Tras el éxito de su ópera prima, A cambio de nada (2015), Daniel Guzmán regresa con La deuda, una obra que revela su madurez como cineasta y la profundidad de su mirada sobre la sociedad. Más allá de las cuestiones sociales que aborda, el director nos invita a reflexionar sobre las emociones que nos unen como seres humanos.
Daniel Guzmán es uno de los cineastas más singulares de la cinematografía española, un director que ha sabido equilibrar la crítica social con la emoción pura. Con su debut en 2015 con A cambio de nada, conquistó al público y a la crítica, llevándose el Goya a Mejor Dirección Novel. La película, un retrato de la juventud y las dificultades del día a día, le abrió las puertas de una carrera llena de apuestas arriesgadas y narrativas auténticas. Antes de dirigir, Guzmán había forjado su carrera como actor, destacándose en populares series como Aquí no hay quien viva, lo que le permitió tener una visión única de la industria.
Con su segundo largometraje, Canallas, exploró nuevos territorios, y con La deuda, que llega a los salas españolas el viernes 17 de octubre, lleva su cine a una nueva dimensión, abrazando géneros como el thriller y profundizando en temas como la culpa, la gentrificación y la lucha por la supervivencia. Su cine es una reflexión sobre la sociedad, pero también una ventana abierta a lo más íntimo del ser humano, buscando siempre conectar con el espectador más allá de los problemas que aborda. A través de sus películas, Guzmán ha logrado una identidad propia: un cine que conmueve, que nos hace cuestionar, pero que también celebra la luz y la esperanza en medio de la oscuridad.
Han pasado diez años desde que debutaste como director y ahora regresas con La deuda, que ha pasado primero por el Festival de Málaga. ¿Qué ha cambiado en ti como director en todo este tiempo?
Pues supongo que lo que intento es seguir aprendiendo y evolucionando. Esta película, de las tres que he hecho, es la más ambiciosa tanto a nivel narrativo como presupuestario. También es la más compleja. Dentro de esa ambición, he adquirido herramientas que me ayudan a seguir avanzando. Los temas y la forma de contarlos siguen teniendo ese calado, esa cercanía. Lo que ahora intento es mezclar el cine social con el género, porque creo que la estructura de género, que mantiene al espectador en tensión, puede ser una forma interesante de contar historias. En este caso, lo logro a través del protagonista y su relación con el dinero. Es un tema central: ¿Hasta dónde llegarías por ayudar a la persona que más quieres? Y luego está lo social, que toca temas como el desarraigo o la gentrificación.
De eso quería hablarte, tu estilo cinematográfico tiene una sensibilidad muy particular hacia los temas sociales. ¿Cómo consigues equilibrar la crítica social con la narración emocional?
Intento contar historias que he vivido o que me son cercanas, porque eso hace que los personajes sean más consistentes y auténticos. Son historias de gente común que lucha por salir adelante, mejorar su vida, encontrar su lugar en el mundo. Y esas historias son nuestras historias. Como yo las he vivido, siento la necesidad de contarlas. También trato de darles una factura visual que sea atractiva, que tenga color, esperanza y cierta elegancia. El cine social suele ser muy sombrío, y a veces nos presentan la realidad de manera feísta, pero yo creo que lo social también tiene luz, emoción y alegría. Ante todo es necesario, te cuestiona y te hace reflexionar sobre tu vida a través de los personajes, que, por lo general, ves muy cercanos.
El tema de la gentrificación es central en la película. ¿Qué te motivó a tratar este fenómeno social?
Es un problema muy actual y real. La deuda habla de alguien que trata de ayudar a una persona que quiere para que no pierda su vivienda porque un fondo ha comprado el edificio para convertirlo en pisos turísticos. Es un tema con el que cualquiera puede identificarse. A ti también te afecta, seguro. Tal vez te cueste pagar el alquiler de un piso sola y tengas que compartir, o lo veas en la gente mayor, que son desplazados a residencias. Es algo con lo que nos cruzamos todos.
Tu relación con los mayores parece ser un tema recurrente en tu cine. ¿Sientes que se le da poca importancia o representación a este tipo de relaciones?
