Llega con la cámara colgada al cuello reposando sobre el pecho, aunque decide apearla para posar en la foto que ilustra esta entrevista. «El … cazador cazado», dice ella mientras atiende las indicaciones de su colega en el Hotel de la Reconquista. Lo hace con gracia y sin miedo aunque confiesa que prefiere estar al otro lado. Graciela Iturbide tiene plan de disparar Asturias en los días que estará por esta tierra para recoger su Princesa de las Artes. Es su disfrute y su goce: mirar, dejarse sorprender y disparar. Documentar el mundo y aprender. Ese es su oficio.
–Un premio como este le da oportunidad de mirar atrás, ¿qué siente cuando ve todo lo que ha hecho?
–Nunca hubiera esperado un premio así… En España, con los Reyes. Estoy feliz, satisfecha. Creo que va a ser un gran incentivo para seguir trabajando lo que me queda de vida. Mi ilusión, mi ritual de vida es la fotografía. Tomar fotos, revelarlas, hacer contactos, recortarlas, ponerlas en sus cajas. Quiero regresar para volver a sacar negativos que no he visto, porque a veces no me da tiempo a verlo todo.
–Por lo que dice no mira atrás sino adelante.
–Como para mí es un ritual la foto y como me gusta tanto, lo único que quiero es salir a fotografiar. La cámara es un pretexto para conocer el mundo y la cultura del mundo. Yo empecé muy chiquita, porque mi padre era fotógrafo aficionado y me dio una Brownie, y luego ya comencé a estudiar cine. Yo quería ser escritora pero mi familia es híper conservadora y dijo ‘las mujeres a la universidad no’, y cuando escuché que había una escuela de cine y había guion, me fui para allá. Hice dos pequeños cortitos, pero en la escuela había un gran fotógrafo, Manuel Álvarez Bravo y ahí empecé a ser fotógrafa ya en serio. Su personalidad me ayudó a ser yo misma, a tener confianza en la fotografía, a emocionarme, me animó a leer, a ver buena pintura, a escuchar ópera, música clásica, flamenco…
–Y casi sin querer mire a dónde ha llegado.
–Mi vida como fotógrafa era un poco loquita, porque me iba a los pueblos de México, tanto para conocer su cultura como para hacerles fotografías. Ha sido bonito, porque he vivido con la gente que fotografiaba, sobre todo en México, pero ahora hay mucho narco y ya no puedo ir porque es peligroso. De esos pueblos aprendí muchísimo. Una es mexicana, pero una cosa es pertenecer a una clase social y vivir en la ciudad y otra muy distinta estar con ellos en sus casas. En Juchitán me iba con ellas al mercado a vender cebollas o iguanas y aprendí mucho. Son mujeres muy fuertes que llevan la economía. Recuerdo mi vida de mucho conocimiento a través de la cámara.
–¿Ha pensado alguna vez qué hubiera pasado si le hubieran dejado ser escritora?
–Es muy difícil. Yo escribo mis sueños, pero para escribir necesitas entrenamiento. Claro que al final la fotografía es escribir con luz.
–Hay mucho en común.
–Creo que sí, es contar historias. Pero me encanta ser fotógrafa, soy muy feliz. Me gusta estar en los pueblos, quedarme, como con los seris del desierto de Sonora. Por eso aprendes, porque son culturas diferentes. La fotografía me ha dado conocimiento primero de México y luego de otros muchos lugares, como Italia, Madagascar, la India, Mozambique… Acostumbro a leer sobre el lugar y a tener complicidad con la gente.
–¿Qué es más importante para hacer una buena foto? ¿La técnica, el oficio, la complicidad, la suerte?
–La complicidad. Para tomar una buena foto hay que tener complicidad con la gente, que sepan que eres fotógrafa, que tengas un permiso… Si alguien no quiere que le tomen una foto no la tomo jamás. Yo me acoplo en los pueblos y las ciudades.
–¿Cómo ha cambiado su fotografía desde los inicios a hoy?
–No mucho. En la exposición hay fotos del año 1979 de Juchitán y y hay fotos de Lanzarote, que las tomé hace dos años. Allí la gente fue lindísima y entendí el principio y el fin del mundo, por la lava, los cactus, los volcanes, entendí de dónde venimos y a dónde vamos, fue un cambio en mi espiritualidad. Quiero regresar a Canarias, ir a Tenerife. Lo único que ha cambiado es que al principio fotografiaba al ser humano y ahora estoy mucho con los pájaros, con los paisajes. Voy cambiando, como las novelas, no se puede repetir. Pero siempre tomo por sorpresa, no hay un guion, yo voy por la calle y lo que veo aprieto el gatillo y ya. Después tienes muchas influencias cuando has leído o visto pintura y eso se asienta y vas fotografiando conforme a lo aprendido y lo que te gusta y sale lo que sale.
–¿Y cómo se consigue la emoción que provocan sus imágenes?
–No sé, el mundo es tan maravilloso. Yo salgo, veo algo, disparo y luego revelo, miro… También juego, recorto.
–Hablaba de México, ¿cómo está la cosa por su país?
–Es maravilloso mi país, es lo más dulce que puedes imaginar. La gente es muy linda, el único problema es el narcotráfico, las muertes, los feminicidios. Y yo eso no lo puedo fotografiar. He estado en Tijuana, en la frontera, he fotografiado a los cholos, pero a las mujeres muertas, a la violencia, no puedo. No puedo ir a la guerra.
–¿Siempre lo ha pasado bien con la cámara? ¿Nunca ha sufrido?
–Siempre lo he pasado bien. Por eso guerra no puedo. En Juchitán en una ocasión en la Casa de la Cultura estaban las mujeres de izquierdas y las de derechas y yo vi cómo una le rompía una Coca Cola a otra en la cabeza y empezaron disparos, me jalaron y me salvaron.
–¿La fotografía es poética y política?
–Es todo. Es testimonio. Es documento sea familiar, antropológico, poético o político..
–¿Qué le apetece hacer? ¿Qué le falta?
–He ido a Japón como cinco veces pero no he ido a China y estoy esperando para ir a fotografiar. Pero cualquier cosa me inspira, también los objetos, los que son simbólicos, o el paisaje.
–¿Le apetece fotografiar Asturias?
-Mucho. Me voy a quedar unos días para poder fotografiar.
–¿O sea que veremos alguna serie dedicada a Asturias?
–Por supuesto.
–¿Y a la Familia Real le tomará fotos?
–No, me da vergüenza. Si ellos me dicen ‘tómame una foto ‘ sí, pero no me atrevo.