Joe Handelman introdujo una premisa en la ciencia ficción muy interesante: la relatividad, y en su libro La Guerra Interminable abrió una saga que me obsesiona.

Reconozco que uno de mis géneros favoritos es la ciencia ficción espacial, sobre todo sagas, que me permiten empezar y tener lectura para rato si la primera entrega me gusta. Me ha sucedido muchas veces, con La Fundación o con La Vieja Guardia, entre otras, y ahí sigo, explorando opciones.

Una de mis últimos descubrimientos es otra saga que tenía pendiente de leer, y que empieza con La guerra interminable, de Joe Handelman, un libro que he devorado en cuestión de días y que abre una saga bastante bien recibida, y que en su día recibió premios prestigiosos como el Hugo o el Nébula.

Está disponible traducido al español desde hace mucho tiempo, pero también en inglés, y en webs como Amazon lo puedes comprar en varios formatos, desde tapa blanda a tapa dura y, obviamente, en formato Kindle si tienes uno de sus lectores de libros electrónicos.

Cada formato tiene sus ventajas, y no son pocos los que se han pasado al digital, que es más cómodo para transportar y conservar y, básicamente, ocupa menos espacio.

Como es una saga, puedes leer el primero en ebook y luego decidir si te merece la pena tener la colección entera o no.

Una vez terminado, tengo clarísimo que voy a seguir leyendo las siguientes entregas, que aunque no tienen tantos premios ni buena puntuación en webs como Goodreads, prometen bastante.

Una guerra muy lejana en la que el tiempo se dilata

La Guerra Interminable, la obra maestra de Joe Haldeman, es un libro que, bajo una apariencia de space opera, esconde una de las reflexiones más lúcidas y amargas sobre la guerra, el paso del tiempo y la alienación del soldado.

La historia arranca con un planteamiento que podría parecer sacado de cualquier manual del género: en un futuro no muy lejano, la humanidad se ha expandido por el espacio y ha entrado en conflicto con una misteriosa raza alienígena, los taurinos. Para hacer frente a esta amenaza, se recluta a un grupo de élite de hombres y mujeres, entre los que se encuentra el protagonista, William Mandella, un joven físico obligado a convertirse en soldado. Hasta aquí, nada nuevo. Pero es en el «cómo» se desarrolla esa guerra donde Haldeman introduce el giro que lo cambia todo: la teoría de la relatividad de Einstein.

En*La Guerra Interminable, los viajes espaciales se realizan a velocidades cercanas a la de la luz, lo que provoca una dilatación temporal brutal. Para Mandella y sus compañeros, una misión que dura apenas unos meses o un par de años en su tiempo subjetivo, se traduce en décadas o incluso siglos en la Tierra. Y ahí reside la verdadera tragedia de la novela. Cada vez que regresan de una campaña, se encuentran con un planeta que ha cambiado de forma irreconocible. La sociedad, la tecnología, la cultura, el lenguaje… todo ha evolucionado a un ritmo vertiginoso mientras ellos estaban luchando en los confines de la galaxia.

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Darte de alta

Este recurso, que también han explorado otras sagas como La Vieja Guardia de John Scalzi, se convierte en el motor de la alienación de los soldados. Mandella y sus compañeros no solo luchan contra un enemigo que apenas comprenden, sino que también se convierten en extraños en su propio mundo. Son reliquias vivientes, fantasmas de un pasado que ya nadie recuerda, obligados a adaptarse a una sociedad que los ve con una mezcla de veneración y extrañeza. Las costumbres han cambiado, los valores son otros, y lo que para ellos era normal, ahora es arcaico. Son héroes de una guerra que para la mayoría de la gente es solo un capítulo en los libros de historia.

Haldeman, que fue veterano de la Guerra de Vietnam, vuelca en la novela toda la amargura y el desarraigo que sintieron muchos soldados al volver a casa. Mandella no es un héroe épico, sino un hombre que solo intenta sobrevivir, tanto en el campo de batalla como en los periodos de paz. Ve cómo sus seres queridos envejecen y mueren mientras él sigue siendo joven, cómo las razones por las que empezó a luchar se desvanecen en la niebla del tiempo, y cómo la propia guerra, que parecía tener un propósito claro al principio, se convierte en un conflicto absurdo y perpetuo, alimentado por la inercia y la propaganda.

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