“Allá en el fondo, todas las palabras que dijimos y de las que ya no guardamos recuerdo, duermen bajo las aguas. / Duermen aquellas que no supinos decir y esperan su turno para salir a flote. Las cartas que hemos roto, las no recibidas y las veces que hemos dicho adiós. La pena que sentimos y que ahora, al recordarla, nos parece pequeña. La risa o el llanto que no llegó a brotar. La amistad que buscamos en el momento difícil y que resultó más débil que nosotros, más falta de ayuda. La persona a quien quisimos consolar y nos sirvió de consuelo…. / Todo duerme allí, en ese fondo”.
La infancia es un paraíso perdido; al menos, para quienes tienen la fortuna de disfrutar de una niñez sin carencias graves, arropados por una familia. Para la escritora Carmen Kurtz (Barcelona, 1911-1999), a pesar de perder a su madre a temprana edad, esos días quedaron como un oasis antes de que los acontecimientos que escapaban a su control y al de cualquier individuo mandaran al traste la existencia de todo un país, primero, y de varios continentes, poco después. Nacida unos años antes que la generación de Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Juan Marsé, Jesús Fernández Santos y tantos otros, a ella la guerra no le rompió la infancia, pero le truncó los sueños de juventud.