el estómago. Más que al resto. Se pone en los zapatos de la pareja de Teresa de Jesús. Al conocer más datos sobre la trágica muerte de la cuidadora del SAF en O Porriño, se le agolpan los recuerdos. «Es similar al caso de mi madre», asegura. «Yo ya advertí que habría más muertes si el sistema no cambia», explica. Javier es hijo de la mujer presuntamente asesinada por su hermano, diagnosticado de esquizofrenia, en la casa familiar de Lavadores, Vigo, hace quince meses. Desde entonces, él denuncia el abandono institucional que rodeó su caso.
Asegura que su madre pidió ayuda muchas veces y murió intentando proteger a los demás. «Mi madre fue asesinada por su hermano, tras escribirle a la cuidadora para que no fuera ese día porque mi tío ‘estaba muy nervioso’. Y ella no fue. Pero mi madre sí… al matadero», lamenta.
Javier considera que todo el sistema falló: la sanidad, por no ajustar la medicación ni facilitar un ingreso involuntario a tiempo; los servicios sociales, por su dejadez; las empresas de ayuda a domicilio, por no informar adecuadamente a sus trabajadoras ni formar al personal; y la escala política, por mirar hacia otro lado. «¿Cómo se puede mandar a una persona sola a cuidar a un esquizofrénico sin saberlo? La chica no tenía ni idea», asegura. Según su relato, su madre fue tutora legal de su hermano hasta 2015; en el momento de su muerte lo era la Funga y durante años intentó protegerlo, pero cada vez le resultaba más difícil. La comparación con el caso de O Porriño le resulta inevitable: «Me dio mucha rabia».
Cree que también Teresa de Jesús se quedó desprotegida por un sistema que subcontrata servicios y por la falta de medios para atender la salud mental. «¿Cómo puede haber solo doce camas psiquiátricas para toda el área de Vigo?». Javier reclama cambios estructurales y urgentes: que se escuche a las familias y a las cuidadoras. Que se revisen los protocolos y se actúe con rapidez. No es experto en salud mental pero entiende que una persona con problemas psiquiátricos, cuidando de su esposa tras un ictus, «es una bomba de relojería».
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