En algunos rincones de Europa ya se ensayan escenarios que parecen sacados de una novela futurista. En Albania, por ejemplo, el Gobierno anunció que uno de sus ministerios será gestionado con una inteligencia artificial, delegando así en un algoritmo una parte de las decisiones políticas. Esa imagen, la de un futuro donde las instituciones se diluyen en favor de una tecnología sin rostro, resuena en ‘Inmanencia’ (ADN Novelas), la primera novela de Víctor Lapuente, donde la distopía no surge de un líder autoritario que oprime, sino del extremo opuesto: una libertad absoluta convertida en amenaza.

La historia entrelaza tres momentos separados por casi un siglo, unidos por un mismo misterio. En los años noventa, un grupo de adolescentes de un pueblo de los Monegros tropieza con un secreto templario ligado al Santo Grial. Tres décadas después, uno de ellos, convertido en investigador de la ciber-democracia, se verá arrastrado a una trama internacional donde la promesa de transformar la humanidad oculta un riesgo mortal. Y en un futuro lejano, una inteligencia artificial llamada FRIDA gobierna en nombre de la libertad absoluta, hasta que un hallazgo olvidado amenaza con desmoronar ese mundo. Tres épocas, tres vidas y un mismo misterio que puede salvar el mundo o destruirlo.

El propio título de la obra alude al concepto filosófico de inmanencia, aquello que existe y se mantiene dentro de la propia realidad, sin recurrir a instancias trascendentes. En la novela, esta idea se convierte en metáfora de un mundo en el que los seres humanos ya no buscan apoyos externos, ni en la religión, ni en el Estado, ni en instituciones colectivas, sino que quedan atrapados en un bucle de autorreferencia que amenaza con volverse destructivo. Su autor, Víctor Lapuente, es politólogo, profesor en la Universidad de Gotemburgo. Conocido por sus ensayos sobre la calidad de las instituciones y el funcionamiento de la democracia, ahora da un salto a la ficción para explorar los mismos temas desde otra perspectiva: la de la narración, el suspense y la metáfora literaria. Inmanencia es, en ese sentido, una prolongación de sus inquietudes académicas, pero envuelta en un relato que invita a reflexionar desde la emoción y no solo desde el análisis.

Con estas claves en mente, conversamos con Lapuente sobre su novela, los riesgos de confiar en la tecnología, la fragilidad de la democracia y los límites entre política y vida personal.

Pregunta. ¿Definiría usted mismo esta novela como una distopía?

Respuesta. Sí, es una distopía, quizás un poco anti distopía, en el sentido de que normalmente las distopías suelen ser sobre un poder autoritario que nos oprime y aquí la intención era plantear lo contrario, que el futuro más terrible no sea un poder que nos domine, sino ninguno. Nosotros mismos en una libertad absoluta, en una especie de ciber anarquía sin instituciones, sin religiones, sin Estados, sin empresas. Creo que eso puede ser un futuro más terrible, y es lo que intentaba dibujar en la novela.

El politólogo Víctor Lapuente

El escritor Víctor Lapuente.

P.  La pregunta inicial del libro interpela directamente al lector: “¿Qué estaría dispuesto a sacrificar para construir un mundo mejor?”. ¿Esa es la brújula moral de toda la historia?

R. Sí, creo que sí. En los distintos periodos siempre hay un dilema entre los protagonistas: seguir los designios del corazón, del amor a una persona concreta o a la familia, o intentar transformar el mundo, dejarse llevar por sueños que pueden tener consecuencias negativas. Es la tensión entre la política y el amor.

P. ¿Cuál ha sido el mayor reto al que se ha enfrentado al escribir esta novela?

R. Todo, porque es la primera vez que escribo ficción y ha sido complicado. Pero decía Nietzsche aquello de que si una persona tiene un “porqué”, puede afrontar cualquier “cómo”. Yo creí en esta historia desde el principio, pensé que podía ser interesante, y eso me hizo invertir el tiempo necesario. La ficción te obliga a un ejercicio de comunicación distinto, y es muy difícil para los analistas y politólogos hablar en otro lenguaje. Pero creo que el mejor vehículo para determinadas ideas abstractas es un lenguaje claro, conciso y con historias. No sé si es atractivo, pero sí suficientemente efectivo para que la gente se adentre en esto. Es un thriller, pero a diferencia de otros thrillers donde se trata de encontrar al asesino, aquí se trata de encontrar el sentido de la vida, que es más complicado.

