«La hora de los depredadores» de Giuliano da Empoli es un ensayo que exige ser leído con calma, curiosidad y un punto de vértigo. Lo que el autor ofrece es un viaje narrativo que mezcla historia, ironía y testimonio personal. En sus páginas se percibe que Da Empoli se mueve con soltura entre los salones diplomáticos y los corredores del poder, pero también entre las anécdotas reveladoras y las imágenes que parecen sacadas de una sátira. Da Empoli espera que el éxito de la película estrenada en el Festival de Venecia, basada en «El mago del Kremlin», se prolongue al cine y despierte curiosidad por otras de sus obras.

Título: «La hora de los depredadores»

Autor: Giuliano da Empoli

Editorial: Seix Barral

«La hora de los depredadores» comienza con una secuencia muy concreta e inesperada, con un paralelismo de alto voltaje. “Enfrentados al rayo y al trueno de internet, de las redes sociales y de la IA, los líderes políticos se han sometido, con la esperanza de que los salpicara un poco de polvo mágico». Lo dice tras comparar a los líderes occidentales con Moctezuma II frente a Hernán Cortés.

El emperador azteca no supo decidir si aquellos hombres eran bárbaros o dioses, y envió regalos en lugar de tomar una decisión. El resultado fue, recuerda Da Empoli, el mismo que ahora: “Al querer evitar la guerra a costa de su deshonor, Moctezuma tuvo deshonor y guerra». Esa es la primera clave de por qué leer el libro. Porque nos ofrece imágenes poderosas que hacen comprensible un presente complejo. Las metáforas no son adornos, son maneras de ver.

A lo largo de las páginas se acumulan escenas de poder vistas desde dentro. “El oligarca aterriza en su jet privado, con un humor de perros por el hecho de verse obligado a malgastar su tiempo con un jefe de tribu obsoleto, en vez de emplearlo más útilmente en un nuevo logro posthumano». Y el político local, consciente de su papel secundario, acaba rogando por una foto apresurada. La ironía atraviesa el relato. En esas pocas líneas se resume una tensión contemporánea: la de los gobernantes democráticos pidiendo atención a los dueños de la tecnología. Ahí está otra de las razones por las que hay que leer «La hora de los depredadores»: para asomarse al espectáculo incómodo de la política convertida en aspirante a «influencer», deseosa de un «selfie» que legitime su poder menguante.

El ensayo no es una acumulación de diagnósticos abstractos. Es también un diario personal, una voz que aparece de repente con cercanía. Cuando Lula bromea y se confunde de nombre, Macron presenta a Da Empoli como escritor y él responde con rubor: “Pero yo sólo soy italiano». Lula lo acoge con un abrazo y la escena se transforma en un gesto humano. La política se convierte en comedia y ternura al mismo tiempo. Esas páginas son un buen ejemplo de cómo el autor mezcla el tono documental con el guiño íntimo, la seriedad de las cumbres internacionales con la ligereza de una confidencia inesperada.

No faltan escenas que rozan la farsa. Da Empoli recuerda cómo él y su colega Filippo inventaron un pasatiempo durante los viajes oficiales. “Me inventé un estúpido juego con su portavoz, un apasionado como yo de las series de televisión». Clasificaban cada jornada política en porcentajes de «El ala oeste de la Casa Blanca», «House of cards» o «Veep». El resultado era demoledor: “Alrededor del 10% para El ala oeste de la Casa Blanca, del 20% para House of cards y el resto para Veep». Lo que debía ser ejercicio de poder se convierte en sitcom. El humor suaviza la tensión, pero al mismo tiempo la caricatura se impone. Ese es otro de los encantos del libro: invita a leer la política real con el prisma de la ficción televisiva, y demuestra que, en ocasiones, la realidad imita a la sátira.

La capacidad del autor para contar escenas desconcertantes es constante. Aparece un guardia iraní frente a la puerta de una reunión y no hay forma de moverlo, por más que agentes franceses y estadounidenses lo intenten. Se genera un bucle cómico, repetición absurda de órdenes y negativas. La imagen tiene el ritmo de una pieza teatral. Lo mismo ocurre en los pasillos de la ONU, donde delegaciones enteras chocan en espacios demasiado estrechos para tanto ego. En ese caos físico, la política se revela como lo que es: cuerpos que se empujan, hombres acostumbrados a que todo se aparte a su paso. Leerlo es descubrir que las decisiones globales nacen en medio de empujones, carreras y puertas bloqueadas.

El libro está lleno de entrecomillados memorables. “No quiero reflexionar ni considerar nada. Si no, ¿para qué soy el duque de Sajonia?” Esa cita de Goethe sirve a Da Empoli para ilustrar el absurdo del poder autoritario. La frase, dicha hace siglos, encaja demasiado bien con la obstinación contemporánea. Aquí reside otra razón para leer «La hora de los depredadores»: porque conecta épocas y muestra que las extravagancias de ayer son también las de hoy, que la terquedad de un duque lejano se repite en líderes actuales.

