La tarde en la “Nuevo Progreso” de Guadalajara tuvo esa mezcla de expectación, hondura y contraste que sólo se da en los festejos donde el toreo se impone por encima de las estadísticas. Fue una tarde de toreros en gran momento, de entrega sin reservas, y también de la amarga frustración que deja la espada cuando niega el triunfo. Tanto Ernesto Javier “Calita” como Héctor Gutiérrez estuvieron en un nivel alto, de toreros cuajados y con concepto, pero la suerte suprema se interpuso entre ellos y la puerta grande. En cambio, Alejandro Talavante naufragó en un lote imposible, de pocas embestidas y muchas dudas.

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El sino de Talavante

Abrió plaza “Lorvic”, de Teófilo Gómez, un toro de 500 kilos que nunca quiso ir hacia adelante. Incierto, a la defensiva, midiendo y frenando cada intento del torero extremeño. Talavante, que no está para medias tintas, intentó someterlo con firmeza, logrando algunos muletazos sueltos de mucho mérito, pero el toro nunca rompió. Despachó pronto y saludó una ovación más de reconocimiento que de contento. Con “Cierta Puertas”, su segundo, el guión no cambió: el toro tampoco ofreció opción y el extremeño apenas pudo dejar algunos detalles sueltos, pinceladas de su clase, sin estructura posible. Fue su tarde más gris en México, una tarde sin culpa, porque no hubo toro.

“Calita”: madurez y personalidad

El primero del lote de “Calita”, “Buen Amigo”, de Villa Carmela, prometía ser el toro del despegue. El saludo capotero tuvo compás, temple y cadencia, con verónicas de mucha expresión. El toro se empleaba con clase hasta que, en un golpe de infortunio, se fracturó un pitón al chocar contra el burladero. La faena quedó truncada antes de comenzar, y el torero lo despachó con profesionalismo.

Su segundo, “Luminoso”, fue el punto de inflexión de la tarde. “Calita” salió a jugársela desde la porta gayola, recibiendo con una larga cambiada que encendió los tendidos. El toro, de 490 kilos, tuvo nobleza y recorrido, y el torero respondió con una faena de altos vuelos, cimentada en la naturalidad y la templanza. Toreó despacio, abandonado, con los vuelos de la muleta planchados al albero. Hubo profundidad, pausa y un sentimiento maduro que confirma que “Calita” atraviesa por su mejor momento. Fue una obra que merecía el premio grande, pero la espada, una vez más, negó lo que el toreo había ganado. Palmas tras aviso, pero con sabor a triunfo moral.

El toreo con alma de Héctor Gutiérrez

El tercer toro de la tarde, “Bacachito”, de 535 kilos, fue una joya del hierro de Teófilo Gómez, premiado con arrastre lento. Desde el capote, Héctor Gutiérrez mostró su versión más reposada, toreando a la verónica con esa lentitud que parece imposible. Luego, un quite por saltilleras tan ceñido como valiente levantó la plaza. Pero lo mejor estaba por venir: una faena de muleta que fue una lección de ritmo, estética y profundidad. Toreo de muñeca, de verdad, con mando y gusto.

Fue una faena de torero inspirado, de los que hacen de cada pase una firma. Cada muletazo tuvo estructura y contenido. No hubo adorno ni artificio. Todo fue pureza. La espada, sin embargo, volvió a quebrar el relato perfecto, y el hidrocálido sólo pudo saludar en el tercio.

Cerró plaza con “Chava”, otro toro de Teófilo Gómez, de 492 kilos, serio y con buen fondo. Héctor volvió a mostrar su sitio y su inteligencia. Faena de lectura, de verticalidad y pureza. Toreo clásico, austero, de trazo limpio. La izquierda fue la vía del toreo más sincero, el que no necesita explicación. Nuevamente falló con la espada, pero su saludo final fue ovacionado con fuerza, reconocimiento pleno a un torero que sigue creciendo con paso firme.

Una tarde con contenido

La corrida de Teófilo Gómez (y uno de Villa Carmela) ofreció toros bien presentados y de juego variado, con “Bacachito” como el más completo, premiado justamente con arrastre lento. No hubo triunfos redondos, pero sí una tarde rica en matices, de toreros con ambición y fondo.

Lo que se vio de “Calita” y de Gutiérrez no fue casualidad: fue la confirmación de dos toreros en plenitud, con conceptos sólidos y el corazón abierto. El triunfo escapó, sí, pero la verdad quedó sobre el ruedo.