La última obra de Miguel Bonnefoy (París,1986) es hirviente, sensorial y deslumbrante. Hay quien dice que el autor francovenezolano, que escribe en francés, de padre exiliado chileno en París y madre exdiplomática venezolana, ha reinventado el realismo mágico.

El sueño del jaguar

Miguel Bonnefoy

Traducción de Regina López Muñoz Libros del Asteroide, 2025. 268 páginas. 20,95 €

En El sueño del jaguar, Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, Premio Femina y finalista del Premio Médicis, identificamos el ritmo, la textura entre lo real y lo onírico, las mitologías familiares.

Nos encontramos a la sombra de García Márquez, pero también hay resonancias de Isabel Allende, Michel Tournier o Elena Garro. “Un libro puede crecer sobre otro libro”, reconoce Bonnefoy.

Para el público castellano esta novela es un banquete: parece que revisitamos un clásico latinoamericano, por cierto, con la afinada traducción de Regina López Muñoz. Nos perdemos por estancias y selvas ya soñadas.

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Pero todo es fresco, como si se nos revelase por primera vez la fabulación fantástica de lo cotidiano. Y lo que parece imaginación en esta saga familiar, Bonnefoy lo ha extraído de la existencia real de sus antepasados.

Su escritura pletórica despliega la historia de sus abuelos, Antonio Borjas Moreno, un afamado cardiólogo y rector universitario de Maracaibo, y su esposa Ana María, la primera doctora de la región de Zulia, en una Venezuela legendaria y cambiante.

La novela de un héroe casi dickensiano, que es el abuelo del autor, arranca con un recién nacido abandonado en una iglesia; el mantón que arropa al niño esconde un artilugio para liar tabaco. Una mendiga, conocida como la muda Teresa se hace cargo interesadamente de la criatura: “Le arrimó la boca a la ubre de una cabra negra”.

Lo llamó Antonio y, tras crecer en la miseria en las riberas del lago de Maracaibo, el muchacho aprendió a vender amuletos, a echar las cartas, a detectar el abismo de la maldad. Sorteando peligros, Antonio liará y venderá cigarrillos, será cargador en los muelles y se colocará en el Majestic, la casa de citas de Lucrecia Montilla, la más visitada de las afueras de Maracaibo.

La novela es un banquete: parece que revisitamos un clásico latinoamericano. Nos perdemos
por estancias ya soñadas, Pero todo es fresco

“El descubrimiento del petróleo lo cambió todo. La ciudad y Antonio se transformaron a la par”, señala el narrador omnisciente. Multitud de hombres codiciosos, llegados de todas partes, convirtieron Maracaibo en “una ciudad babélica surgida de la noche a la mañana”.

Cualquier narración decimonónica que cambia el destino de un héroe huérfano dispone de un objeto misterioso que dará con el origen del protagonista.

Un pintoresco y vividor capitán de barco llegado de lejos resultará ser el padre biológico de Antonio, el mismo que posee un raro aparato de liar tabaco idéntico al que depositaron en la iglesia junto al niño abandonado.

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Antonio dejará el Majestic, y sus exóticas aventuras de burdel, y empezará una nueva vida con estudios, familia y amor: Ana María, una estudiante de medicina como él.

Los avatares de esta pareja pionera de la medicina venezolana transitan a partir de ahora un itinerario intrincado. Serán activistas, ambos, contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, Antonio será encarcelado, sin que dejemos de asombrarnos de personajes y lances pintorescos.

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Hay una hija libre y soñadora llamada, cómo no, Venezuela. Antonio va a concebir una magna universidad en Maracaibo, la verá construir y llegará a ser su rector.

Años más tarde, el hijo de Venezuela, trasladada a París, nacerá el día en que se inaugura en Maracaibo la calle Antonio Borjas Romero. Cristóbal va a ser un escritor fronterizo, entre Europa y América Latina (sin duda es el alter ego de Miguel Bonnefoy), desencantado de una revolución esclerótica, la de Chaves, que reproduce la misma jerarquía y abuso entre los revolucionarios.

Cristóbal queda fascinado por la aventura vital de su estirpe, por el aura de amor y energía que rodea a su familia. Bonnefoy es un autor apasionante y torrencial, premiado en casi todas sus obras, desde El viaje de Octavio, Azúcar negro, Herencia o El inventor (Libros del Asteroide). Conviene seguir su brillante trayectoria.