Hay veranos que queman y duelen al mismo tiempo. En ‘Los nuevos’ (Destino), Pedro Mairal vuelve a ese territorio en el que el calor de la juventud se mezcla con el desconcierto de crecer. Thiago, Bruno y Pilar avanzan a tientas por el borde inestable que separa la adolescencia de la adultez, con Buenos Aires como un laberinto que los empuja y los confunde. La novela vibra en ese punto exacto donde la ternura y el desamparo se tocan, donde el deseo se enreda con la pérdida y el miedo se parece al amor.
En esta novela, Mairal observa con una lucidez feroz el tránsito hacia un mundo que exige definiciones cuando todavía no hay certezas. Thiago, marcado por la muerte de su madre, narra desde un centro psiquiátrico juvenil la historia de un verano que lo desborda y lo transforma. Bruno estudia en Wisconsin, atrapado entre el hielo y las expectativas ajenas, buscando un lenguaje que lo identifique. Pilar, la fuerza centrípeta del grupo, intenta sostener los lazos que quedan mientras su propio mundo se desmorona. En ellos, Mairal construye un retrato íntimo de ese tránsito incierto entre el deseo y la pérdida, entre el desamparo y la primera libertad. Con la sensibilidad que lo caracteriza, el autor de ‘La uruguaya’ firma una novela coral, conmovedora y feroz, sobre la amistad, los mandatos familiares y la dificultad de comunicarse en un tiempo que parece exigir respuestas antes de que haya preguntas.
Conversamos con Pedro Mairal sobre la gestación del libro, el eco de Salinger, la distancia entre generaciones y la fuerza de los afectos que salvan del abismo.
Pregunta. ¿De dónde nació la idea de Los nuevos? ¿Y qué fue lo primero que apareció: Thiago, el título o la idea del paso de la adolescencia a la adultez?
Respuesta. Claramente fue Thiago. Yo estaba en la playa en el verano de 2023 y apareció la voz de Thiago en mí, que era la voz de alguien que no quería contar algo. Eso me gustó. Alguien no quiere contar algo. Me pareció una idea fuerte para un narrador, porque siempre los narradores son personas que quieren contar, pero aquí no. Eso me resultó un buen arranque. Empecé a escribirlo. Además, no sabía al principio qué era lo que no quería contar, hasta que tuve una pesadilla terrible con algo que pasa en la primera parte del libro, que no quiero “spoilear”. Entonces, lo que no quiere contar es eso: una situación bastante desastrosa que él provoca sin querer. Eso es lo que escribí primero.
P. ¿Y cómo nació la idea del libro en general?
R. Así, como te estaba diciendo. Primero surge eso. Escribí la parte de Thiago, que es un chico que está en carne viva porque acaba de morir su madre y lo llevan a una especie de felicidad obligatoria en un balneario. Está muy enojado. Y sucede cierta cosa y que no quiere contar. Escribí esa parte pensando que era una novela corta. En un momento habla de su amigo Bruno, que está estudiando en Wisconsin, en el hielo, en un lugar helado. Entonces, ahí se metió Bruno en el libro. Porque después de escribir lo de Thiago, escribí la parte de Bruno. Fue muy orgánico el modo en que creció el libro. No lo tenía planeado. Escribí lo de Thiago, después lo de Bruno, que pensé que era otra novela corta relacionada, y cuando tuve esas dos, dije: “bueno, ahora voy a escribir lo de Pilar, que es amiga de esos dos”. Me dio mucho trabajo esa parte. Me llevó un año de versiones. Pero al final logré discernir cómo era. Terminó siendo un tríptico: estos tres amigos, Thiago, Bruno y Pilar.
P. Menciona que Thiago apareció como una voz silenciosa pero muy clara. ¿Qué le hizo confiar en esa voz para narrar la historia?
R. Creo que la literatura es muy buena para expresar lo no dicho, lo que no sale hacia afuera, lo que no es pronunciado, lo que se quedó en el pecho. A diferencia del teatro y el cine, que son buenos para el conflicto que explota hacia afuera: la pelea o la acción; la literatura es buena para hablar del silencio. En eso confié en la voz de Thiago. Era una voz de mucho dolor y mucho silencio. Y ese era su superpoder, de alguna manera. Esa era la fuerza de Thiago.
P. Están los tres protagonistas: Thiago, Bruno y Pilar. ¿Qué le interesaba explorar con esa estructura coral, donde cada uno vive su propio proceso de crecimiento?
R. Era importante que cada uno tuviera su espacio, incluso geográfico. Thiago tiene la playa, ese balneario que se llama La Lobería, que yo invento. Es un lugar muy caluroso, en un verano seco, entre las dunas. Bruno tiene su lago congelado, su nieve, su invierno en Wisconsin, que es un poco el paisaje de su soledad. Y Pilar tiene su impermanencia, todo el tiempo la echan de los lugares donde vive, desde el piso de su abuela a una pensión estudiantil, después con una amiga y cada vez está en una situación más precaria. Cada uno tiene su historia, por eso necesitaba que cada uno tuviera una parte de la novela. Lo curioso fue que la parte de Pilar me demandó mucho trabajo, porque no estaba descubriendo cuál era su historia. Le pedía que cerrara las de Bruno y Thiago, y eso era injusto con su personaje, hasta que descubrí qué le pasaba y cuál era su camino. Finalmente di con el tono de la tercera parte, con la voz de Pilar, y ahí se armó el libro.
