Es el cuarto libro que se publica sobre la dana. ¿Qué aporta esta nueva visión?
Carmen Amoraga: Pocos me parecen. Creo que habrá muchos más, porque es un tema que se va a prolongar en el tiempo y que tiene la suficiente envergadura como para ser documentado y quedar fijado en la memoria colectiva. En nuestro caso, además de ser un análisis, es una crónica documentada de lo que ocurrió el 29 de octubre, los días previos y los meses posteriores. Decimos que “nada ocurre el día que ocurre”, y el 29 vino precedido de avisos que no se tuvieron en cuenta. Sobre todo, creo que lo que distingue este libro es que no solo somos autores, también somos víctimas.
Maxi Roldán: Creo que la diferencia fundamental es la profundidad, el hecho de haber estado dentro, en el epicentro. Estuvimos allí esa noche, ese día, la mañana siguiente, tratando de ordenar la vida después de la catástrofe. En mi caso, cuando supe que me había salvado y que mis hijos también estaban a salvo, fue cuando pude empezar a ordenar todo aquello. Es un relato riguroso en lo técnico, pero también muy emotivo, empático y escrito desde un profundo respeto a las víctimas y testimonios que han participado.
En su caso, le pilló en la calle, en el agua.
M.R.: Sí. Estaba trabajando, no tenía una sensación real de peligro de muerte. Intenté salvar algunos equipos, ordenadores, coches… No estábamos avisados, no teníamos una idea clara de lo que podía suceder. En ese proceso me puse en peligro, más de lo que imaginaba. Llegó un momento en que comprendí que, si el agua me arrastraba un poco más, acabaría en un garaje del que ya no saldría. Conseguí salvarme, ayudé a un vecino a llegar a su casa y, al final de la noche, supe por teléfono que mi mujer y mis hijos estaban a salvo. Esa es mi historia, que es de las menos dramáticas de todas las que hemos recogido.
C.A.: A mí me gusta abrir los libros con una cita o un poema y este comienza con uno de Ben Clark, ‘Los rotos’: “Todas las divisiones son mentira, excepto la que divide los cuerpos en dos grupos incomprensibles entre sí: aquellos que se han roto y los que no”. Las personas que fuimos víctimas de la dana vivimos durante mucho tiempo en un planeta que no era la Tierra, era el Planeta Barro. En el proceso de investigación y de recopilación de testimonios se producía una conexión inmediata con la gente con la que hablábamos. A muchas las conocíamos, pera también hemos recorrido la provincia varias veces.
Han sido víctimas de la dana y ahora narradores. ¿Se puede ser objetivo?
C.A.: El hecho de ser víctimas y narradores nos ha ayudado a entender lo que ocurrió, porque ni siquiera viviéndolo minuto a minuto éramos capaces de comprenderlo del todo hasta que nos pusimos a escribir. Es un libro completamente objetivo, hasta el punto de que Maxi y yo estamos en desacuerdo en muchas cosas de las que pasaron. Son hechos institucionales, personales, vitales. Analizamos la actuación de Aemet, cuando se dice que no estábamos avisados, pero es mentira, porque las advertencias estaban en los medios desde el día 20 de octubre. Yo misma anulé ese lunes una clase en Castellón. Tomé mis decisiones, Maxi las suyas, pero a nivel institucional, quien debía tomarlas no lo hizo. No nos avisaron, es un hecho.
M.R.: Nos ha servido también para hacer autopedagogía, para entender por qué actuamos como lo hicimos. En mi caso, por qué me puse en riesgo, por qué no tomé otras decisiones, qué factores había alrededor. Y también para comprender lo que vino después. Ha sido un proceso de búsqueda, incluso doloroso. Yo tenía ideas muy fijas que he ido modificando conforme analizábamos los datos.
«Lo que ha pasado servirá de algo, lo hemos visto con las últimas danas: hubo respuesta temprana y respeto a la ciencia»
¿Qué ha cambiado en su visión?
M.R.: Sobre todo, mi percepción respecto a la ayuda y la respuesta institucional. El libro está estructurado en tres partes: una previa, el día de la catástrofe y los ocho meses siguientes.