P. ¿Cómo surgió la idea de ‘Inmanencia’? ¿Cuál fue el germen?

R. Creo que esas ideas sedujeron a demasiada gente. Hubo demasiados intelectuales viendo las bondades de lo que en mi libro llamo “chamanes”, esos cantos de sirena de cambiar las cosas. Creo que eso puede ser peligroso porque genera expectativas que, cuando no se cumplen, producen frustración y más desencanto. Creo que tenemos instituciones que debemos preservar y mejorar. Debemos reformarlas, pero también defender su esencia y su persistencia a lo largo del tiempo. En el libro mi idea es defender las instituciones, lo que tenemos, lo que hemos construido a lo largo de los siglos, y favorecer los cambios incrementales, no rupturistas del statu quo, porque creo que pueden ser muy peligrosos, vengan de la izquierda o de la derecha.

El principal problema de la inteligencia artificial es que no hay nadie responsable.”

P. En su novela, en 2086 la República de Occidente está gobernada por FRIDA, una inteligencia artificial. Hoy ya debatimos sobre el papel de la IA en la política. ¿Qué peligros ve en delegar la toma de decisiones a las máquinas?  

R. Muchos peligros, porque delegar en las máquinas quiere decir delegar en nosotros mismos. Creo que la principal responsabilidad, tanto en el futuro como en la actualidad de los algoritmos, no es tanto el poder de la tecnología como el poder que nosotros delegamos en esa tecnología. Al final la tecnología depende un poco de nosotros y el principal problema es que no hay nadie al mando, no hay nadie responsable.

Por ejemplo, ahora, si hay un problema con las pulseras, esperemos que haya un responsable en este tema, un responsable en la sanidad, un responsable en los incendios. Si delegamos en las tecnologías, seguramente no vamos a tener responsables. Y sin responsabilidad creo que la sociedad ya no puede avanzar. También el mensaje de la novela es esa especie de libertad total con responsabilidad cero, que creo que es la tentación del mundo actual. La tentación de muchos políticos es ofrecerte eso: mucha libertad, muchos derechos, pero sin deberes y sin responsabilidades. Eso puede ser un problema serio. El principal inconveniente de la inteligencia artificial, tanto en el futuro como ahora, es que no hay nadie responsable y eso puede ser muy negativo.

P. ¿Hasta qué punto cree que la sociedad se encamina hacia un modelo en el que preferimos la comodidad de que “otro decida por nosotros”, como pasa con FRIDA? 

R. Creo que hay una exageración entre muchos analistas y expertos sobre la posibilidad de que acabemos oprimidos por fascismos como hace un siglo, como en los años 20 o 30 del siglo pasado. Creo que eso en las democracias occidentales y europeas es muy difícil. Puede haber algunas excepciones en algunos lugares, pero en general no, ni siquiera en Estados Unidos. Yo creo que más bien el peligro es casi el contrario, no es que pongamos demasiada fe en un líder autoritario, sino que no vamos a poner ninguna fe en nadie, en ningún político, ni siquiera en los mejor intencionados. Y será muy tentador cuando alguien nos venda un algoritmo y nos diga: “¿para qué vamos a confiar en personas, si esta gente realmente no piensa en ti?”. Mejor confiemos en la tecnología.

Creo que la tecnología va a ser una tentación muy grande en un momento de gran desconfianza de los ciudadanos en todo tipo de instituciones. De hecho, el libro habla de esa ciberdemocracia y de manipulación. Creo que a día de hoy ya lo hemos visto, las elecciones ya están influidas por algoritmos y por fake news. 

Hay que defender las instituciones, reformarlas, pero preservar su esencia y su permanencia en el tiempo.”

P. En este contexto, ¿qué aprendizaje ofrece esta ficción sobre la fragilidad de la democracia actual?

R. Yo creo que la democracia es muy frágil, pero de una manera distinta a como solemos percibirla. La fragilidad de la democracia no está tanto en que, al menos en estas democracias, venga un dictador y se apropie de todos los poderes. Creo que exageramos eso. A veces interesa, por dar la noticia, decir que nuestro país está cayendo por la pendiente del autoritarismo como si no hubiera posibilidad de revertirlo. Creo que el problema no es que alguien derroque de manera ruidosa al régimen democrático, sino más bien una erosión poco a poco, por desgaste, por apatía, por un desenganche de la ciudadanía del proyecto colectivo.

La idea de que solo tenemos que pensar en nosotros mismos porque no hay posibilidad de reconstruir un colectivo, una comunidad, una patria. El problema que veo es más de desgaste a medio y largo plazo. Lo veo parecido a la decadencia del Imperio Romano que no fue una cosa de un solo día, sino lenta, y la gente vivía razonablemente bien mientras iba decayendo, pero se perdía ese espíritu de hacer cosas juntos, en común, de sacrificarnos por el bien común.

