George Washington, además de padre fundador, fue un formidable derramador de sangre. Los nativos iroqueses le apodaron ‘conotocaurius’ —destructor de ciudades— y él mismo se … lo apropió para firmar algunas cartas. Su muerte fue un horror que empezó con un resfriado, agravado hasta el infinito por una de sus aficiones: las sangrías. A lo largo de las horas le hicieron al menos cuatro, una de ellas, ni siquiera la última, directamente en la garganta. Mar Gómez Glez (Madrid, 1977) le pregunta retóricamente al contar su historia: «¿Qué ganas viendo ese líquido abandonarte? ¿Acaso quieres hacerte a la idea de que ha sido una batalla y no un catarro lo que te ha doblegado?»
La escritora madrileña acaba de publicar ‘Sangre’ (Ariel) cuyo subtítulo es ‘Historia íntima y cultural de un fluir constante’. No miente: el volumen mezcla historia de la ciencia, sociología y cultura con algunos episodios reales de su propia vida. Su novela ‘Una pareja feliz’ fue la finalista del premio Nadal en 2021, pero aquí encontramos un estilo muy distinto: todo es no-ficción, pero a ratos el aparente libro de divulgación plagado de anécdotas usa las técnicas narrativas para subir un escalón y emocionar al lector desprevenido, creando o recreando escenas muy bien trazadas. Al fin y al cabo y como deja claro el libro, cuando la aparición de la sangre interrumpe nuestras vidas entramos automáticamente en un terreno de trascendencia. Nada es más importante.
«La de Washington fue una de las primeras historias que encontré, y me hizo ver que la sangre tiene algo muy literario. Este libro me ha ayudado a entender mucho de la naturaleza humana», comenta Gómez, que tiene una fuerte relación con Estados Unidos (alguna vez le han dicho que parece una autora norteamericana), donde pasó 12 años persiguiendo el sueño de la escritura en sus universidades. Allí descubrió «otro tipo de libros, influenciados por el periodismo de investigación pero con un nivel literario muy fuerte», germen para terminar publicando ‘Sangre’. Años antes de centrarse en la escritura estudió sociología y periodismo, saberes y técnicas a las que ha vuelto para dar forma a un libro que fluye por temas tan diversos como las guerras, las donaciones, las transfusiones, los vampiros, la regla, los trombos, el VIH o la leucemia. Algunos son terrenos científicos, donde la gente de letras suele evitar entrar: «En otros países es más normal. Forma parte de una investigación de tipo literaria, que puede emprender cualquier persona. Si no hay sangre no hay pensamiento ni hay escritura, es una curiosidad muy propia del ser humano tratar de entender cómo funciona».
Romantizar un baño de sangre
Se tratan algunos casos extremos de sádicos asesinos, como los de Erzsébet Bathory o Gilles de Rais. Glorificados habitualmente por una cierta cultura popular que casi les adentra en el reino de la ficción, aquí sus torturas son retratadas sin un ápice de farsa: «Yo no llegué a verles la poesía. Creo que para escribir te tienes que meter bastante, y a mí esto me hizo mucho mal». Alejandra Pizarnik le dedicó un libro a Bathory en 1966, ‘La condesa sangrienta’, que Gómez leyó con unos veinte años y ahora ha releído con otra mentalidad. «Algo ha cambiado en mí desde entonces. A medida que vas creciendo te das cuenta de que la distancia entre una persona y otra, aunque las separe tanto tiempo, no es tan grande. Eso es lo que me asusta, lo rápido que se tuercen las cosas».

Mar Gómez Glez, momentos antes de la entrevista en Madrid
Virginia Carrasco

La investigación histórica es fascinante, iluminando lugares y tiempos fundamentales para nuestro conocimiento actual. Tanto el descubrimiento de la propia circulación o de los tipos de sangre como las transfusiones colectivas soviéticas de Aleksándr Bogdánov o las firmas con sangre de Stephen King, que también entran en el terreno del mito. «Es un fluir de historias de la sangre, pero he intentado que todas vayan un pasito más allá y hablen de quiénes somos como seres humanos». En el apartado de los vampiros encaja la figura, por ejemplo, de Bryan Johnson, el profeta del rejuvenecimiento que se inyecta plasma de su propio hijo y otros adolescentes para eternizar su juventud. «Además, Johnson nunca se expone al sol. Era mormón, tuvo una crisis de fe y cambió una fe por otra. ¿Cuán grande tiene que ser tu ego para pensar que tu ser no tiene que abandonar este mundo alguna vez?», reflexiona Gómez, que también aboga por reconectar con nuestro cuerpo —con nuestra sangre— fuera de las pantallas: «No tiene ningún sentido vivir en una Matrix, y podemos caer en eso si no afrontamos las tecnologías de una manera crítica».
La parte íntima de ese fluir constante
En casi todos los capítulos, la autora aporta vivencias personales o de conocidos y familiares. «Aquí hay un pacto de no-ficción, y yo sabía que iba a ficcionalizar lo mínimo, pero esto no es un tratado: esto está pasado por mi sangre, por mis horas de estar sentada trabajando, por mis paseos». Alguno de los fragmentos más notables tienen que ver con los sucesivos ingresos de su padre a causa del corazón y un trombo: «Estuvo muy malo el año pasado, y le acompañé a comprar este libro. Estaba él con mi madre, muy mayores, empecé a leerles las partes donde sale y me puse a llorar. Y no me lo esperaba. Ahí sentí que había hecho algo bien, y espero que si esto me toca a mí, toque a alguien más. Que nos haga sentir que esta humanidad existe. Lo que venga después con la IA será otra historia, pero esto es esto».

La portada de ‘Sangre’, de Mar Gómez Glez
Óscar Chamorro

Gómez también va a donar. Gran parte del final del libro habla de las donaciones de sangre y plasma, y de los lugares del mundo donde se pagan. Entramos en una escalofriante clínica austriaca donde los jóvenes donan plasma sin parar, o en países donde el enfermo necesita aportar la sangre que se vaya a gastar en una operación antes de entrar, dando lugar a sórdidas redes mafiosas. «Me pareció muy significativo que el centro de donaciones de Madrid estuviera en la Avenida de la Democracia». La escritora tiene claro que el mejor modelo es el altruista, pero ese altruismo parece ir en descenso, y hay empresas empujando porque se empiece a pagar e incluso discursos que abogan por la liberalización del mercado de órganos. Una parte del plasma que se usa en los hospitales en España viene de haber sido pagado en Estados Unidos, porque aquí no se produce suficiente. «Me parece importante saberlo. Y quizás a partir de ahí se pueden empezar campañas para volver a concienciar a la gente. Cada donación ayuda a tres personas. Es un acto cívico real, que nos iguala».