C.A.: Hay una introducción con conceptos que ahora nos resultan familiares, como dana, ‘flash flood’, riada pluvial, riada relámpago, etc. Hay dos anexos: uno con las riadas históricas, desde la época romana hasta hoy, aquí y en el mundo—, y otro con los proyectos que, tal vez, habrían podido evitar la tragedia. En eso discutíamos. En Picanya, tal como el agua bajó el ayuntamiento abrió camino con dos palas excavadoras y al día siguiente ya pasaba gente. Eso él, en Paiporta, no lo vio. Hay una frase en el libro que dice: “En los días nublados está el sol también, pero tú no lo ves”. Esperas ver un despliegue que no llega, y trabajar toda esa información, equilibrar lo que percibes como víctima con lo que realmente sucedió, ha sido muy enriquecedor. Al mismo tiempo, te obliga a reestructurar la narración, a poner orden.
Iba a preguntarles precisamente cómo les ha removido la escritura de este libro. ¿Ha acrecentado la rabia o les ha sanado?
C.A.: Empezamos a escribirlo cuando creíamos que ya habíamos hecho un proceso de distanciamiento. Íbamos en el coche en silencio, con las lágrimas cayendo. Luego, al ponernos a escribir, pensábamos que ya habíamos hecho la digestión emocional. Y, fíjate, nunca me había hecho esta pregunta. Creo que estoy más tranquila e inquieta a la vez. Lo que ha pasado va a servir de algo, lo hemos visto con las últimas danas, donde ha funcionado lo que falló entonces: la respuesta temprana y el respeto a la ciencia. Me preocupa que persista la negación del cambio climático, en parte de la sociedad persista un empecinamiento en negar lo que es real: el cambio climático. Si votas a un partido que lo niega, contribuyes a que quienes tomen decisiones no actúen ante las evidencias.
M.R.: Mi sensación es parecida. Me siento muy satisfecho con el trabajo que hemos hecho, hemos creado un libro que podrá consultarse cuando vuelva a suceder. Es duro, esclarecedor y recoge testimonios que no se habían mostrado antes. Aún así tengo cierta inquietud, todo sigue muy enquistado de forma visceral. Explicar esto desde la razón y la objetividad no le sienta bien a todo el mundo.
«Las personas afectadas son se sienten víctimas, son sacrificios por decisiones ajenas»
Han hablado con casi cien testimonios. ¿Qué emociones o sentimientos son comunes?
C.A.: Veo mucha rabia. Lo que pasó fue incomprensible y eso genera rabia y dolor. Pero también he visto mucho anclaje a la vida. La gente que sobrevivió está hoy más aferrada a ella. Algunos porque han perdido cosas materiales -que no son solo cosas, sino parte de su proyecto vital- y otros porque han perdido a alguien querido. En ambos casos hay una necesidad de vivir más intensamente, o de reivindicar que esa persona no debería haber muerto. Si buscas la etimología de ‘víctima’, es una «persona o animal sacrificado o destinado al sacrificio». Eso es lo que estas personas sienten: no se sienten víctimas, son sacrificios por decisiones ajenas.
M.R.: Hay quienes han perdido familiares, que acuden al cementerio, a las manifestaciones, y viven un dolor muy profundo que no creo que tenga salida ni a corto ni a medio plazo. Luego están quienes han perdido materiales, como yo. Pero hay una diferencia entre quienes lo vieron desde un tercer piso y quienes estábamos en la calle. Los que sobrevivimos en la calle, después, hemos sido más felices. Porque cuando estás tan cerca de la muerte, aprecias más la vida. Ese shock, esa experiencia límite, ha hecho que muchos hoy vivan con más ilusión, con más ganas de aprovechar cada día.
C.A.: También hay personas muy tocadas emocionalmente. Eso es una visión general, pero cada caso es distinto. Rosa Álvarez, la presidenta de la Asociación de Víctimas Mortales -a la que hemos donado los beneficios del libro-, siempre dice que no hay que hacer distinciones: todas las víctimas lo son por igual. Y tiene razón, aunque no es lo mismo perder un familiar que perder algo que se puede reponer. Pero no existe el “dolorómetro” ni el “miedómetro”. Cada uno lo lleva como puede, ni siquiera como quiere. Hay quien no perdió nada y sigue muy afectado. En Paiporta, se calcula que entre un 30 y un 40 % de la población sufre estrés postraumático. En el libro trabajamos con psicólogos, psiquiatras, expertos en clima, en catástrofes, en arquitectura, en gestión del agua y en política. Invitamos a todas las instituciones a participar. Solo la Generalitat declinó hacerlo, lo cual entendemos. En cambio, la Diputación sí participó, y su presidente, Vicente Mompó, no puso ningún problema.