Es cierto que no suelo ver personajes mayores representados de manera significativa en el cine. En mis tres películas siempre hay un personaje mayor. En A cambio de nada, mi abuela, que tenía más de noventa años, fue una de las protagonistas. No veo a menudo personajes de esa edad en las películas, y cuando aparecen, suelen ser secundarios, con muy poco desarrollo. Más aún cuando son actores no profesionales, como en mi caso, lo que implica un reto adicional. Por ejemplo, en Canallas, traté el tema del amor a través de octogenarios, algo que rara vez se ve en el cine.
Pero no lo hago porque sienta que tenga una deuda con ellos, sino porque ha sido una parte importante de mi vida. He aprendido mucho de mis abuelos, especialmente de mi abuela, y me interesa saber cómo voy a llegar yo a esa edad, si llego.

Si no me equivoco, la trama de La deuda nace de una anécdota personal. ¿En qué momento decidiste que debía convertirse en un guion real?
Sí, la relación con mi abuela fue muy cercana. Ella sufrió un trombo pulmonar y teníamos que ir por las tardes a un centro de salud para que le pusieran oxígeno. En esos momentos, pasábamos quince o veinte minutos en silencio, mirándonos. Yo soy muy observador, y un día me fijé en un desfibrilador. Como no podíamos hablar, comencé a imaginar qué pasaría si, por necesidad, me llevara ese desfibrilador. Pensé: ¿qué pasaría si lo robara para venderlo y poder comprar lo necesario para la semana? Empecé a hacerme preguntas, a imaginar situaciones. ¿Qué pasaría si alguien muriera por mi culpa? ¿Cómo gestionaría la culpa? Ese mismo día llegué a casa, me senté y empecé a escribir, y no paré hasta que terminé el guion.
El robo del desfibrilador es uno de los picos de tensión en la película. ¿Qué representa para ti dentro de la narrativa?
Es el detonante de uno de los temas clave de la película: la culpa. Es el punto de partida que marca todo lo que viene después. Es el momento en que todo se complica, y no solo desde el punto de vista moral, sino también emocional y social.
¿Por qué este sentimiento es tan crucial para los personajes? ¿Es un concepto que te llama la atención para explorar en futuros proyectos?
La culpa es central porque la película tiene dos dimensiones: por un lado está el thriller de un tipo que intenta conseguir dinero, y por otro, la lucha interna de ese mismo tipo para redimir la culpa de lo que ha hecho. La culpa está profundamente arraigada en nuestra cultura, sobre todo por la influencia judeocristiana. Nos enseña a ver todo en términos de bien y mal, y eso nos limita, nos castra. Es todo un tema, no sé si seguiré profundizando en ella, pero sin duda es una de las partes fundamentales de esta película.
Como su propio nombre indicia, la película habla de una deuda emocional y económica. ¿Cómo conectan estos dos aspectos en la historia?
Ambos aspectos son cruciales para crear el thriller social y emocional de la película. La deuda económica es lo que empuja al protagonista a tomar decisiones que le llevan a cometer ilegalidades. Al mismo tiempo, la deuda emocional, la culpa que lleva consigo, es lo que lo motiva a intentar redimirse, lo que añade otra capa de tensión. Los dos conceptos están estrechamente ligados en la historia.
“La culpa está profundamente arraigada en nuestra cultura, sobre todo por la influencia judeocristiana. Nos enseña a ver todo en términos de bien y mal, y eso nos limita, nos castra.”
En otras entrevistas has dicho que el thriller no es un género que te atraiga especialmente como espectador. ¿Por qué decides hacerlo?
Porque me ofrecía una estructura muy sólida. La premisa de conseguir dinero para evitar el desahucio ya tiene una gran carga de tensión. Además, es un tema que genera conflicto y decisiones erróneas. La historia va creciendo conforme el protagonista se ve atrapado por sus propias decisiones. Al principio todo está dentro de la legalidad, pero la necesidad lo empuja hacia lo ilegal.
¿Cómo ves esa lucha entre moralidad y supervivencia en el contexto actual?
Vivimos en una sociedad muy polarizada, donde todo se tipifica entre lo blanco o negro, legal o ilegal, amigo o enemigo. Y no hay nada entre medias, no hay espacio para matices. El cine es una herramienta increíble para cuestionar esas dualidades. Volvemos al tema judeocristiano. El bien: el cielo; el mal: el infierno. Yo no creo en eso. Para mí no existen el bien o el mal absolutos, todo está condicionado por las circunstancias. No creo que alguien que haya cometido un delito ya sea malo. Me gustaría que la gente pudiera reflexionar sobre esa idea y ver que las personas no siempre son buenas o malas, sino que están ligadas a su contexto.
