El Ciutat de València, escenario cuya fortaleza aupó al Levante hacia los cielos de la élite, presencia su nueva realidad desde el aturdimiento que produce la ausencia de victorias como local. Lo aseguró Calero en la rueda de prensa previa al duelo frente al Rayo Vallecano: «En casa es donde debería basarse nuestra fuerza», dijo, consciente de que los objetivos pasan por hacerse fuertes en territorio granota. No obstante, el sueño está muy alejado de la realidad. El balance, hasta la fecha, es pobre independientemente de la envergadura de los equipos que han visitado el coliseo levantinista.
Todo se conjuró para que, frente al Rayo, el Levante sumara su primera victoria en Orriols. Entre el buen sabor de boca tras el asalto al Carlos Tartiere, y la emoción de regresar a ‘casa’ tras casi un mes sin pisarla, la esperanza de sumar de tres abarrotó los alrededores del templo de Orriols hasta que el fútbol, caprichoso como pocos entes existen en la vida, aplicó una de sus leyes más letales. Jorge De Frutos, en su primer duelo ante el Levante desde su salida en 2023, y en calidad de internacional con España, abofeteó a sus excompañeros con dos goles que poco ayudaron a un conjunto de Julián Calero que no mostró la frescura ni la soltura que acostumbra. Apuntillada con el tanto de Álvaro García en la segunda mitad, el Levante sufrió una derrota de las que duelen: goleada en contra y como local (0-3), bajando, tal vez, de las nubes al equipo y recordándole que, en la élite, un día malo es sinónimo de castigo.
La ley del ex se ceba con el Levante
Todo, de hecho, se empezó a torcer a las primeras de cambio. Apenas transcurrieron diez minutos desde el inicio y De Frutos, rematando un centro desde la esquina de Unai López, y aprovechando el despiste de Mathew Ryan en la posición, colocó el esférico en el fondo de la red metiéndola en el palo corto. El ‘19’, a pesar de que jugó en Segunda a regañadientes, pidió perdón a una parroquia que le devolvió el gesto con aplausos.
No fue el día del Levante independientemente de que, en un abrir y cerrar de ojos, empató la contienda por mediación de un Carlos Álvarez que, entrando en el área pequeña como si de un delantero centro se tratase, aprovechó una magnífica jugada de Toljan. El alemán pisó línea de fondo, recortó y la puso en el área pequeña para éxtasis de un Ciutat que, instantes después, presenció como Miguel Sesma anuló la diana ante la posición adelantada del ‘22’ durante el transcurso de la jugada. El ímpetu de los levantinistas aupó a una grada que, entre tanto, empezó a frustrarse con el desquiciante arbitraje del colegiado del encuentro: blando con los rayistas y firme con los granotas a la hora de impartir justicia. Para más inri, el revés fue doble cuando, superado el ecuador del primer tiempo, Jorge De Frutos cazó un rechace al punto de penalti, fruto de un desajuste defensivo, para batir a Mathew Ryan con una volea potente.
Aún quedaba tiempo para reaccionar. O, como mínimo, para recortar diferencias e implantar emoción. Pese a ello, dio la sensación de que no era el día del Levante. Nada le salió en ningún tramo de un encuentro en el que la muralla rayista mermó la fluidez del frente de ataque levantinista. Una estirada de Augusto Batalla a disparo de Etta Eyong, a pocos minutos del final de la primera parte, fue lo más destacado, a nivel ofensivo, de un Levante que, transcurridos 20 minutos desde la reanudación, recibió la estocada del tercer gol en contra. Controló Chavarría un balón aéreo, habilitó a Álvaro García y el ’18’, poco después de partir desde el banquillo, noquear al equipo de Calero con un disparo cruzado.
Desde entonces, el Levante actuó más por dignidad que por ganas. Más con el corazón que con la cabeza, consciente de que, a veces, vale la pena detenerse, analizar su realidad y mirar hacia adelante desde la mentalidad de que no le vuelva a suceder. Y, sobre todo, de que los golpes no le afecten tanto. Esta vez fue De Frutos, con un doblete y acogiéndose a la ley del ex. Pero, en Primera División, hay infinidad de futbolistas que, al igual que son capaces de marcar la diferencia, no pueden desestabilizar un bloque destinado a quedarse en el lugar donde compiten los mejores.