Inciden en la idea de que esto podría pasarle a cualquiera, cuando antes lo veíamos más propio de los países en vías de desarrollo.
C.A.: Abrir la puerta de tu casa y encontrarte con la tragedia es algo que nunca imaginas que te pueda pasar. Siempre piensas que eso “le pasa a los otros”. Aquella noche salimos mis hijas y yo a ver el barranco, ni siquiera llovía. De repente, el agua estaba detrás de nosotras. Lo siguiente, devastación y coches apilados. Era como estar en una película o en otro país. Nos ha pasado a nosotros, pero puede pasarle a cualquiera.
Acaba de pasar en Tarragona, en Ibiza…
M.R.: Primero está la incredulidad. Al principio no piensas que sea algo letal. Vas a ver el barranco, haces una foto, grabas un vídeo. Sin darte cuenta, te pones en peligro. En el libro hay un testimonio que lo resume muy bien: “Aquella tarde se dividió en dos partes: cuando intentábamos salvar nuestras cosas y cuando intentábamos salvar nuestras vidas”. Aquella noche caminé de Paiporta a Picanya y era el corazón de las tinieblas. La gente gritaba nombres por las calles, pero ni siquiera entonces pensamos que habría víctimas. Luego los saqueos.
C.A.: Y luego cosas como hacer cola para conseguir comida o agua y pensar: “¿Cómo puede ser que esto esté pasándonos?”.

Maxi Roldán y Carmen Amoraga en la sede de Levante-EMV para presentar el libro ‘Lágrimas de barro’ de la editorial Espasa. / Fernando Bustamante
«Se ha invitado a las instituciones a participar, la Generalitat declinó, pero Mompó no puso ningún problema»
Después de escuchar tantas historias y testimonios, ¿cómo dirían que se supera una tragedia como esta?
M.R.: Se puede seguir con tu vida, debes hacerlo.
C.A.: Yo me he encontrado con gente muy resiliente, que lo ha incorporado a su vida y ha continuado, como un duelo. Es cierto que las que han querido hablar con nosotros es porque pueden hacerlo. He visto que se supera mucho apoyándose en otras personas. Aunque las ayudas no llegaron tan rápido como se necesitaban, sí ha habido apoyo. Las administraciones tienen sus tiempos y procedimientos pero la ayuda ha llegado. En general, las comunidades -de vecinos o incluso las Fallas- se han cohesionado. En Picanya había una planta baja con un cartel que decía “Lorca con Picanya”. Gente de Lorca, que había sufrido el terremoto, vino a ayudar. Reconocer en el otro —aunque sea alguien con quien antes podías estar enfrentado— a alguien que te tiende la mano, eso nos ayudó muchísimo.
M.R.: Algo que sí ayudaría a sanar es que se pidiera perdón. Carmen y yo discrepamos. Pero pedir disculpas, sobre todo al principio, es un ejercicio de grandeza, valentía y coraje que aquí no se ha tenido. Ayuda a acelerar el duelo, a reconducir la ira, a encontrar cierta conciliación con quien te ha hecho daño.
«Si los responsables pagan se sanará una herida y se pondrá alguien con formación cuando haya que decidir quién lidera una emergencia»
C.A.: A estas alturas lo que más podría reconfortar a las víctimas es que se haga justicia. Que el proceso judicial avance. Entrevistamos al único condenado por la rotura de la presa de Tous, el ingeniero Jesús María González. El proceso duró veinte años, tres absoluciones y al final le condenaron casi como trámite. No pisó la cárcel. El accidente de metro ni siquiera pasó la fase de instrucción. Si los responsables pagan, se sanará una herida y cuando haya que decidir quién lidera una emergencia, se pondrá a alguien con formación.
