
Regresa tras unas merecidas vacaciones con la obra Victoria en el Teatro Fígaro, y para la actriz Amparo Larrañaga la vuelta siempre es un comenzar de nuevo. A sus 61 años, confiesa que se encuentra en perfecto estado de revista, pero también que se cuida lo suyo, dado que los problemas de salud al final son los que te hacen aflojar el paso. Lo sabe por experiencia y lo vive con tranquilidad, consciente de que cuando la vida ya te ha dado un aviso hay que saber escuchar y cuidarse. De esto y mucho más hablamos en una otoñal mañana de ensayos en Madrid, la ciudad que elige cuando tiene vacaciones. Al final, es mucho más casera de lo que la gente piensa.
P: Comencemos por las cosas serias y cuénteme cómo se encuentra de salud.
R: Sin ser una psicópata de los cuidados personales, reconozco que me cuido más por dentro que por fuera, que reconozco los tratamientos se me hacen eternos y me dan mucha pereza. Llevo una vida muy activa y practico la medicina preventiva. Como bien, me cuido bastante y me quito lo malo, siempre hago ejercicio, ya sea bailando claqué o nadando… además, sólo fumé en una época muy concreta y nunca he bebido alcohol, y por eso creo que he tenido muy buenos hábitos. Dicho todo esto, también es verdad que aunque te cuides muchísimo, luego tengo amigos que lo hacen y se mueren de un infarto, pero eso ya no lo puedo evitar. Al menos no compro papeletas para que me pasen esas cosas y practico una vida saludable de la mano también de un nutricionista, Javi Martínez, a quien le voy a presentar su libro con la editorial Planeta dentro de unos días porque no veas cómo me ha ayudado a saber cuidarme y estar enganchada al bienestar.
P: Vuelve a los escenarios con «Victoria» en el Teatro Fígaro, que es como volver a casa.
R: Piensa que años atrás el teatro funcionaba a tope, teníamos la empresa, llenábamos en todas partes, los precios eran otros… eso me permitía hasta coger un año sabático y tomarme la vida de otra manera, pero hoy ya no pasan estas cosas y por eso el secreto está en trabajar una barbaridad. Terminaba «Laponia» y me esperaba «FitzRoy», y eso que este año sí me he cogido vacaciones, pero ahora estreno «Victoria» y esto es un no parar. Mira el ejemplo de mi madre, con 84, y sigue en activo.
P: Cuando uno trabaja a ese ritmo, a veces asusta parar porque parece como si fueran a salir todas las enfermedades que el ritmo frenético no deja que afloren.
R: A mí no me pasa porque cuando estoy de vacaciones aprovecho para descansar y hacer todo aquello que nunca puedo. Disfruto más, y es que piensa que tan pronto estoy dos años sin descanso como que me cojo dos meses, como hice este verano.
P: ¿Y qué hizo este verano?
R: Tocarme las narices (jajaja). Salí fuera una semana antes de que todo el mundo se fuera de viaje y después me quedé en mi Madrid, que me encanta en verano con el aire acondicionado. En agosto hay un montón de ofertas y mucho teatro que se queda en la capital porque hay mucha gente, y te aseguro que es un mes mejor que el de septiembre con la vuelta al cole. Me gusta vivir tranquila, ir a nadar, estar con mis amigos y hacer todo aquello que luego te da pereza.
P: ¿No prefiere hacer un largo viaje?
R: Para nada. Para mí es un misterio que a la gente le guste tanto viajar. Me parece que está sobrevalorado. Desde los 15 años he viajado sin parar por el país más grande del mundo a nivel cultura y diversidad, como es España. Cada ciudad y cada pueblo tiene algo diferente y me la he recorrido desde los 15 años con las giras, y por eso hoy me gusta estar quieta. Como mucho, me voy a ver a mi hijo que está estudiando en Inglaterra y no veas la ilusión que me hace cuando veo un banco del Santander. Estoy como una cateta y te aseguro que siempre deseo volver a casa. Tampoco entiendo que valoremos tanto lo de fuera con lo que tenemos en nuestro país.
P: ¿Cómo afronta la nueva temporada?
R: Lo primero siempre con mucha intriga porque nunca sabes si has acertado y eso se comprueba delante del público. La parte de ensayos es muy apasionante y el día del estreno es un momento clave. El miedo de ese día es un miedo de adrenalina y es el que te empuja de una patada hacia el escenario.
P: En su día confesó que sentía miedo escénico. ¿Está superado?
R: Tengo una anécdota de una función que hice años atrás precisamente en el Fígaro, con una escena en la que tenía que desnudarme de espaldas. Cuando me quité la ropa, oí una carcajada que no entendí porque no era de risa. Al acabar le pregunté a mi amiga Emma Suárez, que acudió a verme, el porqué de esas risas, y me explicó que al desnudarme llevaba tan sólo una braguita de raso que reflejaba mis nervios porque la tela temblaba muchísimo. Hoy mis nervios son distintos, son los de la responsabilidad para que salga todo bien, pero evidentemente tengo más tablas y por eso salgo con mucha seguridad.
