
Lewis Hamilton.
La Fórmula 1 era un deporte de sires británicos blancos. Hasta no hace tanto, esa era la idea. Por lo menos en términos de propiedad y concepto. La globalización deshizo los tópicos, como ha sucedido en prácticamente todos los deportes. Circuitos urbanos en Azerbaiyán, Arabia Saudí o Madrid. Lo que haga falta para exprimir el espectáculo que ha sido punta de lanza para cambiar el resto de modalidades. Antes de todo eso, un outsider llamado Lewis Hamilton le dio la vuelta al calcetín. Se lo puso, lo cambió de pie y su manejo del Mercedes dejó tiritando las estructuras del establishment de la bandera a cuadros.
Hamilton es el villano perfecto. Un competidor que cae mal por haber tenido el mejor coche. O es esa la excusa perfecta para justificar siete Mundiales. Es el emblema de las contradicciones que, en el fondo, nos hacen sentir vivos. Un activista racial que lleva en la muñeca un Richard Mille. Esto vuelve locos a sus detractores y a los que en un pensamiento lineal asocian una posición de privilegio a defender únicamente las voluntades de la clase dominante. Hamilton ha alcanzado la cúspide para, desde ahí, mover el mundo.
Fue víctima del bullying cuando era niño, adolescente y adulto. Un afroeuropeo sacando de la pista a los del resto de puntos cardinales resultó un impacto. Sobre todo, porque el camino hasta ahí fue inhóspito, con su padre teniendo tres trabajos y alquilando el mono para competir y ganar en karts. La victoria le permitió conocer a Ron Dennis, quien después le dijo al Hamilton de 10 años que le daría una oportunidad. Dicho y hecho. Firmó un contrato por McLaren Mercedes y, con 22 años, debutó en la F1 junto a Fernando Alonso, quien venía de ser bicampeón. Saltaron chispas y algo más que combustible.
Hoy, ambos son una abrazadera con un pasado que sigue vendiendo. Hamilton se ha dado el lujo de escribir su epitafio en la marca por la que cualquier piloto prestigioso debe pasar una vez en la vida: Ferrari. ¿Tiene algo que demostrar? Pues más bien poco, pero a un atleta con semejante biografía no se le aceptan las medianías. Para eso vale cualquiera, pero no el único capaz de ganar siete Mundiales, los mismos que Michael Schumacher.
Hamilton tuvo el octavo cetro a la altura de una mala curva de Verstappen en 2021 en un final que será para siempre recordado. Un capítulo emocionante que le debe la Fórmula 1 que dominó de modo tiránico para provocar el desaliento de una élite que nunca habría imaginado que el hijo de Carmen y Carl, un ferroviario oriundo de la excolonia de Granada, acabaría honrando al hombre por el que le bautizaron: Carl Lewis, el atleta estadounidense que dejó mundo al mundo en los JJOO Los Ángeles 84 con cuatro oros.
Consciente de lo duro que trabajaron los suyos para romper el muro de hierro que impone el ‘Gran Circo’, nunca se amedrentó. Incluso cuando revivieron los fantasmas del pasado en Montmeló, cuando a una serie de individuos le pareció buena idea pintarse la cara de negro con un cartel que ponía ‘Hamilton family’. Toda afrenta ha encontrado la respuesta directa de un jugador que ha agitado el tablero contra Alonso, Massa, Verstappen, Rosberg y quien se interpusiese en su trazada. Actitud tachada de arrogante por un paddock que nunca ha entendido su rebelión crónica contra lo evidente.
«Nadie mueve un dedo en mi industria, que es un deporte por supuesto dominado por los blancos. Soy una de las pocas personas de color, todavía estoy solo«. Lejos de un lugar común, una realidad. Woke para muchos, por ser vegano, antirracista y promover planes de igualdad en sus escuderías, Hamilton es la bandera de una Agenda 2030 despreciada por ser políticamente correcta en un mundo polarizado. Por eso él ha acelerado para promover los valores en los que cree a través de la denuncia y no como un panfleto.
Desde 2012 trabaja con Unicef y un año después se convirtió en embajador global de Save The Children. Ha llevado la bandera LGTB, no solo en Oriente Próximo, también en Miami, cuando Florida aprobó una ley que restringía los derechos del colectivo. «No soy un santo. Sigo aprendiendo, intentando encontrar un equilibrio entre lo que creo y cómo vivo», confesó el ‘hereje’ de una religión del motor que ha admitido ‘pecados’ tales como un sistema híbrido. Aunque la presencia de una mujer en la parrilla sigue siendo un tema en pruebas. Como lo habría sido el Hamilton dominador que conquistó los privilegios que han enseñado el camino para las futuras generaciones. Como reza su casco y su piel, «aun así, me levanto». Cuando se retire, la F1 no perderá un campeón, también un espejo en el que mirarse.