Otro motivo de lectura es la manera en que Da Empoli retrata la mezcla de grandeza y ridículo en las instituciones internacionales. La Asamblea General de la ONU, con sus discursos solemnes, es en realidad un espacio donde apenas quince delegados escuchan mientras el resto decide dónde cenar. “Sea el momento que sea, nunca hay más de quince personas escuchando al orador de la tribuna. Los demás están al teléfono, trabajan con su ordenador, debaten entre ellos, se preguntan si deben elegir sushi o steakhouse para cenar». La cita es tan gráfica que convierte la solemnidad en caricatura. La lectura provoca una sonrisa amarga: el escenario más solemne del planeta es también una feria de distracciones.

El retrato de líderes contemporáneos resulta especialmente afilado. Nayib Bukele, presidente de El Salvador, aparece con túnica diseñada por el estilista de Miss Universo. “El dictador más cool del mundo mundial”, se autodefinió en redes. Da Empoli describe los vídeos de presos tatuados en formación y sentencia: “A medias entre un porno gay y Los juegos del hambre». La crudeza de la imagen, entre lo grotesco y lo mediático, resume una forma nueva de poder: la represión convertida en espectáculo viral. Al leerlo, uno comprende que el autor no teme nombrar lo que ve, incluso si la comparación es incómoda o mordaz.

Lo que mantiene la tensión del libro es que no se limita a exhibir anécdotas. Cada escena encaja en un diagnóstico mayor: estamos en la hora de los depredadores, un momento en que la fuerza y la audacia parecen imponerse sobre la prudencia y el diálogo. “La esencia del poder reside justamente en lo contrario. Goethe cuenta la historia de aquel viejo duque de Sajonia…” dice Da Empoli, para concluir que el poder verdadero requiere gestos temerarios capaces de provocar estupefacción. Leerlo es comprender que detrás de cada abrazo, cada eslogan absurdo o cada desfile ridículo hay un principio político inquietante: que la audacia sustituye a la legitimidad.

Otra razón para leer el libro está en el modo en que se entrelaza la historia con el presente. Da Empoli cuenta cómo en Florencia, en 2012, participó en una misión para buscar rastros de la Batalla de Anghiari de Leonardo da Vinci. Aunque no encontraron nada, esa investigación sirve como espejo: la violencia que Leonardo quiso retratar en sus frescos late de nuevo en nuestro tiempo. El pasado se proyecta sobre el presente con crudeza. Las guerras actuales se leen a través del humo de artillería que Leonardo anticipó en sus bocetos. Esa mirada convierte al ensayo en algo más que política: es también una reflexión cultural, un diálogo con el arte y con la memoria.

El tono intrigante se refuerza en escenas con líderes que parecen sacados de una novela. Mohamed bin Salmán recibe con sonrisa encantadora a los empresarios en el Ritz-Carlton de Riad, pero Da Empoli recuerda lo que ocurrió allí en 2017: 350 príncipes y multimillonarios convertidos en prisioneros, obligados a vestir ropa blanca idéntica, encerrados en suites que se transformaron en celdas. La narración avanza como un thriller y de repente estalla en ironía cuando se evoca la entrega de doce calzoncillos blancos a cada magnate detenido. Esa combinación de horror y comicidad es uno de los sellos del libro.

Hay también una reflexión amarga sobre la fragilidad de los dirigentes. Da Empoli describe a Zelenski, exhausto y abatido, murmurando súplicas a Macron. La escena es íntima, casi desgarradora. Y recuerda que “el líder, el que sea, siempre es un chivo expiatorio en potencia. Tolstói lo compara con un carnero cebado para el matadero». Leerlo produce respeto y miedo a la vez. La historia política, dice el autor, es también un mecanismo de sacrificios. Ese dramatismo se alterna con escenas de humor, lo que mantiene al lector en constante alerta.

Otra virtud del ensayo es que no esconde la fascinación de Da Empoli por las bambalinas del poder. El Barclay Hotel en Nueva York, con su mezcla de diplomáticos, espías y hombres de negocios, aparece descrito como un escenario digno del fin de Saigón. Los detalles son tan minuciosos que el lector siente que se cuela entre cortinas y escoltas. Pero incluso ahí surge la ironía: “En medio del escenario sólo hay un anciano fatigado, que se eterniza». El contraste entre decorado y realidad provoca el efecto buscado: hacer visible el desfase entre la solemnidad de los rituales y la precariedad de quienes los protagonizan.

Hay que leer «La hora de los depredadores» porque no se conforma con analizar, también sabe contar. Las frases se clavan como viñetas en la memoria. El político reducido a espectador de sí mismo, el guardaespaldas que no se aparta, el dictador que convierte una cárcel en show de TikTok, el magnate que despierta con doce calzoncillos idénticos, el escritor que se sonroja cuando lo presentan como colega de Lula. Son estampas que dicen más que cualquier informe. Y todas ellas están atravesadas por una voz que mezcla experiencia y literatura.

En definitiva, Giuliano da Empoli ofrece un libro que se mueve entre lo íntimo y lo global, entre la sátira y el drama. “Hoy en día, la hora de los depredadores ha llegado y en todas partes las cosas evolucionan de tal manera que todo lo que deba ser regulado lo será a sangre y fuego». Esa frase, que podría sonar apocalíptica, en boca del autor se convierte en advertencia lúcida. Lo que está en juego es cómo sobrevivir en un mundo donde los predadores marcan el ritmo. Leerlo es aceptar esa incomodidad y descubrir que, entre carcajadas y estremecimientos, se nos está contando una verdad de nuestro tiempo.

Carlos López-Tapia