Ninguno de los dos puntos de vista es incompatible. Desde luego, la actitud del Consell no parece la más adecuada para acompañar a las víctimas.
C.A.: No es enfado, es dolor. En la cronología falta información sustancial que no ha querido aportar la Generalitat. Seguimos esperándola.
¿Creen que esa cronología la debería haber elaborado la Generalitat?
C.A.: De hecho, la jueza la ha pedido y se hace a medida que van saliendo los autos. Hay una falta de rigor administrativo y de transparencia, que hace nobles a los que trabajan en el servicio público como el presidente o los consellers. No la ha habido, y por eso han tenido que ser los ciudadanos quienes reconstruyan lo sucedido.
M.R.: Desde el primer momento tuvimos claro que queríamos entender y había que recurrir a los autos judiciales. Nuestras fuentes institucionales han sido la Diputación, los ministerios, la Delegación de Gobierno y los ayuntamientos, y todos respondieron con transparencia. De hecho, una parte que nos gusta del libro es situar al mismo nivel lo que sucedía en la Administración y lo que vivían las personas que después perderían la vida. Uno calentaba un tupper en su caseta de Cheste, que minutos después terminó subido al tejado con sus tres perros, mientras Mazón comía en el Ventorro. Esa coexistencia entre la gestión institucional y la tragedia ciudadana es muy esclarecedora.
C.A.: Y ojo, que el presidente podía comer donde quisiera -forma parte de su trabajo-, lo que no era normal era que no fuera consciente de la gravedad de la situación, o que nadie se la transmitiera, o que no le diera importancia.
Las entrevistas de Carlos Mazón en el 9 d’Octubre se publicaron tras cerrar este libro, pero aseguraba que estaba informado de todo. ¿Cómo encajaron estas declaraciones?
C.A.: Me sigue sorprendiendo que la gente mienta y lo encajo con incredulidad. Más allá de los hechos concretos, hay algo emocional y humano: la honestidad, el pedir perdón, el asumir responsabilidades.
«Pedir disculpas, sobre todo al principio, es un ejercicio de grandeza, valentía y coraje que aquí no ha habido»
Es curioso lo asentado que está desde pequeños los valores como no mentir, ser honesto y que en la política no se apliquen.
C. A.: Siento que cada uno tiene una forma de ser y también creo que nos construimos relatos para poder seguir viviendo. En general, te distorsionas mucho la realidad que vives y la acomodas a lo que mejor te encaja para sobrevivir. La supervivencia emocional es eso. Había personas de su equipo atrapadas en la zona cero. Me sorprende que la gente mienta, pero también pienso que no se lo contaron porque no eran conscientes. Ese es su error: no fue estar en una comida, sino nombrar como consellera de Emergencias a alguien incapaz de liderar la situación. Con conocimientos adecuados, habría convocado al Cecopi dos días antes. Mazón no tenía que estar allí, pero su falta de anticipación es el fallo sustancial. Su relato ahora es para sobrevivir cada noche.
Otra pata fundamental del libro es el movimiento de solidaridad ciudadana.
C.A.: La antropóloga Margaret Mead sitúa el principal avance de la humanidad en un fémur roto y curado. Hubo alguien que le cuidó en lugar de abandonarle. Nosotros teníamos nuestro “fémur roto” y vino tanta gente a curárnoslo que fue increíble. Se lloraba, pero también de alegría al ver tanta solidaridad.
M.A.: Mi mujer y yo empezamos a sacar el fango con una pala y de repente comenzó a aparecer gente. Era como una marea multicolor, entre tanto color marrón, que traía apoyo y energía.
C.A.: Recibimos mensajes de apoyo de Joaquín Sabina, Dolores Redondo, Luis García Montero y anónimos. La dana rompió el mundo, pero también nos conectó con él. Modificó nuestra cosmovisión interna: nos hizo recuperar confianza en los demás.
M.R.: Me encontré con Juan Roig y hablé con él por los saqueos en Mercadona de Paiporta y me dijo que si hubiera habido dos, tendríamos que haberlo hecho en los dos.
C.A.: Es un libro que nos ha hecho mejores personas. Y encima habrá una película basada en él, que contribuirá a que nunca se olvide lo sucedido.
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