P. ¿Cómo fue escribir desde la mente de un chico que atraviesa el duelo pero, a la vez, una transformación tan profunda?
R. Él está en un momento de salud mental muy frágil. Tal es el dolor que tiene que se le disparan episodios confusionales o brotes psicóticos. Tiene momentos donde su salud mental tambalea, probablemente provocados por la muerte de su madre y porque él canaliza una locura colectiva que sucede en ese balneario. Hay una psicosis colectiva y él la provoca, pero también la canaliza. Cuando en un grupo grande aparece un loco, los demás suspiran aliviados porque toda la locura se cataliza en él. Ese es el rol que padece el pobre Thiago: canalizar la locura de todos.
P. El personaje de Thiago tiene un eco de ‘El guardián entre el centeno’. ¿Qué le marcó de Salinger y cómo dialoga esa influencia con su propio lenguaje?
R. Esa novela fue muy formativa para mí. La voz de Holden Caulfield me enseñó mucho. Me ayudó a pensar no tanto en un lenguaje adolescente actual, sino en el aspecto atemporal de la adolescencia; una mirada escéptica, corrosiva hacia el mundo adulto, una mirada que desenmascara, que ve todo como una farsa. Holden Caulfield habla todo el tiempo de lo falso, de lo “phony”. Todo le parece falso. El mundo adulto le parece una gran farsa. Esa soledad y sensación de incomprensión me ayudaron mucho. Creo que la novela de Salinger atraviesa el tiempo porque no intenta un lenguaje adolescente, sino una mirada adolescente, que no es lo mismo.

P. El libro plantea un choque generacional muy fuerte. ¿Qué le interesaba de esa tensión entre “los nuevos y los viejos”?
R. Ahí aparece toda la torpeza de la comunicación entre padres e hijos. Bruno borra los audios de cuatro minutos que le manda su mamá; el padre de Thiago intenta hablar con él y termina hablando de su trabajo de publicidad. Hay una torpeza gigante en la comunicación entre generaciones. Quise mostrar ese fracaso de los adultos, su incapacidad para hablar con los más jóvenes. Y que los jóvenes, muchas veces, no quieren escuchar. Thiago habla mentalmente con su madre muerta, y Bruno no habla con su madre viva. Los adultos, “los viejos”, aparecen de manera torpe, en segundo plano, con sus expectativas erradas y mandatos que los hijos intentan esquivar.
P. ¿Cree que la adultez se ha vuelto un territorio más difuso hoy que en épocas anteriores?
R. Hay gente de cincuenta años que sigue en caprichos, en una infancia continua. Esos hombres grandes que juegan a la PlayStation, ese tipo de cosas. O gente con gustos muy adolescentes. Se ve mucho en redes sociales: el adulto aniñado. Es bastante patético, pero cada uno crece y madura a su velocidad. ‘La uruguaya’ es un libro sobre un tipo inmaduro, casado y con un hijo, que no se hacía cargo de su vida y culpaba a la familia de su frustración. En ‘Los nuevos’ los chicos no saben bien hacia dónde ir, no les gustan los modelos que tienen delante y tienen que inventarse su propia manera de ser.
P. En la novela se sugiere que el miedo de los adultos hacia los jóvenes tiene algo de envidia. ¿Qué envidian los adultos de “los nuevos”?
R. La juventud, sin duda. La libertad, la fuerza, el descubrimiento, la aventura y la falta de responsabilidad. Hay muchas cosas que los adultos envidian de “los nuevos”. Esa posibilidad de salir hasta las cinco de la mañana y seguir al día siguiente funcionando. Hay una energía en esa época de la vida que después no se tiene. A veces el reproche o la sanción de “los viejos” hacia “los nuevos” esconde mucha envidia, desde la exploración, incluso sexual, hasta esa libertad que ya no tienen.
P. ¿Qué cree que “los nuevos” todavía necesitan aprender de “los viejos”?
R. En la novela aparecen maestros, pero laterales. Nunca vienen del lado paterno o materno. A Thiago le enseña el hombre que cuida los caballos en el balneario; le enseña el respeto por la naturaleza. A Pilar le enseña su abuela a conducir. Hay muchas cosas que aprender de “los viejos”, pero los jóvenes encuentran a los maestros de manera azarosa. Los eligen, los encuentran. Yo tuve la fortuna de encontrar a un maestro muy bueno en los años noventa, Félix della Paolera, que fue mi maestro, casi un gurú.
P. Para terminar, ¿qué le ha enseñado a usted esta novela sobre la juventud, ahora que la miras desde otra etapa de la vida?
R. Aprendí o recordé la dificultad de esa etapa, la soledad. Se trata de una soledad bastante insalvable. La importancia de la amistad, sobre todo cómo funciona en ese momento. La amistad que empiezas a construir con los nuevos vínculos. Sales de tu familia biológica, te vuelves casi huérfano emocionalmente, pero empiezas a formar una familia a través de los amigos. Eso me hizo revalorizar la importancia de esa amistad que surge, esa familia nueva que nace cuando te vas de tu familia biológica.