Cambiando un poco de tema. Háblame sobre el proceso de rodaje. Fue una apuesta arriesgada, tanto económica como logísticamente. ¿Hubo algún momento en el que pensaste en abandonar?
Sí, hubo varios momentos difíciles, especialmente en las semanas dos, cinco y siete. La bola se había hecho tan grande que pensé en parar, pero cuando ya habíamos invertido tanto dinero, no había vuelta atrás. Si parábamos, todo lo invertido se perdería. La película fue mucho más cara de lo que habíamos calculado, en gran parte porque tuvimos que mover sesenta y ocho decorados y el equipo, que era muy grande. El rodaje se alargó a diez semanas, cuando lo habitual son cinco o seis.
Uno de los elementos distintivos de La deuda es su reparto. ¿Cómo fue trabajar con un elenco tan diverso, especialmente con Charo García, una actriz no profesional de noventa y un años?
Fue un reto y un riesgo, pero también una oportunidad. Charo no era actriz profesional, lo que aumentó la dificultad porque queríamos mantener esa autenticidad. Además, al ser una actriz tan mayor, solo podíamos rodar con ella unas pocas horas al día, lo que alargó bastante el proceso de rodaje.

Mirando hacia atrás, en tu carrera has experimentado con diferentes facetas: como actor de cine, televisión y director. ¿Cómo influye eso en tu forma de trabajar en los proyectos?
Conocer todos los departamentos es una ventaja enorme. Para dirigir, no solo necesitas saber visualmente cómo construir una escena, sino cómo guiar a los actores. Esta suele ser la asignatura pendiente de muchos directores, que se centran demasiado en la parte técnica, visual y olvidan la importancia de dirigir a los actores. Por eso siempre recomiendo a los directores y directoras que estén empezando que se hagan unos añitos de arte dramático. Para que luego sepan sacarle lo que quieren a los actores, o por lo menos que puedan hablar el mismo idioma. Cuanto más entiendas de cada parte del proceso, mejor director serás.
El cine social en España ha sido muy relevante en décadas pasadas, pero ha cambiado con el tiempo. ¿Cuál crees que es el lugar del cine social hoy en día?
El cine social necesita reencontrarse con el público. En su momento (los 90 y los 2000) fue el cine más popular, pero hoy en día parece que se ha dejado de producir de forma masiva. En un momento dado, las televisiones o ciertas productoras dijeron que el cine social no interesaba y lo estigmatizaron. Realmente yo creo que el público quiere historias cercanas. El cine social nos hace evolucionar y tener otros puntos de vista. No solo es triste, también tiene cuestionamiento y comedia. Y puede convivir perfectamente con el thriller, la comedia, la acción. A mí me gustaría mucho que se recuperase el hábito por consumir, y sobre todo, por producir cine que no solo busca entretener, sino también hacerte reflexionar, hacerte cuestionar el mundo que te rodea.
Creo que esta película tiene el potencial de abrir los ojos de mucha gente y de conectar con distintas generaciones. ¿Era esa tu intención desde el principio, hacer una película que pudiera resonar con un público tan amplio?
Sí, era mi intención. Me encanta que me digas eso. La intergeneracionalidad es algo que me interesa mucho. Creo que las relaciones entre diferentes edades, como la de padres e hijos o abuelos y nietos, aportan mucha más riqueza, humanidad, comedia y emoción. Mostrar cómo interactúan esas generaciones me parece fundamental para que la película conecte con todos.
Para cerrar la entrevista, ¿qué cambios te gustaría ver en la industria del cine español para apoyar proyectos como el tuyo, que van más allá de los estándares comerciales?
Creo que todos los géneros y puntos de vista deben tener cabida. No todo tiene que ser cine de entretenimiento, aunque por supuesto tiene su lugar. Me gustaría ver más diversidad cultural en la producción y que se destinen recursos para todo tipo de cine, no solo el que genera más público o más ingresos. Todos debemos tener la oportunidad de ver y hacer cine que nos ofrezca diferentes formas de narrar historias.

