De bien leídos es ser bien agradecidos. Así que vaya por delante la gratitud lectora a Ian Rankin (Cardenden, Reino Unido, 1960) por no conformarse con transitar por caminos trillados y llevar en ‘Azul medianoche’ a su personaje John Rebus a escenarios en los que sufre algo parecido a una deconstrucción casi total. ¿Reconstrucción? Rankin se lo quita todo y pasa de ser un temido inspector y alguien que no tiene más ayuda que la que puede aportarle su experiencia y su propia personalidad. Con ciertos atisbos de perversidad, el autor lo encierra en una prisión escocesa, solo frente a sus propios demonios, aunque sin permitirse el lujo de caer en la autocompasión ni permitirse mostrar debilidad ante los demás.

En esa cárcel donde el tiempo se detiene y el pasado se convierte en compañía inquietante, Rebus debe romper el espejo donde se reflejaba con cierta comodidad para (sobre)vivir al otro lado de las sombras, sin lugar para esconderse y protegerse de aquello contra lo que luchó cuando llevaba placa y disponía de autoridad. Como era de esperar, su instinto no desaparece con el cambio y se pone en estado de alerta a la primera oportunidad: un preso es asesinado y el inspector se pone en guardia, aunque esta vez no tiene un fin basado en la justicia sino en la necesidad de encontrar respuestas y solucionar enigmas.

Laberinto moral

El laberinto moral y turbulento que habita en las novelas de Rankin es trasladado aquí a las paredes de una prisión en forma de universo en miniatura donde la ley brilla por su ausencia, salvo la del más fuerte. Sin la atmósfera en expansión de toda una ciudad, Rankin somete a Rebus a un centrifugado total que exprime hasta el menor detalle de sus complejidades y dudas. Y deudas, claro.

Rankin agita el tablero al que nos tenía acostumbrados y se (nos) divierte creando personajes secundarios magníficos mientras la búsqueda se convierte en el último refugio

Al compás de unos diálogos milimétricos y con varias manos de pintura melancólica, Rankin convierte a Rebus en un superviviente crepuscular bien avenido con la lucidez y la tentación de aceptar una rendición reparadora. El depósito de ilusiones apura sus últimos litros de combustible pero que quede claro: Rebus es siempre un profesional de los pies a la cabeza y su mente no descansa cuando se trata de maniatar cabos sueltos y rastrear pistas de las que el resto del mundo nunca se daría cuenta.

‘Azul medianoche’ se mueve sin prisas, como debe ser cuando se aborda una trama encerrada. Que nadie espere volantazos para sorprender a lectores desprevenidos. Hay algo de demolición lenta pero insegura en la forma adoptada por el autor para dibujar la silueta casi desvanecida del desencanto, aunque sin escarbar en la herida ni regodearse en los remolinos más turbios.

Quien parecía tener claros los límites del bien y las fronteras del mal se encuentra, ahora, algo desorientado, por momentos amenazado por una nostalgia sombría sin sentirse desarmado por ello. Rankin agita el tablero al que nos tenía acostumbrados y se (nos) divierte creando personajes secundarios magníficos mientras la búsqueda se convierte en el último refugio.

Azul medianoche

Ian Rankin

Traducción de Víctor Manuel García de Isusi

RBA

416 páginas

22.90 euros