P. Entonces qué es más peligroso para usted, ¿la ingenuidad de quienes creen en utopías perfectas o el cinismo de quienes ya no creen en nada? 

R. Es una muy buena pregunta, porque creo que en la novela está reflejado en algunos personajes. Por un lado, la gente demasiado creyente; por otro, la gente completamente cínica. No sé quién decía, creo que un escritor norteamericano, que vivir con fantasías es imperdonable, pero vivir sin fantasías es insoportable. Los dos extremos pueden ser un problema.

Yo creo que es necesario tener ciertas ilusiones, esperanzas, metas trascendentales, que es un poco el mensaje de la novela. Pero siempre esas metas trascendentales tienen que estar dentro de tu interior, no debes transformarlas en algo político, en un proyecto político. Es también el mensaje de la novela, que creo que viene del Evangelio de Mateo: “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. Es decir, dar un espacio a Dios en nuestra vida interior, que nos dé trascendencia y nos mueva a trabajar comunitariamente con los demás. Pero a la hora de pensar en un mundo, no debemos planificarlo como un paraíso o una tierra prometida, porque eso nos puede llevar a proyectos totalitarios. 

P. De hecho, en la novela aparecen dos fuerzas muy poderosas: la religión, representada con el mito del Santo Grial, y la tecnología, con la inteligencia artificial que gobierna. ¿Es en cierto sentido un diálogo entre fe y ciencia?

R. Es un diálogo entre fe y ciencia, que creo que son perfectamente compatibles, aunque a lo largo de la historia, sobre todo desde la Ilustración, mucha gente ha insistido en decirnos que la fe es contraria a la ciencia. Creo que las dos son muy importantes, pero no podemos confiar ciegamente en ninguna de las dos. El problema viene con los excesos fundamentalistas. El fundamentalismo religioso está presente en los yihadismos o en los supremacismos cristianos blancos en Estados Unidos, pero también en movimientos rabiosamente ateos. En la novela hablo de la Revolución Francesa hasta la actualidad, con repúblicas bolivarianas y movimientos socialistas que también muestran ese tipo de fundamentalismo religioso. Creo que hay que huir de la “religificación” de la política en la esfera pública, que es un problema que vivimos en muchas de nuestras sociedades, a veces por gente abiertamente religiosa y otras veces por gente abiertamente atea, pero que realmente quiere construir una república muy religiosa.

Entretener para pensar o pensar entreteniendo: ese es el espíritu de la novela.”

P. FRIDA garantiza la libertad absoluta, pero a costa de un control invisible. ¿No es eso lo que ya vivimos con las redes sociales y los algoritmos que nos dirigen sin que lo notemos?

R. Sí, creo que sí. El consuelo que tenemos ahora es que sabemos que hay personas detrás, como Mark Zuckerberg u otros, que son quienes llevan las riendas del asunto. Eso da un poco de esperanza, porque si podemos reemplazar a Zuckerberg por otra empresa, siempre se puede pensar que se puede cambiar al titiritero que maneja las marionetas de las redes sociales. Pero la novedad que planteo es: ¿y si desaparece ese titiritero?, ¿y si ese titiritero somos todos nosotros?, de manera que no haya nadie que controle de forma unívoca y clara la marioneta. Ese es el problema.

El problema que veo es que hay redes sociales llevadas a su extremo más radical. Todas las distopías en realidad tratan de los problemas del presente, no tanto de intentar adivinar el futuro. Como comentas, el problema ya está presente en nuestro día a día. No lo sé, yo tengo mis reservas sobre el potencial disruptivo de la inteligencia artificial. Creo que va a cambiar mucho, va a sustituir muchos trabajos. No creo que los elimine, creo que las tecnologías suelen cambiar los trabajos, y en muchos casos los mejoran a medio y largo plazo, aunque al principio haya costes. No creo que sea tanto el problema. Va a cambiar y va a sustituir trabajo, pero creo que nos adaptaremos a eso. No creo que vayamos a ser controlados por las máquinas, tengo esperanza. Sí creo que debe haber más control y regulación. Pero, en el fondo, las posibilidades de la inteligencia artificial son las posibilidades del ser humano. Me asusta más lo que nosotros podamos hacer con la inteligencia artificial que lo que la inteligencia artificial pueda hacer con nosotros.

P. Y para cerrar: si tuvieras que resumir el mensaje del libro en una sola frase para un lector que aún no lo conoce, ¿cuál sería?

R. Creo que sería una forma entretenida y con suspense de tratar de buscar el sentido de la vida. Entretener para pensar o pensar entreteniendo.