P: Su vida es un continuo examen que puede resultar agotador.
R: Trabajamos e interactuamos a diario con el público, que cada día es diferente. Los cambios son constantes, pero eso también lo normalizas porque sino vivirías obsesionado y no podrías trabajar bien. El actor siempre está estudiando, pero evidentemente si metemos la pata no es una tragedia como cuando hay un fallo médico. Nuestro objetivo es entretener y si no lo consigues ese día, pues pasas al siguiente porque no has matado ni herido a nadie. Lo que tengo muy claro es que vivo para el público: haya una o diez personas en el patio de butacas, hay que trabajar igual. La persona que ha pagado una entrada para verte se merece todo. Que nos elijan me parece un privilegio y por eso siempre hay que estar a la altura. Tenemos que mentalizarnos que esta vida es nuestro trabajo y hay que superarse cada día.
P: ¿Se imagina su vida fuera de su profesión?
R: Podría haber sido médico perfectamente porque me encantaba. Mi primer novio estudiaba Medicina y confieso que esa profesión me fascina, y en mi familia ejerzo como «doctora» porque soy la que organiza todas las citas. Cuando me invitan a ver una operación voy feliz porque me apasiona. Te diré que mi operación de corazón la tengo grabada y la he visto muchas veces porque soy una fanática y pedí que me la dieran.
P: ¿Es buena enferma?
R: La mejor porque no soy hipocondríaca y me escucho muy bien. No me agobio con las cosas que me pasan y voy al médico solo cuando considero.
P: ¿A qué tiene miedo?
R: A no tener calidad de vida, a una enfermedad degenerativa que te impida seguir con tus cosas. Cuando me operé del corazón, sabía que las probabilidades de que me pasara algo eran muy inferiores a cualquier día que regresara en coche a mi casa, pero cuando vi a mi madre, marido y mis hermanos Luis y Pedro y yo en la camilla que salía hacia el quirófano y les sentí tan serios y firmes, tuve una sensación entre risa y llanto porque me emocioné. Las enfermedades degenerativas son las que más me asustan por lo que suponen para uno mismo y los tuyos.
P: ¿Se ve en algún momento fuera de los escenarios?
R: Empecé a trabajar hace 47 años y siempre he sido madre porque cuando terminaba con uno empezaba con otro. Por esto hay una parte de mí que siente que le falta vivir más y hacer las cosas que realmente me gustan: salir a dar un paseo, comer con alguien, ir a un teatro, un cine… Todo aquello que normalmente no puedo hacer y sólo lo practicaba cuando salía de gira, pero como ya no hay giras siento que me lo pierdo. No tengo claro que quiera morir con las botas puestas, pero aún me quedan unos años para organizarme la vida sin necesidad de trabajar. Cuando tus hijos vuelan definitivamente y nadie necesita nada de ti, ni yo tampoco, y tener lo justo para vivir a mi estilo, donde te aseguro que no necesito mucho. Tal vez cuando llegue a los 70 será el momento de decir hasta aquí he llegado.
P: Su padre fue un sibarita de la vida. ¿Ha heredado ese gusto?
R: Todos hemos heredado la parte elegante de mi padre, pero te aseguro que tengo otras prioridades. Puedo comer igual una hamburguesa que algo muy sofisticado. Evidentemente me gusta lo bueno como a todo el mundo, pero no sufro si no lo hago. Mi madre es muy diferente. Cuando estaba casada con mi padre, se adaptó a sus gustos, pero no era ni como mi padre ni mi abuela, que tenía una campanita para llamar al servicio desde que se levantaba. Mi madre era lo opuesto. Recuerdo la cama de matrimonio de mis padres y cómo mi madre, que sólo comía por las noches, dejaba todo lleno de restos: cáscaras de plátano, palomitas, cereales… Mi padre me solía decir: «Hija, dime si esto no es para divorciarse», y es que eran la noche y el día. A mi padre le encantaba vestirla súper elegante en los estrenos y que fuera la más guapa, pero hoy a mi madre le da absolutamente igual y, fíjate, que hasta se compra la ropa en Amazon.
P: En su familia usted ejerce el papel de nexo.
R: Me encanta ocuparme de mi familia, pero cada uno tenemos un papel. Mi hermano Pedro lleva todo lo de la empresa, Luis se dedica a los contenidos… cada uno tiene su papel y, aunque ya somos adultos y tenemos nuestras respectivas vidas, la verdad es que siempre estamos ahí cuando hay que estar: en esos momentos somos la familia más unida y leal que te puedas imaginar. Tenemos una unión increíble y jamás discutimos, como jamás nos hemos traicionado. Por eso siempre digo que teniendo hermanos para qué quieres amigos.
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